­El año nuevo comienza lleno de buenos propósitos y uno de los que nunca falta en la lista es el de adelgazar. Las navidades han pasado factura: hemos comido, bebido, celebrado y apenas nos hemos mantenido activos. Ahora los remordimientos pesan. Al igual que la báscula, que predice lo que ya intuíamos: hemos ganado kilos. La vuelta a la realidad y a la rutina viene acompañada de la alarma de los dietistas-nutricionistas, que observan cómo, en esta época del año, aumenta la publicidad de las famosas dietas milagro, o también conocidas como « dietas detox». Muchas personas, desesperadas por desprenderse de los kilos de más de manera inmediata, confían en éstos métodos que prometen resultados rápidos sin hacer apenas esfuerzos, a pesar de que los expertos advierten de que carecen de base científica, son inexactos y favorecen el desarrollo de enfermedades perjudiciales para nuestro organismo.

La Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aecosan) indica que todas las dietas milagro tienen las mismas características: prometen perder más de 5 kilos al mes, aseguran que se puede realizar sin necesidad de hacer deporte o actividad física y anuncian que son completamente seguras. Unos hechos que están lejos de la realidad ya que según la entidad, para que una dieta sea efectiva y además no suponga un riesgo para salud, debe apostar por una pérdida de peso gradual, paulatina y moderada, sin incidir en déficits nutricionales para su cumplimiento.

Ana Márquez, dietista-nutricionista en el centro Nutrisana Educación en Málaga y colegiada del Colegio Profesional de Dietistas-Nutricionistas de Andalucía (Codinan), se muestra clara en este asunto: «No existe nada milagroso que haga que los kilos desaparezcan». «Aunque este tipo de dietas consigan que la persona baje de peso, no quiere decir que esté eliminando grasa. Muchas veces elimina músculo y lo recupera pronto. Tenemos que desconfiar de las dietas milagro, o detox, porque pueden hacer que nos acerquemos a enfermedades graves», estima la profesional. Por otro lado, las pastillas para adelgazar tampoco son fiables porque solo existen varias en el mercado sanitario con una buena base científica, pero solo son recetadas en casos extremos y bajo supervisión de los endocrinos.

La dietista-nutricionista malagueña puntualiza que aún con el objetivo de perder peso -y perderlo de masa grasa- los seres humanos necesitamos llevar una alimentación equilibrada que aporte los nutrientes suficientes y evite alimentos que solo suministran energía y crean problemas de sobrepeso y obesidad. «A pesar de que la gente no lo crea, las kilocalorías no son malas. Son necesarias, al igual que los minerales, la vitaminas y el agua. Sin estos elementos el metabolismo no puede funcionar correctamente, ni conseguir adelgazar», afirma.

Por ello, Márquez aclara que cuando los pacientes vienen buscando resultados rápidos «hay que bajarles a la realidad». Hay que empezar siendo conscientes de que para conseguir buenos resultados, es fundamental comer bien pero sobre todo hay que cambiar hábitos y nuestro estilo de vida. «La alimentación es un punto básico e importantísimo pero no puede ir solo. Hay que saber desde gestionar una compra en el supermercado, seleccionar los alimentos que consumimos, comenzar a elaborar platos saludables hasta estar activos día a día», explica la experta.

Uno de los errores más frecuentes que impide alcanzar nuestros objetivos a la hora de ponernos a régimen es saltarse las comidas. Según la especialista, no existe un número inamovible de veces que tenemos que comer al día, pero nunca hay que olvidar las principales tomas: desayuno, almuerzo y cena, para mantener un equilibrio. Aun así, para saciar el apetito y evitar llegar nerviosos a las comidas aconseja tomar una colación a media mañana o media tarde, como un puñado de frutos secos crudos o tostados, un yogur con cereales integrales sin azúcar o copos de avena, o una pieza de fruta y una infusión.

Como profesional dietista-nutricionista, Ana Márquez aboga por un sencillo paso para lograr una vida más sana: aprender a comer. Para ello, lo primero que hace cuando llega un paciente a la clínica es estudiar su estado de salud, su comprensión física, la cantidad de peso y masa grasa que tiene, repasar sus hábitos dietéticos, los horarios de trabajo, los de almuerzo y cena, y con ello consensuar con la persona los puntos que fallan y los que debe reforzar. El objetivo es guiar a la persona en función de su fisonomía, o si padece alguna enfermedad, conseguir un objetivo real y lógico, y comprender que este no es el comienzo de una dieta con fecha de caducidad, sino el comienzo de un estilo de vida que deberá seguir siempre.

«Cuando comenzamos el proceso debemos saber que pesar 50 kilos puede ser suficiente para una persona e insuficiente para otra. No podemos centrarnos jamás en el número de la báscula sin fijarnos en la grasa y en el músculo», determina Márquez.

Además, la dietista recuerda que cuando nos alimentamos no debemos hacerlo solo por nutrir a nuestro cuerpo. Comer tiene que convertirse en una experiencia sabrosa, agradable y que se pueda llegar a disfrutar plenamente, sobre todo atendiendo a que en la mayor parte del mundo la acción de comer es un elemento sociabilizador. «Tenemos que aprender a comer de todo, de forma que sirva de herramienta saludable a largo plazo. Si una persona que está llevando a cabo una dieta equilibrada tiene que cortar su vida social porque no puede comer fuera, algo falla. Los dietistas-nutricionistas podemos guiarlos para que superen estas dificultades y que aprendan que tiene opciones donde elegir siempre», indica.

Para conseguirlo, los expertos inciden en que los alimentos ultraprocesados deben de quedar fuera de nuestra rutina -aunque no por ello debamos privarnos de ellos de vez en cuando-, basar nuestra alimentación en productos de origen vegetal y moderar el consumo de alimentos de origen animal. Una dieta basada en la pirámide nutricional puede hacernos evitar enfermedades como las diabetes, hipertensión arterial, patologías cardiovasculares, colesterol, triglicéridos, o la aparición de tumores relacionados con la mala alimentación y con la obesidad.

«La vida sana va más allá de unos buenos resultados en los análisis de sangre o de sufrir o no una enfermedad. Es sentirse seguro de que estamos participando en el proceso de autocuidado del cuerpo», concluye.