La atracción por la incorrección política que siempre me ha perseguido y el amor a la ciudad donde nací, me llevan hoy a escribir sobre uno de los símbolos definitorios de nuestra ciudad, la Catedral. El otro símbolo es, sin duda, lo que Salva Moreno Peralta ha llamado Río Seco, en el reciente libro que ha publicado. No hay que ser muy inteligente, ni siquiera conocer muy bien a Málaga, para darse cuenta de que la primera lleva un espantoso apelativo y el segundo ha sido recogido por todos los visitantes extranjeros, desde Andersen hasta Brenan, como lo que exactamente es: un no río. Es decir, una catedral inacabada y una cicatriz pestilente, que divide en dos a la ciudad, constituyen las señas de identidad de la Ciudad del Paraíso. Yo solo voy a hablar de la primera. Del segundo basta decir que ni Don Antonio Cánovas consiguió solucionarlo.

Escribió Muñoz Seca, asesinado en Paracuellos y víctima por tanto de la Guerra Incivil, aunque fuera en el bando vencedor, que los extremeños se tocan, en este caso, los malagueños. Y esto es literalmente así en el tema de la finalización, o no, de la Catedral. Los tradicionalistas recalcitrantes, que suelen pisar el suelo del primer templo de la ciudad exclusivamente durante la entrada de las cofradías en Semana Santa, se aferran a ese nombre espantoso, que me niego a pronunciar, para poder continuar llamándola así, para que no se toque, para que se deje tal como está, para poder seguir contando a los turistas leyendas de varia índole, casi todas falsas. Los modernos, los postmodernos, los puristas y, en general, los que no suelen pisar jamás una catedral coinciden con ellos, pero por razones diferentes, que van desde la no modificación de un sky line, destruido desde hace décadas, hasta la utilización de conceptos artísticos o arquitectónicos de carácter dogmático, citando a autores cuya lectura efectiva han efectuado en muy contadas ocasiones y que la mayoría de las veces no tienen nada que ver con el tema que nos ocupa.

Entro en este avispero de forma libre y espontánea, adrede, sin que nadie me lo haya pedido y posiblemente contra la opinión de unos y otros, que son algo más que dos. Porque además de los citados anteriormente, habría que hablar de la Iglesia y de la Administración. E incluso en estos apartados habría otros subapartados, porque me consta el interés y el deseo del Obispo en intentar solucionar, al menos, el problema de las cubiertas, las lluvias, las destructivas palomas y demás aves carroñeras que sobrevuelan el templo, pero desconozco lo que pueda querer el Cabildo. Y en cuanto a la Administración, la anterior Junta sé perfectamente lo que quería, pero la actual cree que con decir «hágase», la luz se va a hacer, en un remedo del venezolanismo «exprópiese».

¿Por qué me meto en este berenjenal? Por múltiples razones que voy a intentar explicar. La primera y fundamental, porque la Catedral es uno de los más altos objetos de mi veneración, porque he pasado allí muchas horas de mi vida. Porque la conozco muy bien. Porque mis padres nos llevaban los domingos a misa de doce, en familia. Porque todos mis hermanos y yo hicimos allí la Primera Comunión. Porque personas a las que he querido mucho vivían prácticamente en ella. Porque nuestro despacho, orgullosamente, la inscribió en el Registro de la Propiedad. Porque allí he aprendido mucho de personas muy sabias, arquitectos e historiadores, que me siguen honrando con su amistad. Porque allí he sido muy feliz y también he sufrido mucho y, en este caso, tanta fuerza tienen el amor, como el sufrimiento. Porque se restauraron las campanas y se instaló el carillón, gracias a la Fundación Unicaja, y organizamos los conciertos de Navidad, en los que el altar mayor refulgía como un ascua, como la Domus Aurea, que encierra el Misterio de la Divinidad. O los de Cuaresma, en que la luz de los hachones rompía levemente las tinieblas, mientras Ocón volvía a su casa. Porque allí hemos sido niños, abogados, cuidadores, cultivadores, alumnos y maestros. Porque mi abuela nos enseñó a construir el monumento del Jueves Santo y a ser generosos como ella fue. Y allí están las grandes ánforas, que ella donó, y la cruz del despacho de mi padre, que depositamos en el altar de la Encarnación del Verbo, al día siguiente de que nos dejara para siempre quien me había enseñado, entre otras cosas, la belleza de la liturgia y las grandes catedrales de España: mi padre al que tanto añoro y al que nunca le dije, por puro pudor, cuanto lo quería y cuanto le debía. Y porque el soberbio sepulcro de Don Luis de Torres, obra excelsa de Guglielmo della Porta, que Esirtu restauró, va a ir unos meses a ser expuesto en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y nos sentimos partícipes de ello. Amor, trabajo y obra bien hecha son motivos más que suficientes para que me sienta obligado a dar un paso adelante y decir, que ni le falta un brazo, ni es una sinfonía inacabada. Es una catedral imperfecta.

Citar en estos tiempos a Santo Tomás de Aquino puede sonar incluso ridículo, mayormente a los que no lo han leído, que desconocen que cualquiera que sea la religión, creencia, increencia, agnosticismo, o ateísmo que se proclame, el Aquinatense es una de las cumbres de la Historia de la Filosofía. Bien, pues Santo Tomas escribió (cito en español para las víctimas de la LOGSE) que «se requieren tres condiciones para la belleza: integridad, consonancia y claridad». En nuestro caso, está clara la existencia de las dos últimas condiciones, pero más clara aun la inexistencia de la primera.

