El jesuita, sociólogo y escritor José María Rodríguez Olaizola ofreció ayer en el colegio de Gamarra una charla bajo el título 'Hacerse adulto, mitos y realidad'. Es actualmente uno de los católicos con más proyección en redes, cuenta con más de 30.000 seguidores entre Twitter e Instagram, y sus publicaciones llegan a todas partes del mundo en cuestión de segundos. Conocido por su trabajo en pro de la igualdad y la inclusión en el seno de la Iglesia Católica, Olaizola es fiel defensor del uso de la Pastoral para tender puentes, unir a personas e ideas, y hacer uso de ella para construir un mundo mejor desde el Evangelio.

Viene a Málaga a hablar sobre el paso de la juventud a la edad adulta. ¿Cuándo se puede considerar que una persona ha madurado?

Yo diría que cuando ha sido capaz de luchar algunas batallas que a todos se nos presentan en la vida, y vencer en algunas. Contra miedos juveniles, ante concepciones demasiado superficiales de la realidad, de la gente, de la vida€ Maduras también cuando comprendes la importancia del tiempo en la vida.

-Imagino que para ser adulto no solo basta con cumplir años.

No, por supuesto, yo suelo decir que todos nos hacemos mayores (a medida que pasan los años) pero hacerse adulto es un proceso mucho más complejo, y hay quien no termina de llegar.

-¿Cuáles son esos mitos a los que alude el título de su conferencia?

Hay muchos. Hablo tanto de mitificaciones contemporáneas (como pensar que la juventud es el no va más), a iconos cinematográficos (quizás aquel personaje de American Beauty que en un momento de crisis empieza a volver hacia atrás o el Leonardo di Caprio de «La playa»), a historias ya más clásicas de la literatura, como ese Peter Pan que se refugia en Neverland porque no quiere crecer.

-Son los jóvenes del siglo XXI más infantiles que sus padres. ¿Y sus padres más que sus abuelos? ¿Cómo influye el contexto socio-económico en la madurez del individuo?

Esas generalizaciones son difíciles. Hoy se tarda más en madurar. Porque se tarda más -por distintos motivos- en ser considerado adulto. No es que los jóvenes sean más infantiles, es que la sociedad tiene una visión demasiado protectora del joven, confundido con un adolescente de larga duración. Entonces no se le exige, pero porque tampoco se le da la oportunidad de tomar las riendas de sus vidas. Por supuesto que en contextos mucho más vulnerables la vida te hace adulto mucho más rápido.

-¿Y la experiencia vital? ¿Y la experiencia de fe?

Lo mismo puede decirse de la experiencia vital de las personas. Es tu historia la que te hace madurar. En ese sentido, hay edades que más que en años se van marcando en vivencias. Y hay contextos donde a los 20 años hay quien ha madurado plenamente y quien todavía es un crío. También la fe puede marcar una diferencia, si se toma en serio. La fe adulta -no una concepción pobre de la fe- pone sobre las personas una conciencia del valor de su vida, de su papel en el mundo, etc. que te puede ayudar a no refugiarte en mundos muy infantilizados.

-¿Cómo influyen también las nuevas tecnologías en el proceso evolutivo de la persona?

Bueno, influyen mucho. El cómo, aún se está viendo, pues estamos asistiendo a la maduración de las primeras generaciones que ya nacieron en medio de la revolución tecnológica y digital, y eso sin duda influye en la manera en que se configura el pensamiento, la percepción de la realidad, y hasta la emotividad. ¿Para bien o para mal? Supongo que eso no se puede generalizar y dependerá mucho de cómo se vaya integrando el entorno tecnológico en la vida del niño. Ahí la educación tiene mucho que descubrir aún.

-¿Es la vida aquello que pasa mientras miramos el móvil?

Espero que no.

-¿Se considera un fenómeno mediático?

