Cientos de personas lloran la muerte del ginecólogo Pepe Narbona, que falleció de manera repentina ayer, a los 78 años, mientras veía la televisión, en su domicilio de la avenida de Andalucía, en compañía de su mujer.

Malagueño por los cuatro costados, Pepe Narbona siguió lo pasos de su padre, el eminente ginecólogo Diego Narbona, que fuera jefe de departamento del Ginecología y Obstetricia del Hospital Civil y máximo accionista del Parque San Antonio.

Junto a su esposa María del Carmen Fernández Sanmartín, formó una gran familia de la que nacieron tres hijos José Luis, Carmen y Rocío, todos ellos vinculados al mundo sanitario.

Estudió la carrera de Medicina en Sevilla de donde había regresado de ver a sus antiguos compañeros de Facultad, cuando le sorprendió la muerte mientras veía la televisión, después de comer. Pepe Narbona desarrolló una brillante carrera profesional en el Hospital Civil, luego en Carlos Haya y su última etapa laboral la culminó en Barbarela.

Pero donde más le van a echar de menos es en la consulta privada que heredó de su padre, en el número 1 de la calle Pedro de Toledo, esquina con la calle Císter, del centro de la capital, a donde seguía acudiendo varios días a la semana para quitarse el gusanillo tras la jubilación. Desde allí cuidó con abnegación y desvelo de las monjas del Convento del Císter, con las que siempre estuvo comprometido. Precisamente, Pepe Narbona era prior de la Orden de los Caballeros del Císter. Y, gracias a él, se hizo el Cristo que todavía se puede contemplar en la capilla del Císter, obra de Luis Álvarez Duarte, que él financió.

Por su consulta han pasado varias generaciones de malagueñas, como recuerda su sobrina Marina Fernández. "Mi tío me trajo al mundo y luego me asistió cuando di a luz a mis niños". Y es que han sido decenas, cientos, las malagueñas a las que ayudó a venir al mundo y a las que, al cabo de los años, ayudó a dar a luz y que le llamaban para acudir a su consulta cuando tenían algún problema de salud. "Y era un abuelo abnegado, que tenía pasión por sus nietos", recuerda Marina Fernández.

Simpático, bonachón, gran conversador, le gustaba caminar con las manos a la espalda y era un empedernido coleccionista. Le encantaba la historia de Málaga y tenía una memoria prodigiosa para recordar comercios, librerías, bares y calles antiguas de la ciudad. Pero sin duda, como recuerda su íntimo amigo, el también médico Eduardo Rosell, Pepe Narbona era un gran coleccionista. "Coleccionaba sellos, relojes, gafas, cuadros... todo lo que te puedas imaginar, pero sobre todo tenía una gran colección de prospectos de películas antiguas de cine, unos programas de mano que se repartían a modo de publicidad. Tenía miles de ellos, perfectamente conservados en unos álbumes especiales. Era un gran aficionado al cine", recuerda Rosell, emocionado.

Malaguista de pro, se jactaba de que era uno de los socios más antiguos del Málaga CF. No en vano tenía el carné de socio número 8, según recuerda con emoción su hijo José Luis, y en la tribuna cubierta se sabía bien los partidos a los que no faltaba por el agradable olor de los puros que se fumaba. "Siempre seguía al Málaga, al margen de los resultados. El último partido que presenció fue contra el Deportivo", recuerda su hijo José Luis.

Sus restos reposarán en el columbario del Calvario, aunque se hizo cofrade de Fusionadas por su amigo Eduardo Rosell. "Era cofrade a su manera, pero nos ayudaba mucho en todos los actos de la cofradía", cuenta Eduardo Rosell. "Salió muchos años de promesa detrás del Cristo de la Exaltación cuando nació uno de sus nietos", recuerda Rosell, con quien estuvo comiendo el domingo pasado tras arreglar unos asuntos en la cofradía. "Se va un gran médico, una bellísima persona y un buen cofrade", sentencia Rosell.

La eucaristía por el eterno descanso de su alma se oficiará hoy viernes, a las 17.30 horas en la capilla de Parcemasa.