Primero, durante el primer mes del conocido como terror rojo y tras la victoria de los sublevados, durante alrededor de tres años de la represión franquista, el cónsul italiano Tranquillo Bianchi (1892-1964), el representante de la Italia fascista en Málaga, salvó de morir fusilados a cientos de malagueños, en su gran mayoría republicanos.

Al volante de su Citröen descapotable rojo, conocido por los malagueños como la bañera, el cónsul visitaba a diario la cárcel provincial, todas las instancias posibles y a veces, a las tantas de la noche, las tapias del Cementerio de San Rafael para salvar in extremis a los condenados a muerte.

En una ocasión, incluso, llegó tarde y se encontró en el suelo a unos recién fusilados, uno de los cuales, un joven republicano, todavía daba señales de vida. Tranquillo Bianchi consiguió enviarlo a un hospital, salvarle la vida y mandarlo a Italia. En agradecimiento, el vuelto a nacer le regaló un bastón con una placa que rezaba: «El muerto».

En el caso del tío de Antonio Olea, que se llamaba Antonio Pérez Jiménez y era un joven peón ferroviario, Bianchi lo salvó de morir en dos ocasiones pero a la tercera adelantaron la hora del fusilamiento y no pudo llegar a tiempo: murió en las tapias de San Rafael a los 19 años, en junio de 1937, acusado por los naciones de «rebelión militar».27 años de investigación

«Yo iba al cementerio de San Rafael con mi madre, que era su hermana, a limpiar su tumba. Y lo que se me quedó grabado es que un consúl italiano, un cónsul fascista, le hubiera salvado la vida en dos ocasiones anteriores», cuenta Antonio Olea. Este malagueño de 60 años, pintor, además de patronista en Mayoral, ha dedicado 27 años de su vida, desde que tenía 33, a desvelar quién fue este enigmático cónsul.

El resultado es la biografía Tranquillo Bianchi. El cónsul italiano de la Guerra Civil en Málaga, que acaba de publicar Ediciones del Genal y que se ha convertido en un éxito de ventas.

La particularidad de la biografía es que Antonio Olea, en lugar de exponer solo los hechos recopilados, ha decidido contar la investigación en forma novelada, pues digna de una novela ha sido seguir la pista del cónsul estos 27 años, pero también dar con Mari Carmen, la novia de su tío fusilado, una mujer ya nonagenaria y además, entregarle una carta que su tío le escribió a ella antes de morir. «Mari Carmen no conocía la carta, mi abuela la escondió por miedo a las represalias», cuenta Antonio Olea, que explica que decidió darle ese enfoque literario a su obra «porque me di cuenta de que, después de todo, en esa búsqueda de Tranquillo Bianchi había una historia que contar».

La segunda parte de libro es la gran meta soñada por Antonio, porque en 2004 consiguió localizar en Argentina a Lila Bianchi, la hija del cónsul italiano que pasó sus convulsos años de infancia en Málaga.

Gracias a la visita que Antonio Olea hizo a Argentina y a la generosidad de la hija de Tranquillo Bianchi, que cedió fotos y documentos inéditos, la segunda parte de la biografía incluye la trascripción que de la vida de su familia escribió Lila Bianchi, que dedica buena parte de este largo texto -apenas retocado por el pintor malagueño desde el punto de vista estilístico- a detallar qué hizo su padre en esa Málaga sacudida por la Guerra Civil.

La polémica

La biografía no pasa de puntillas, sino que aborda una sombra que ha acompañado desde la Guerra Civil el nombre de Tranquillo Bianchi: «Todos los viejecitos con los que hablé me decían lo mismo, que a cambio de liberarlos se acostaba con las mujeres de los presos», reconoce Antonio Olea.

Sin embargo, el investigador también señala que en estos 27 años no ha encontrado «pruebas fehacientes» y sí enérgicos desmentidos, como el de su cocinera Felipa Suárez, que trabajó unos cuatro años para el cónsul cuando vivía con su familia en Pedregalejo. «Un vecino decía que todo el servicio, para estar allí, tenía que haber pasado por la piedra, y casi todo el servicio era familia de Felipa y ella lo niega».

También lo niega con rotundidad la hija de Felipa, que desmintió el caso de una vecina conocida. «Dijeron que intentaron abusar de ella, de la madre pero porque el cónsul no consiguió salvar al padre», cuenta Antonio.

Otra persona que lo negó fue Mari Carmen, la novia de su tío fallecido, por esos años una joven muy hermosa que hizo gestiones con el cónsul para tratar de salvar a su novio. Lo que sí es evidente es que Tranquillo Bianchi tuvo como debilidad las mujeres, varias amantes a lo largo de su vida y tres hijos fuera del matrimonio (dos de ellos, nacidos en su última etapa en Argentina, donde murió en 1964 atropellado por un tren cuando paseaba en bici).

Para Antonio Olea, la mala fama que rodeó al cónsul salvador de tantos malagueños se debe, mientras no haya evidencias, a una leyenda negra por su condición de fascista: «Siendo Málaga tan de izquierdas, un cónsul fascista tenía que ser malo sí o sí».

En opinión del investigador, esta mala fama no casa con su humanidad, que le llevó por ejemplo a entregarle a un anciano que dormía al raso en el masificado patio de la cárcel un sobretodo «del mejor paño del mundo, el más caro». Cuando la mujer de Bianchi, Concettina, le reprendió por no darle en su lugar un paño viejo, el cónsul le replicó: «Tú sabes que Dios nos dice que demos lo mejor, no lo que nos sobra».El virrey

¿Pero cómo este cónsul, nacido en 1892 en una modesta familia que emigró a la Selva Negra alemana y condecorado en la I Guerra Mundial, pudo hacer y deshacer a su antojo en la Málaga republicana y franquista?

Antonio Olea subraya, en primer lugar, que era «un torbellino humano, un volcán, un hombre con tanta seguridad en sí mismo y sin miedo a nada que conseguía todo lo que se proponía».

Pero a su juicio, Tranquillo Bianchi, del que también se constata que entró de los primeros en la Málaga tomada por las tropas italianas -una vez abandonó la ciudad republicana-, se convirtió en un auténtico «virrey» en la Málaga franquista «porque salvó al obispo de Málaga pero también a toda la familia del general Queipo de Llano: a la mujer, las dos hijas, el hijo, el nieto, el yerno... Eso tuvo renombre y Queipo de Llano le dio carta blanca para que él hiciera lo que su conciencia le dictara», expone el investigador.

Por eso, aunque levantó algunos recelos en la España franquista, e incluso suspicacias en su propio gobierno en Roma, comenzó una incansable carrera a contrarreloj para salvar las vidas de cientos de republicanos. «Él sabía que se fusilaba a muchos inocentes y no quería que Italia, que apoyaba a España, quedara manchada con sangre inocente».

El resultado de la investigación, que ha emocionado a la familia Bianchi de Argentina, el país donde el cónsul fue destinado en 1950 tras un breve paso por Brasil, ha dejado en el tintero, para una segunda parte, más de dos mil nombres de malagueños recogidos en la agenda de Bianchi, a muchos de los cuales salvó de una muerte segura.

Antonio Olea cuenta que ha querido contar, con la mayor objetividad posible, la vida de este cónsul italiano, nombrado Hijo Adoptivo de Málaga en 1937, con la llegada de los nacionales, y al que ninguna calle recuerda en nuestra ciudad, quizás por esos rumores que le acompañaron, desde que empezó a salvar vidas por despachos, cárceles y paredones de Málaga.