No, no me considero un fenómeno mediático. No me llamaría influencer, no busco comunicaciones virales, y no atiendo demasiado a tendencias o estrategias comunicativas. Solo intento hacer un uso de las redes que sirva a otros. Hace casi veinte años fui consciente de que Internet permitía muchas posibilidades para comunicar con un lenguaje del siglo XXI. Y después, cuando surgieron las redes sociales, empecé a darme cuenta de que a través de ellas se podía llegar a muchas personas. En ese sentido, es verdad que el estar presente en Facebook, en Twitter (@jmolaizola), Instagram o a través de un canal propio de Youtube, y el hecho de que muchas personas se hayan interesado por lo que publico, me demuestra, por una parte, que hay hambre de contenidos que inspiren, que ayuden, que sirvan. Y por otra, el enorme potencial de las redes para salir de los «públicos» de siempre. A veces me impresionan comentarios que me llegan de personas de lugares bien lejanos sobre cómo algún contenido, un vídeo o una frase, les ha ayudado en un momento clave...

-¿Cómo surge la idea de evangelizar a través de internet y el proyecto Rezandovoy?

El primer proyecto en el que me embarqué, con otro compañero jesuita, fue www.pastoralsj.org Al principio era con la idea de una web local, pero inmediatamente nos dimos cuenta de que no tenía fronteras, y que los contenidos servían a todo tipo de gente. Es hoy, probablemente, uno de los proyectos más antiguos que siguen vivos en Internet, pues surgió en 2002, aunque es verdad que ha ido transformándose a la vez que se transformaba el propio entorno digital. Con esa experiencia, cuando oí hablar de pray-as-you-go (una propuesta de los jesuitas ingleses para rezar a través de mp3), supe que teníamos que hacer algo parecido en castellano. Luego solo fue cuestión de imaginar, motivar, unir gente... Y así nació Rezandovoy

-¿Es usted consciente de la repercusión que para muchas almas tienen sus tuits?

Sí que lo soy. Y por eso intento cuidar mucho ese ámbito, y no volverlo más inhóspito de lo que a veces es.

-¿Vivimos en una sociedad gris pese a estar rodeados de confort?

No. Vivimos en una sociedad interesante, compleja, a veces furibunda, creativa, alegre, contradictoria... Pero es verdad que mucho de lo mejor se encuentra en la intemperie, y no tiene que ver con las comodidades que a veces convertimos en única preocupación.

-A la vez que se entrega a las redes sociales, sigue escribiendo libros en papel. ¿Es compatible? ¿Hablando de las nuevas generaciones, cree que el formato papel tiene futuro?

Por supuesto que lo creo. El libro es otro tipo de discurso. Es más extenso, más profundo, no lo suplen muchos mensajes cortos. Hubo un momento en que se pensaba que el formato papel desaparecería frente al e-book, pero los datos lo desmienten. Ahora en USA triunfa el audio-book, que quizás es muy acorde con los ritmos contemporáneos. Pero el papel seguirá. Yo llevo en diez meses diez ediciones de «Bailar con la soledad». La gente sigue leyendo.

-¿Cómo dirigirse a un público joven que, más allá de creencias, no tiene referencias o cultura religiosa?

Yo creo que eso es casi una oportunidad. Cuando ya no hay referencias o cultura religiosa, nos encontramos ante un terreno virgen para anunciar, libres de prejuicios (aunque todavía eso no ha llegado y por ahora, desgraciadamente, se mezcla desconocimiento con bastante agresividad). En todo caso, para mostrar por qué la fe es importante en la historia de las personas creo que hay que partir de tender puentes entre la vida cotidiana y la fe. Mostrar que la fe tiene que ver con una manera de entender tus deseos, el amor, el dolor, el sufrimiento, la soledad, la muerte, el tiempo, las relaciones humanas, las grandes preguntas de la existencia, los límites... Cuando tú hablas de esas cuestiones, la gente conecta. Y desde ahí se puede pasar a las preguntas por Dios y a las consecuencias que la respuesta a esa pregunta tienen en la vida.

-¿Cómo valora la religiosidad popular? ¿Cree que puede ser un buen vehículo de transmisión de la fe?

