Los veterinarios ya han alertado, estamos en plena época de la procesionaria. Cuando comienzan a subir las temperaturas estas orugas bajan por los troncos hacia el suelo, en fila india, en busca de un lugar bajo tierra para enterrarse durante la primavera, pudiendo causar en su migración graves reacciones alérgicas o erupciones en personas y efectos adversos, sobre todo en las mascotas.

En especial, son los perros los que pueden llegar a sufrir las peores consecuencias. Su curiosidad y el carácter que suelen tener estos animales hace que se atrevan a acercarse a olerlas, morderlas o ingerirlas sin que perciban el grave peligro que suponen estos gusanos que, aunque aparentemente sean inofensivos, al contacto puede causarles incluso la muerte.

Las responsables son las toxinas que se encuentran en el interior de los filamentos de la larva -es decir en los pelos que cubren a la oruga-, que producen una intoxicación inmediata, y que se manifiesta en la inflamación o erosión de las partes del cuerpo del animal que ha estado en contacto directo con la oruga. Los veterinarios apuntan que puede, además, desencadenar la pérdida total o la creación de úlceras en esas zonas, que suelen ser lengua, patas, ojos o la piel.

«El riesgo es letal, parece una tontería que un gusano tan pequeño puede matar a un perro, pero el shock alérgico que provoca su veneno puede hacer que el perro no soporte sus consecuencias», apunta el veterinario Antonio Sánchez, de la Clínica Veterinaria Centro en Málaga. El especialista advierte de que en estos meses el riesgo de contagio es máximo para estas mascota, y no solo de forma directa, sino también porque el viento puede arrastrar desde las zonas rurales los pelillos de estas orugas, hasta la urbe.

«Hay que evitar sacar a nuestros perros por zonas de pinos y bosques, y sobre todo evitar que vayan sueltos para así controlar que no se acercan a las hileras. Aunque en las ciudades hay menos posibilidad de contagio directo, también hay que estar muy pendientes de las reacciones de nuestras mascotas porque en días de aire los pelos de la oruga se diseminan y pueden llegar hasta ellos», comenta.

Ante un posible contagio, el veterinario explica que los síntomas son inmediatos e indudables: hipersalivación, hipertermia, inflamación del hocico e incluso vómitos. En estos casos, la actuación por parte del propietario debe ser rápida y no existe otra solución que no sea acudir enseguida a un veterinario. En el proceso, Sánchez indica que los dueños de los perros pueden echar agua en la zona inflamada para aliviar un poco al animal, pero siempre con cuidado de no tocar esas zonas porque puede provocar irritaciones en el cuerpo de los humanos. Aun así, solo una inyección intravenosa de urbason, corticoide o algún analgésico, realizada por el especialista, puede hacer que el efecto del veneno disminuya y pueda salvar la vida del perro.

«Si se trata a tiempo el animal tiene posibilidad de recuperarse, pero debemos saber que el efecto de este gusano es local e inmediato y no importa ni el tamaño, ni el peso de nuestro perro. Hay que estar pendientes, evitar zonas de pinares y bosques y, si los perros están en parcelas, fumigar antes y durante estos meses en los que la procesionaria está migrando», sentencia el veterinario.