Una catedral es algo mucho más grande, más importante, más sagrado que cualquier otro edificio. Eso lo saben hasta los que solamente han leído La catedral del mar. Es una obra colectiva, que requiere mucho amor, mucho sacrificio, mucho entusiasmo colectivo, mucho esfuerzo. Es la voluntad de un pueblo puesta en pie. Es el conseguir el citius, altius, fortius de los Juegos Olímpicos. Porque es una carrera contra la dificultad, la pereza, la lentitud, lo chato, la endeblez mental.

Las imperfecciones constructivas de la Catedral de Málaga son de tal magnitud, que deberían avergonzarnos, incluso a los que en nada crean. No a todos nos gusta pescar, ni remar, pero aspiramos a algo más que a la cloaca máxima. Nuestra catedral es un edificio tan hermoso, tan complejo, tan complicado arquitectónicamente, que soñarlo terminado causa vértigo. Piensen en esos cubillos, cuyos bajos parecen torreones de fortalezas, cuyas gárgolas son cañones, cuya fachada principal coloreada en mármoles es la más italiana de las catedrales españolas, al decir de Chueca Goitia. Cuyas fachadas laterales recuerdan a los edificios nabateos de Petra, cuyo interior resplandece con la luz que se esparce por su increíble esbeltez, siendo renacentista y barroca (¿saben muchos malagueños que gracias al truco arquitectónico de sus artífices de colocar el dado brunelleschiano sobre los haces de columnas corintias, alcanzan sus bóvedas los cuarenta y dos metros de altura?). Es una catedral renacentista con altura gótica. Y a pesar de todo ello, mantiene una perfecta unidad de permanencia, de la Fortaleza de la Fe al Palacio Celestial, hasta llegar a la Ciudadela Torrada, como escribe Gabriel Ruiz Cabrero.

La portada en retablo de calle Santa María, construida por orden del cardenal Riario, frente a la interminable frustración de Santo Tomás, iba a ser la entrada principal a la catedral gótica tardía y el altar de Santa Bárbara, el que ocuparía el altar mayor de un pequeño templo sobre la anterior mezquita aljama, que se alzó seguramente sobre un templo fenicio a Baal o Astarté, junto a un nacimiento de agua, como todos los edificios sagrados. El Cabildo de aquel tiempo (por favor, no comparemos, por caridad) dio una muestra de ciudad emprendedora y sobre todo moderna y valiente. Esto no se hubiese hecho más que en Málaga. Y tomaron una decisión: Fuera ese proyecto, cambiemos la orientación y hagamos una gran catedral en estilo romano, que era la pura modernidad, la innovación, olvidando estilos arcaicos periclitados.

La Catedral está sufriendo, aunque este no invierno le haya dado un respiro, frente a la ruina del campo. Pero hay que solucionar los problemas. Empezando por las cubiertas. Pero también terminarla. Que no se hace con resoluciones administrativas, ni de Urbanismo, ni de la Junta, ni de burócratas, ni de funcionarios. Se hace con la voluntad de una ciudad que se pone en pie y decide acabar lo iniciado, para empezar a ser ella de una vez. Y con un equipo de historiadores y arquitectos que se dediquen a ello en cuerpo y alma. Málaga está en un momento brillante de tormenta de ideas. Y tiene que trazar las líneas de su futuro. Hablamos mucho del Auditorio (otro día hablaré ello) en el que se va a crear arte efímero como la música, o la danza. La Catedral es arte para siempre.

En 1923 André Boulanger definió un término hoy pretendidamente desconocido, el evergetismo, que con su raíz griega (Ptolomeo III Evergetes, el benefactor) significa hacer el bien, hacer obras buenas a cambio de nada. Naturalmente que solo ha desaparecido el término, porque hoy están más vivos que nunca el altruismo, el voluntariado, la filantropía, la entrega a los demás y la solidaridad. Sin esperar nada a cambio. No hay que ser cristianos para entregarse a una gran obra colectiva. Solo hace falta ser creativos, soñadores y generosos. Practicar la «gloriosa effusionis insania», la locura del dispendio como fuente de gloria. Y no quiero hablar de las ventajas económicas que todo esto traería consigo, porque solo los ciegos de mente se niegan a verlas.

En los años en que un grupo pequeño de ilusos creímos que íbamos a empezar a acercarnos al inicio del final (esto no es un juego de palabras) contacté con el gran Guillermo Pérez Villalta, quien vino a Málaga, gracias a Alfredo Viñas, y diseñó un maravilloso conjunto de dibujos sobre el Génesis, para llevar a cabo un programa iconográfico completo, empezando en las vidrieras de la capilla de San Sebastián. La separación de las aguas y las tierras, el nacimiento de las estrellas y los planetas, el surgir de los animales del mar, con esos azules y rosas Tiepolo, que él utiliza. La creación del Hombre. Y en el principio era el Verbo. Esos diseños nunca llegaron a aprobarse. Los motivos para ello me los reservo. Por cierto que desconozco quien diseñó las vidrieras nuevas sobre la capilla del altar de los Caídos, pero son lamentables en mi opinión.

Quiero decir con todo esto que no hace falta, o sí, que se termine la obra, según los maravillosos alzados de Diego de Vergara, de Vanvitelli, de Antonio Ramos o de José de Bada. Hagan si quieren como con la Iglesia Votiva del Emperador Guillermo en Berlín, destruida por la Guerra Mundial.

Pero hagan algo. Por Dios.