No fue sólo un motivo de festejo identitario. El Día de Andalucía, lejos de sus actos institucionales y cantes a la bandera, fue para muchos malagueños el pretexto que les sirvió para enfundarse las chanclas y la camiseta de tirantes. Esto fue así metafóricamente hablando. Bien es verdad que hubo varios turistas con sangre nórdica que se bañaron como auténticos solmonetes, pero el grueso de la población local honró a la región con una oda a esa Málaga chiringuitera. Una ciudad, una provincia y una región que se deja comer y beber. Más aun, en un festivo que brindó temperaturas bastante envidiables. Invierno sobre el calenderio, pero con genuino toque de mercurio primaveral.

El buen tiempo comenzó a elevar paulatinamente la concentración de personas en La Malagueta y los alrededores. Al caminante matutino, que disfruta de un paseo marítimo más apaciguado, se le fueron sumando luego los más jóvenes y los deportistas. La completa ausencia de viento, también influyó en las terrazas de todo el litoral. Los niveles de ocupación en hora punta eran ciertamente elevados, pero sin la floración aun de las especies más agresivas, curtidas en los pubs de corte irlandés, que trae consigo la alta temporada. Pedregalejo se descubrió, oh qué sorpresa, aventurera y moderna. Entre patinetes y gafas de sol polarizdas y tanto new school, afloró la constatación milenaria de que para comer sardinas había que mancharse los dedos. Calidad de vida y campo de estudio para antropólogos. El chiringuito es un símbolo inseparable de Málaga. En el Día de Andalucía, a vista de pájaro, pareció el elemento más recurrido y natural para pasar el día. La oferta clásica de vaharadas de fritura convivió con las propuestas gastronómicas del Centro. Si bien es cierto que la afluencia en sus arterias no era ni mucho menos la de un día laboral, hubo muchos malagueños que buscaron su inspiración autonómica dirigiendo alguna que otra copa de media tarde.

Los museos confirmaron su tirón habitual en días festivos. En definitiva, Málaga se comportó como es su gente, conviviendo bien, sin tanta monserga política y palaciega, que sí siguió llegando desde Despeñaperros para arriba.