Hace muchos años -quizás en 1930 más o menos- un señor de Málaga ejercía la profesión de representante de artículos diversos; los representantes, como se les denominaba entonces o agente comercial como se adoptó después, desempeñaban un oficio o profesión que permitía acercar al consumidor los productores elaborados por la industria. Eran, por decirlo de alguna manera, el eslabón intermediario entre el industrial y el comerciante.

El agente comercial entraba en contacto con los establecimientos públicos ofreciendo todo lo que demandaba la población en ramos tan distantes entre sí como los tejidos, los zapatos, los muebles… y toda clase de alimentos.

Pero vuelvo al principio, al señor que en los años treinta del siglo pasado trabajaba como representante o agente comercial en Málaga. Entre los productos que representaba figuraba el único limpia muebles que había en el mercado.

No recuerdo el nombre del producto pero sí su origen: «made in USA». Entonces todas las novedades tenían el marchamo «made in USA», después empezaron los respaldados por el «made in Japan» y recientemente el escalafón de los productos manufacturados lo encabeza el «made in China».

Un inesperado día recibió una mala noticia: la empresa prescindía de sus servicios. Le quitaba la representación. Nunca averigüé las razones del despido.

No es que yo en 1930 estuviera en edad de alternar con personas hechas y derechas y tuviera noticias del hecho que ahora relato; es que muchos años después, hacia 1945 o 1946, conocí al personaje en cuestión.

Quizá fuera despedido por no vender el producto en las cantidades deseadas, o porque el representante no se entendiera bien con los distribuidores, o por otra razón o razones. El caso es que se enfadó por el trato, o se disgustó por no haber sido advertido con antelación… o recurriendo a una palabra más contundente, se cabreó. No agrego jodido porque en 1930 la gente no se cabreaba por una acción semejante; se malquistaba, del verbo malquistar, que ya no se lleva.

Un químico

El hombre de esta historia pertenecía a una familia, como se decía antes, que tenía posibles, que no necesitaba trabajar ocho o diez horas diarias para salir adelante.

Trabajaba como representante o agente comercial para completar los ingresos que le permitían vivir con desahogo.

Era muy culto, gran conversador, hablaba el inglés de Oxford porque había pasado temporadas en Inglaterra, sabía de fútbol más que Mourinho, era seguidor del Malacitano cuando el equipo representativo de Málaga jugaba en los Baños del Carmen y, para completar su perfil, tenía dos hermanos militares, uno de los cuales llegó nada menos que a teniente general.

Malquistado o cabreado por haberle retirado la confianza la representación del limpia muebles «made in USA» se puso en contacto con un amigo químico al que le entregó un bote del producto para que lo analizara y si era posible llegar a saber su composición. El amigo químico, me contó el interesado, le dijo que lo intentaría pero que no sería fácil.

(Antes de seguir con el relato, en los años de esta historia, no era obligatorio insertar en los envases de los productos la composición de los mismos. Con poner sardinas en aceite, lejía, mantequilla, polvos de talco… bastaba. Ni siquiera se advertía de su posible toxicidad, ni se insertaba el aviso «dejar fuera del alcance de los niños», «consumir preferentemente antes de octubre de 2021».

Hoy, cualquier producto alimenticio o no, lleva en el envase o en el prospecto que lo acompaña sobre su uso, los integrantes, la cantidad de cada producto, una señal de peligro por uso indebido del mismo, etc., etc. En uno de los limpia muebles que hay hoy en el mercado he leído su contenido y advertencias: tensioactivos no-iónicos, hidrocarburos alifáticos, perfume, limonene, bromo-nitropopane, mantener fuera del alcance de niños, proteger de la luz solar, no exponer a temperaturas superiores a los 50º C…

El químico, poco tiempo después, respondió a medias sobre la composición del limpia muebles norteamericano que era único en la España en aquellos años. Aseguraba que en su composición figuraba aceite mineral, un colorante, posiblemente una esencia para mitigar el olor del aceite mineral… y poco más. Quedaban fuera del análisis otros integrantes que no podía identificar con los medios rudimentarios de que disponía.

Un reto

Como nuestro hombre era tesonero porque se lo podía permitir y disponía de tiempo suficiente para hacer su real gana, con el informe del químico siguió por su cuenta y riesgo analizando y haciendo pruebas hasta que logró fabricar un limpia muebles similar al original, con solo un cambio importante: la esencia de romero fue la elegida para encubrir el olor del aceite mineral.

Y sin pensárselo más veces, montó una pequeña industria en Málaga. Diseñó un bote de hojalata como envase, eligió el color, el lugar de fabricación y, jugando con las palabras inglesas CLEAN (que se pronuncia klint y significa limpio) y OIL (aceite o petróleo) creó una de sonido y pronunciación española: CLINOL (aceite para limpiar, más o menos).

Y para coronar su obra agregó algo que le llenaba de orgullo: español. La marca y publicidad del producto quedó así: CLINOL ES ESPAÑOL. Hoy, en España, cuando nuestra lengua ha descedido de la Primera a la Segunda División, de existir el producto limpiador que comentamos, se le adjudicaría algo así como Cleanoil, lo mismo que hacemos con otros cientos de productos y eventos.

El CLINOL, fabricado en Málaga, compitió con el producto «Made in USA». Fue la venganza -valga la dureza del vocablo- del agente comercial al que se le quitó la representación.

En el bote de hojalata aparecía el siguiente texto: «Clinol. Marca registrada. Para Muebles, Automóviles, Máquinas de Coser y Escribir, Aparatos de Radio, Estucos, Puertas y en general toda clase de superficies Barnizadas, Esmaltadas y Pintadas. Lo limpia todo dejándolo como nuevo. CLINOL es español». Y nada de matenerlo fuera del alcance de los niños, ni de exponerlo al sol, consumirlo antes de noviembre de 1947…

El producto nortemericano creo que desapareció con el tiempo porque aparecieron preparados de uso más fácil, como los aerosoles, que hacen innecesario el empleo de bayetas. En el mercado hay muchas marcas, unas mejores que otras pero todas recomendadas para lustrar los muebles, especialmente los de maderas nobles como la caoba.

Del CLINOL sé que al cambiar de manos y al aparecer muchas marcas, dejó de fabricarse. En la última etapa de su existencia solamente se encontraba en tres ciudades españolas, todas muy lejanas entre sí: Málaga, La Coruña y Las Palmas de Gran Canaria.

Para ilustrar esta curiosa historia he conseguido dos documentos: una imagen del bote de hojalata que después se cambió por un envase de vidrio, y la cabecera de una factura.