Uno de los novelistas malagueños más celebrado de todos los tiempos, a mi parecer, ha sido Salvador González Anaya, que fue académico de la Española. A lo largo de su dilatada carrera escribió numerosas novelas, como Los naranjos de la Mezquita, Las vestiduras recamadas, Nido de cigüeñas... No es fácil leerlo porque en sus obras hace gala de un conocimiento exhaustivo de la lengua española como pocos escritores. Recurría a palabras poco usadas de nuestro abecedario hasta el punto de obligar al lector a recurrir al diccionario de nuestra lengua para saber el significado de cada una de ellas. Recurría también, cuando el caso lo requería, a palabras del lenguaje malagueño, enriqueciendo así los textos de sus novelas; va que chuta, papachas, chau-chau, Aguarmeína, farruco… son algunas de las utilizadas cuando la acción o los personajes estaban relacionados con Málaga.

A modo de mera curiosidad encontré, entre muchas palabras de escaso uso, caudina, cachazudas, voznan, soporoso, pestorejo, tajarar… y así hasta doscientas palabras de la lengua española que normalmente duermen el sueño de los justos en el diccionario de la RAE.

A lo que iba, en estas últimas semanas he releído algunas de sus novelas y otras que quedaron pendientes de lectura porque tengo en mi poder un ejemplar de sus obras completas editada por Biblioteca Nueva en 1948. Casi dos mil páginas en papel biblia, un tipo de impresión que se utilizó mucho en aquellos años de escasez y que hoy, creo, ninguna editorial lo usa por su fragilidad e incomodidad para su lectura. Pasar página obliga casi a humedecer el dedo índice de la mano derecha..., si se es diestro; los zocatos, supongo, harán lo mismo pero con el índice de la mano izquierda,

Dos novelas que he leído seguidas son Luna de plata y Luna de sangre; la primera relata el viaje a Italia de unos malagueños que son sorprendidos durante su estancia en aquel país con el inicio de la guerra civil española en 1936. Deciden suspender el viaje para regresar a Málaga. Por las noticias que les llegan de lo que está ocurriendo con asesinatos, quemas de edificios y destrucciones, optan por trasladarse a Tánger, y desde la ciudad, que entonces era internacional, seguir los acontecimientos.

Málaga 1936-1937

La segunda novela -Luna de sangre- es una continuación de la odisea de esa familia instalada en Tánger. A través de la prensa, radio y sus familiares en Málaga, conocen la situación de Málaga.

Mi sorpresa, al leer la Luna de sangre, fue encontrar en el texto de González Anaya muchas referencias a mi tío Porfirio Smerdou, que a la sazón era cónsul de Méjico en Málaga.

La historia de mi tío y su labor humanitaria en pro de las personas que se refugiaron en Villa Maya, sede del consulado, fue resaltada en su día y, en 2003, el periodista Diego Carcedo, publicó un libro titulado El Schindler de la Guerra Civil, en el que cuenta, tras largas entrevistas con Porfirio Smerdou, «la historia del diplomático mexicano que salvó a centenares de refugiados de ambos bandos», según el subtítulo del libro en cuestión. Porfirio murió poco antes de la publicación del libro.

Fue presentado en el espacio cultural de El Cortes Inglés con asistencia de uno de los hijos del cónsul, Luis María. Años después -2014-, en el salón de actos del Colegio de Abogados de Málaga, la Asociación de Antiguos Alumnos de la UMA celebró un foro sobre la figura de Porfirio Smerdou, organizado por la profesora Leticia Fontestad Portales. El propio Carcedo participó y relató sus largas charlas con el ex cónsul de Méjico y que inspiró el libro de referencia, que creo que está agotado. A ese foro fui invitado como sobrino de Porfirio Smerdou.

Volviendo a la novela, hay más de treinta referencias a Porfirio Smerdou, algunas recogidas en el libro de Diego Carcedo, otras en publicaciones diversas y otras nuevas o poco conocidas, como el párrafo que copio: «La comedia de Smerdou rojo se acabará forzosamente. En Méjico ya saben que aquí su cónsul esconde hasta curas y frailes tras el pabellón mejicano; y eso a un Gobierno que comienza a surtir de fusiles y cañones a la República española, para que sus milicias nos despanzurren le ha de indignar. Dentro de nada, este gran don Porfirio, tan generoso, tendrá que arriar de sus balcones la bandera de la serpiente y franquear sus puertas a las patrullas».

En el mismo párrafo: «En cuanto deje de ser cónsul le vamos a dar el paseo. ¡Por facistón! ¿Y por granuja! ¡Y los zánganos que allí esconde irán con él a Martiricos».

Cuando se conoce el cese como cónsul, don Porfirio reúne a sus huéspedes y les dice: «Yo ya no soy cónsul de Méjico, sino un ciudadano de Málaga a quien a acusan los marxistas. Su contraespionaje me ha descubierto, y aguardo un final catastrófico. Todo el que pueda de vosotros salir de aquí, salga enseguida; porque habitar en Villa Maya es correr peligro de muerte. Ahora bien, aquel sin recursos, aquel que no tenga ni un hueco donde esconderse en otra parte, puede seguir en esta casa».Después de ochenta años…

En fechas más próximas -2018- se han publicado en varios periódicos españoles artículos que ensalzan y destacan la actuación del entonces cónsul de Méjico en Málaga.

Aunque han pasado ochenta y tres años, la figura de Porfirio Smerdou sigue interesando, tanto es así que una productora cinematográfica ha realizado un documental en el que relata la vida y obra del personaje en cuestión. Fuimos invitados a participar en la misma mi hermano Carlos y yo. Parte del rodaje se efectuó en Villa Maya, sede del consulado mejicano en el que llegaron a estar alojadas al mismo tiempo más de un centenar de personas de uno y otro sexo.

El documental, titulado La lista de Porfirio, fue estrenado hace varias semanas en Canal Sur. La inesperada demolición de Villa Maya el pasado día 19 ha sido objeto de condenas y críticas por parte de muchos sectores de la ciudad por ser una referencia de la Historia de Málaga en una época pasada.

La villa no tenía valor arquitectónico pero sí un valor que aconsejaba su conservación.González Anaya

Ahora que se debate sobre la Memoria Histórica o la nueva denominación relacionada con los lejanos años 1936-1939, creo que la novela de González Anaya cobra actualidad. En Luna de sangre, el escritor malagueño, contó lo que fue Málaga. La novela la editó en 1942, tres años después de finalizada la contienda que más vale olvidar; la Transición puso punto final a una etapa de triste recuerdo que ahora, sin justificación alguna, determinados políticos han desempolvado para ¿qué? Si personas de ideas tan opuestas como Manuel Fraga Iribarne y Santiago Carrillo, entre otros, hicieron posible la Transición, personas que ni habían nacido entonces ¿a qué juegan en 2019?

Recomiendo a los adalides de la Memoria Histórica, incluido don José Luis Rodríguez Zapatero, que lean Luna de sangre.