¡Triunfo! ¡Triunfo! Las máquinas excavadoras ya están aquí. Por fin. Ya estaban tardando y ahora a aplanar todo. A picotazo limpio hasta que quede todo baldío. Adiós a La Mundial. Adiós al legado de Eduardo Strachan. Adiós a parte de la historia de Málaga. ¿Dónde iba ese edificio tan horrendo, medio en ruinas, siendo tan dañino para la vista? Para colmo, con pretensiones. En pleno corazón de la ciudad. Fuera con él. Sí, fuera. Y fuera toda esa autocomplacencia aparejada a los defensores del patrimonio que tan férreamente se oponen a la creación de empleo. ¿Qué se habrán creído?

Ahora todo es mucho más bonito. Agradable para los ojos porque el futuro mira con esperanza. La Mundial ya solo es un campo de escombros. En esta nueva situación, la zona alrededor de Hoyo de Esparteros es un montón de cascote y desecho. No, aquí no ha impactado ninguna bomba. Solo que se empieza a otear el nuevo porvenir. La tipografía característica del progreso. El ladrillo vuelve y alumbrará un hotel. No un hotel cualquiera. Un señor hotel. Cuatro estrellas y trazado por un arquitecto de firma prestigiosa. Empleos por un tubo. ¿Industrias de transformación? No, camareros. Los ingenieros y el personal cualificado ya lo ponen los turistas que llegarán en masas.

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Derribo de La Mundial

Así, tristemente, parece funcionar el ciclo de la economía que busca hacer dinero por encima de todo lo demás. Por encima del propio ciudadano, al que se le despoja de cualquier posibilidad de participar en un asunto tan trascendental, como lo es todo lo que afecta a su propia historia y a la de su ciudad. Con la connivencia de políticos que miran para otro lado o directamente no son conscientes de sus pecados. Ayer fue Villa Maya. Hoy es La Mundial. Mañana quién sabrá. Ya saldrá algún edificio con valor histórico al que denostar como fiambrera.

En Málaga lleva sin llover desde no se sabe cuándo. Esta mañana el cielo ha amanecido lloroso. Igual no es casualidad. Pero da igual. Hasta nunca La Mundial. Dejad que baile la bola de demolición. Paz al progreso y guerra a los carcamales que se pierden en sus telarañas nostálgicas. El día en el que una masa crítica se pregunte eso de qué ha sido de mi ciudad, ya será demasiado tarde.