A cada momento hallo anuncios de cursillos para enriquecer nuestros conocimientos que permitan ejercer el derecho a ahorrar para nuestra vejez.

Hay cursillos para aprender a cocinar, para aprender inglés con un nuevo procedimiento infalible, para aprender a confeccionarnos un traje sin necesidad de acudir a un sastre, cursillos para aprender a poner un grifo y desatorar los desagües de las lavadoras, cursillos para aprender a pintar y emular a Rembrandt y Picasso, cursillos para ser más buenos y generosos, cursillos para aprender a tapizar sofás y butacas…

Yo no me he apuntado a ninguno porque no estoy en edad de aprender nuevas cosas; más bien estoy en la fase de desaprender porque mi disco duro para almacenar nuevas disciplinas debe estar repleto.

Pero puesto a aprender, por ejemplo, me apuntaría a uno que haría con gusto: el que me enseñara a abrir una lata de mejillones en escabeche sin herirme un dedo con la anilla del abre fácil.

Y quien dice una lata de conservas agrego los paquetes de café molido que explican cómo abrirlo tirando de aquí y allá… y que acaban abriéndolos con la ayuda de unas tijeras.

No he conseguido abrir un tetrabrik de leche, ni un paquete de patatas fritas, ni una lata de cerveza… sin recurrir a los sistemas más expeditivos. No es broma. A veces tengo que recurrir a unos alicates para abrir el envase de una mermelada. Si la Junta de Andalucía, en sus cursos de formación, monta uno para aprender a abrir latas, paquetes, frascos…, me apunto, y más, si está subvencionado. Pero me temo que con lo que está cayendo, y no me refiero a las lluvias y otros fenómenos atmosféricos, la Junta no está por la labor.

Las nuevas tecnologías crean nuevas profesiones y eliminan otras que se consideran obsoletas, que ya no son inútiles, que no sirven para nada. En la banca, por ejemplo, antes se necesitaba más personal que ahora. No hace muchos años cuando uno iba a cobrar un cheque tenía que andar varios pasos. En la primera ventanilla, se entregaba el cheque, y el encargado de recibirlo le echaba una vista, y con la ayuda de unas tijeras cortaba por la línea de puntitos una esquina del documento.

El cheque se lo pasaba a otro empleado y el aspirante a cobrarlo tenía que esperar a que el cheque cubriera las tres o cuatro etapas, como en las vueltas ciclistas. La segunda etapa era comprobar si la cuenta a que iba destinado cheque tenía fondos o no. Después de la comprobación, el cheque iba a un apoderado o interventor para dar el visto bueno, y vuelta a la ventanilla donde el aspirante a cobrar estaba de los nervios porque el proceso se había prolongado en demasía. Todo se hacía a mano y sin prisas.

Hoy, toda esa larga operación, si no hay cola de espera, se reduce a nada: el encargado de la ventanilla comprueba en el ordenador el estado de la cuenta, y en un periquete lo despacha. No tiene ni que contar los billetes porque una máquina lo hace de forma automática.Nuevos oficios

Pese a los adelantos de la ciencia, sobre todo en el mundo de la electrónica, nacen por necesidad otros oficios u ocupaciones que en principio se antojan poco serias pero que la sociedad demanda. Hay dos o tres que se me antojan de poca monta, pero los que los que los dominan encuentran puesto de trabajo, no digo con facilidad, porque hoy nada es fácil, pero con posibilidades de conseguirlo. Hoy se cotiza, por ejemplo, el oficio de cortador de jamones.

Cualquiera no es capaz de cortar lonchas finas, todas parejas, para ofrecer una ración o media razón del exquisito producto.

Yo he visto -otro caso- cómo unos jóvenes trataban de escanciar vino en copas de boca reducida valiéndose de una pértiga o escanciador sin derramar una gota. La figura del escanciador es imprescindible en las bodegas y en las cenas o convites multitudinarios, sobre todo cuando hay presencia de extranjeros.

Otra especialidad demandada es la de espetero, el experto en preparar los espetones de sardina en los chiringuitos. Tiene su arte.

El arte de criar chinchillas

Debió de ser un timo de hace más de medio siglo cuando se anunciaban a bombo y platillo ofertas para criar en el propio domicilio chinchillas, ese roedor de pelaje gris cuya piel vale un pastón. Claro que para hacerse un abrigo se necesitaba criar una familia numerosa. El promotor de la idea se comprometía a comprar la producción. Para criar los valiosos bichitos y conseguir un producto de calidad se recomendaba una dieta alimenticia de costo elevado. Total, que creo que nadie se enriqueció criando chinchillas en la sala de estar de su casa.

Otra oferta que se difundió por la misma época era sembrar champiñones en las casas particulares. Yo no sé si alguien picó el anzuelo. Por aquél entonces los champiñones tenían un alto precio. Ahora está al alcance de todos los bolsillos.

En eso de las ofertas, antes y ahora, hay de todo. Aprenda holandés en cinco días, aprenda a bailar por correspondencia…