Creo que la religiosidad popular puede ser solo cultura, o puede ser vivencia real y profunda de la fe. Depende mucho de las personas y de los planteamientos comunitarios. Recientemente escribía sobre el mundo cofrade, sobre las diferencias entre los cofrades de fachada y los de trastienda (entendiendo que estos últimos son los que de verdad creen y, en consecuencia, viven su pertenencia de una forma muy diferente a cuando es solo rito).

-¿Cree que Vox intenta monopolizar el discurso de los católicos? ¿Hay algún partido político con el que se puedan identificar los creyentes o no existe? ¿Habría que inventarlo?

Yo creo que ningún partido puede patrimonializar la fe. Entre otras cosas porque el evangelio propone un horizonte de máximos, y la política es el arte de lo posible (y en consecuencia muchas veces tiene que quedarse en mínimos). Todo programa político -contrastado con el evangelio- tiene sus luces y sus sombras. La prueba es que hay creyentes que, políticamente, se sienten más de izquierdas, y otros más de derechas. ¿Es porque unos se equivoquen? Creo que depende de los acentos que cada uno pone en lo que debe ser la vida compartida en una sociedad

-¿Para usted el sacerdocio es...?

Una vocación, una pasión, una manera concreta de servir, intentando hacer visible a Jesús en el Pan, la Paz, y la Palabra.

-¿Siguen siendo los jesuitas un verso suelto en la Iglesia? ¿Puede que por eso mismo llegue mejor a los jóvenes?

No creo que los jesuitas sean un verso suelto -y no sé si alguna vez lo han sido, aunque haya habido épocas conflictivas en las que no se entendían todas las opciones que iba tomando la Compañía de Jesús, por ejemplo en los años del generalato del P. Arrupe-. La Iglesia no es una institución monolítica de gente homogénea, sino que su mayor riqueza es la diversidad de gentes, movimientos, sensibilidades y acentos. Esto no es un problema, sino una verdadera oportunidad. En ese sentido, la Compañía de Jesús representa unos acentos que no restan, sino que suman. Es verdad que la espiritualidad ignaciana, con su muy clara conciencia de la necesidad de aterrizar el evangelio en un contexto concreto, puede ayudar a conectar con las generaciones más jóvenes.

-¿Cómo combatir el rechazo que, humanamente, generan contra la Iglesia los casos de pederastia?

Bueno, de entrada, hay una parte del rechazo que es inevitable y comprensible. De hecho, no es solo rechazo contra la Iglesia, es también rechazo desde dentro de la misma Iglesia. Yo, personalmente, no siento rechazo contra la Iglesia en conjunto, porque sé que es una institución donde hay de todo, y conozco el mucho bien, la hondura y la entrega de tantísima gente. Pero, dicho eso, sí me genera rechazo lo que vamos sabiendo de abusos, cultura de encubrimiento, etc. Sin matices ni justificaciones. Se han hecho cosas mal. Y ponerse a la defensiva no soluciona nada. Creo que hoy lo que nos toca, como Iglesia, es ser transparentes, colaborar con la justicia, no perder nunca de vista a las víctimas, y no dejarnos tampoco llevar por el ruido, sino buscar con honestidad la verdad. Quizás así lo que hoy es rechazo en el futuro se pueda convertir en el reconocimiento de que la Iglesia se haya convertido en un lugar seguro, donde algo así no puede volver a ocurrir impunemente.

-¿Dónde se encuentra la frontera entre la actitud de servicio de los laicos, generalmente altruista y voluntaria, y la conciliación familiar en el seno de la Iglesia?

En realidad, hay que matizar. Hay mucho trabajo gratuito y generoso. Pero también hay otra parte de la misión de los laicos en la Iglesia que no es altruista y voluntaria, sino parte de su trabajo (educadores, comunicadores, personal sanitario, gente contratada en instituciones eclesiales, en cada vez un rango mayor de posiciones); y por ser un trabajo pagado no deja de ser misión, porque la gente tiene que vivir. En ese sentido, la Iglesia debe cuidar la conciliación familiar del mismo modo que debe hacerlo la sociedad entera. Cuidando que las personas no vivan solo para el trabajo. Dicho eso, hay una parte de gratuidad en la misión que esa está en el corazón mismo de cualquier cristiano, religioso, sacerdote o laico.