­Un grupo de jóvenes se inclina por encima de la mesa. Cuatro contra cuatro, aunque, realmente, nadie vaya contra nadie. Intentan sintetizar de nuevo toda la información que han ido absorbiendo en las últimas semanas y repasan el esquema mental que le hace mover los labios como si estuvieran susurrando algo. Los móviles y las tabletas ya están prohibidos. Tampoco se ven libros ni recortes de prensa. El tiempo de documentación se acabó y el enfrentamiento está a punto de comenzar. Mientras tanto, controlan la respiración y tratan de mantener el pulso relajado. Si se eleva demasiado, luego se nota cuando éste se traslada a la voz y las palabras empiezan a temblar como si las estuviera emitiendo un desfibrilador. Cuando estos jóvenes llegan hasta aquí, hace tiempo que dejaron atrás los complejos. Para resumen, la siguiente frase: «Yo he tenido alumnos de Secundaria a los que les daba ganas de llorar por hablar en público y ahora son campeones».

Campeones, sí. Campeones a la hora de argumentar. Campeones a la hora de exponer y defender una idea con estructura. Campeones a la hora de utilizar la dialéctica para convencer al de enfrente sin necesidad de imponer. Campeones, en definitiva, en la disciplina de debatir. En España se trate de un fenómeno novedoso, pero el debate como noble arte cuenta con una larga tradición en los países anglosajones. Fundada en 1815, la Cambridge Union presume de tener el club de debate más antiguo del mundo. Figuras de la talla de Winston Churchill, Theodor Roosevelt o el mismo Dalai Lama pasaron por sus pupitres. Las escuelas de debate en las universidades inglesas o estadounidenses son consideradas como trampolines para grandes carreras en la política o en la economía.

La frase anterior pertenece a Miguel Ángel Ruiz. Hasta hace poco, director general de la Cánovas Fundación. La situación descrita al inicio de este texto corresponde a un debate organizado por la Escuela de Debate de esta fundación. Si habíamos dicho que en España se trata de un fenómeno novedoso, Málaga puede presumir de ser cuasi pionera. Desde su creación en 2009, la Cánovas Fundación ha realizado esfuerzos paulatinos para impulsar esta modalidad y hacerla llegar a los jóvenes. Ahora, cuenta con unos 500 que están involucrados de manera directa. Un amplio abanico que integra a niños que cursan cuarto de primaria hasta alumnos que ya están en la universidad.

Durante muchos años, Miguel Ángel ha compaginado la docencia en San Estanislao con la faceta de director de la Fundación Cánovas. Eso también explica que los primeros debates se montaran en las aulas del mismo colegio. Hoy, una larga decena de institutos de la provincia compiten entre sí. Al cuerpo a cuerpo dialéctico siempre se llega por aproximación. Eso significa que a los alumnos de primaria no se les pregunta si el terrorismo se puede combatir exclusivamente con violencia o si la política de sacar los coches de las ciudades es la adecuada. Se empieza por entrenar y pulir la oratoria. Los debates en sí llegan ya en secundaria. «La oratoria puede ser un don natural, pero también se puede entrenar». Una afirmación que confirma también Pablo Sánchez, el nuevo director de Cánovas Fundación. Le acaba de tomar el relevo a Miguel Ángel, que afronta ahora su segunda etapa como parlamentario andaluz. Pablo es profesor de Derecho Constitucional en la UMA y transmite la misma pasión por su nuevo cometido que le imprime a la necesidad de dialogar más en tiempos de crispación política. Todos los lunes, un nutrido grupo se reúne en la Facultad de Derecho. Aquí se preparan para los campeonatos de más enjundia. «La competición es sana, pero cuando salimos, salimos a por todas», afirma Pablo. Para prueba, el último membrete que lucen: campeones de la Liga Nacional de Debate.

Origen

Ni existiría la Cánovas Fundación ni tampoco la Escuela de Debate sin él. Aunque huya de cualquier tipo de protagonismo, Joaquín Ramírez se puede considerar como el germen de todo. Y también como la prueba viva de uno de los principios fundamentales que rigen tanto a la fundación como a la Escuela de Debate: no existe una ideología imperante y las puertas están abiertas a todo el mundo. Por su trayectoria, se sabe de sobra en Málaga a qué partido pertenece Joaquín, pero él mismo insiste en que el carnet que lleva se debe quedar en la puerta de entrada: «Aquí tenemos a chavales cercanos al PP, otros que están vinculados con Podemos o Ciudadanos, y los hay del PSOE. Nosotros tratamos de formarles y transmitirles competencias que les puedan ser útil en el futuro. Para empezar, les enseñamos a respetar». De hecho, es habitual que en una de las actividades estrella de la escuela, la simulación de un pleno en el Parlamento andaluz, a los que simpatizan con Podemos les toque encarnar a un diputado del PP y viceversa. Así se escribe en Málaga la transmisión de valores efectivos contra un sectarismo que tanto lo pudre todo, hasta llevarlo a la alcantarilla.