«No soy vago ni soy tonto. Se llama dislexia». De esta manera, la Asociación Dismálaga quiere hacer visible en la escuela la existencia de este trastorno neurobiológico que cada vez tiene una mayor relevancia en la sociedad. De hecho, los últimos informes internacionales señalan que un 15% de la población en edad escolar podría sufrirlo. Y la gran mayoría no lo sabe. La dislexia dificulta el aprendizaje de la lectura, la escritura y la comprensión lectora. Pero no afecta a la inteligencia de quien la padece. Tiene un fuerte componente hereditario y quien es disléxico lo es de por vida, aunque los niños son los que tienen más problemas para compensar sus dificultades.

Isabel María Muñoz Checa es la presidente de Dismálaga y de la Plataforma Dislexia, que lleva a cabo las mismas actividades de sensibilización en toda España. Explica que no todas las personas que tienen este trastorno presentan los mismos problemas ni en el mismo grado. «Esta es una de las razones por las que, precisamente, su detección puede resultar más compleja», señala. Esta alteración de la capacidad fonológica del individuo, que le lleva a alterar las palabras y a unirlas o separarlas incorrectamente, hace que el alumno escriba mal, no comprenda bien lo que lee y no le guste hacerlo, porque se fatiga, debido a que hace un esfuerzo mayor. «Prestan tanta atención a no equivocarse leyendo que su atención le impide comprender lo que leen», resume la presidenta de la asociación. Sin embargo, si no está diagnosticado, es tenido por un mal estudiante, por ser revoltoso, por no atender en clase y por no querer hacer la tarea. El retraso escolar se aprecia en los primeros cursos.

«Mi hijo mayor es disléxico y antes de saberlo le castigábamos porque creíamos que es que no quería. Ahora, sin embargo, el sentimiento que nos inspira es de admiración, al ver todo lo que se esfuerza», explica Muñoz.

Aunque se ha avanzado en los últimos años, la dislexia es todavía invisible para buena parte de la comunidad educativa. Los colegios no tienen las herramientas necesarias para censar a estos alumnos. Desde los centros educativos, por medio de una evaluación, pueden elaborar un informe psicopedagógico que servirá al alumno para ser censado y aplicar las medidas que necesite. Pero, a la hora de la verdad, reconoce Muñoz, «esto es una utopía». Por esto mismo surge la iniciativa de la Plataforma.

De hecho, el 21% de los niños que tiene dislexia sacan malas notas y sufren fracaso escolar. Porque tampoco se ponen los medios para ayudarles en clase.

En realidad, es un trastorno que puede detectarse desde los primeros años de escolarización, siempre y cuando se conozcan los signos. Y en eso están estas familias, orientadores y pedagogos que forman parte de la asociación. «Vamos a los colegios de forma gratuita y hacemos charlas al profesorado y a los equipos de orientación para a convencer a los docentes que la dislexia no es un invento, sino que los alumnos que la sufren tienen verdaderas dificultades de aprendizaje. Que no es que no se esfuercen o pasen. Les explicamos en qué consiste y cuáles son las señales para detectarlos lo antes posible», explica.

¿Cómo detectarlos?

Aunque los primeros síntomas pueden identificarse a partir de los 6 años, los primeros indicios pueden darse antes. Dificultades en el procesamiento y en la conciencia fonológica, en rimar palabras, escasa habilidad para recordar frecuencias y series, problemas para mantener el orden secuencial en palabras polisilábicas (zapallita por zapatilla), o para aprender el nombre de los colores... son algunas claves para detectar casos en Infantil. La dislexia también puede afectar a la psicomotricidad, a la atención que presta el alumno en clase y a la velocidad a la hora de llevar a cabo tareas cotidianas, desde memorizar datos hasta abrocharse los botones. Mientras, en Primaria los alumnos presentan dificultades en la memoria de trabajo, su velocidad lectora es baja, también tienen problemas para adquirir el código alfabético o la correspondencia grafema-fonema, su lectura es silabeante.

Cuando ya son más mayores, a partir de 12 años, los síntomas son distintos. Presentan una pobre competencia lingüística en general y dificultades en la lectura y pronunciación de palabras desconocidas, sobre todo cuando tienen que hacerlo en voz alta.

«Invierten el orden de las sílabas. Ven igual 'p' y la 'q'. Sufren omisiones, porque escriben de memoria, de forma visual, así que les puede faltar una letra sin darse cuenta, y escribir 'mazana' en vez de 'manzana' y creer que está bien. O 'albor' en vez de 'árbol', sin ver la diferencia», explica la presidente de Dismálaga.

Muñoz Checa insiste en que no se trata de una discapacidad. «Hay muchísimas personas importantes, con carreras de éxito, que tienen dislexia», dice. «Pero sí es verdad que si no está diagnosticado puede afectar a la autoestima», precisa.