Ramón José Simón Valle Peña, esto es, don Ramón del Valle-Inclán, visitó de manera fugaz la ciudad de Málaga en el otoño del año 1926. En aquellos momentos, como señala Antonio Gago, autor del artículo que sirve de guía a este texto (Entrevista y conferencia de Valle-Inclán en Málaga. Cuadernos Hispanoamericanos, nº 543, 1995), «Valle-Inclán había presentado a sus lectores la mayoría de su obra literaria». En efecto, ya se habían publicado casi todos sus esperpentos; Luces de Bohemia había conocido en 1924 su versión definitiva; en diciembre de 1926 vería la luz Tirano Banderas, que había estado imprimiendo de manera fragmentaria en diversos periódicos para ganar dinero. Y por entonces ya estaba en marcha también toda la serie de El ruedo ibérico.

Valle-Inclán visita Málaga en un momento sólido de su vida, maduro, estable y con cierta holgura económica. La mejor biografía de Valle-Inclán se la debemos a Manuel Alberca, catedrático de Literatura en la Universidad de Málaga, que ha investigado su vida y obra hasta el más mínimo detalle. En La espada y la palabra (Tusquets, 2015), que además consiguió el XXVII Premio Comillas de Biografía, el profesor Alberca refiere los años 1926 y 1927 con dos entradas: «un teatro sin escenario» y «las finanzas de don Ramón». Y comenta que «durante el año 1926 desplegaría una notable actividad como conferenciante, que le reportaría también ingresos, cuya cantidad exacta desconocemos».

Don Ramón vendría a Málaga invitado por el Círculo Mercantil, tras una completa ruta por Asturias. Su presidente en aquellos momentos era Enrique Mapelli Raggio, pintor y político republicano, que fue alcalde de Málaga en 1917, y que sería gobernador civil interino en mayo de 1931, cuando la desgraciada y violenta quema de iglesias y conventos en la ciudad. El Círculo Mercantil era en 1926 un espacio moderno y cosmopolita, al servicio de la burguesía comercial e industrial, que contaba con unas lujosas y bien decoradas instalaciones en la calle Larios, además de una fecunda biblioteca y amplios salones propicios para la tertulia y la conversación. Se recibía prensa nacional e internacional, sus socios (limitados a 200) estaban por lo tanto muy bien informados. Aquel sueño posible de una burguesía ilustrada ardió también, junto a otras muchas propiedades de las clases altas malagueñas, el 18 de julio de 1936.

La ruta asturiana de Valle-Inclán

Según Javier Serrano Alonso, investigador necesario y uno de los más atentos conocedores de la obra de Valle-Inclán, don Ramón «desarrolló al menos tres largos periplos conferencísticos». El primero de ellos tuvo lugar en 1910, durante un largo viaje al Cono Sur americano, y le llevaría a dar un total de dieciséis exposiciones en tres países (Argentina, Paraguay y Chile). El segundo gran ciclo se produjo en 1921, cuando realizó una gira por México, Cuba y los Estados Unidos, y se han acreditado al menos siete conferencias impartidas en tres meses. Finalmente, «entre 1925 y 1926, en plena dictadura primorriverista, Valle-Inclán se embarca en una amplia actividad oratoria. Entre estos dos años imparte, acaso, hasta quince conferencias por territorio español. Se inicia en Corcubión, en septiembre de 1925, donde hizo diversas consideraciones sobre el arte en el teatro y la técnica en la novela, además de efectuar una lectura de La Marquesa Rosalinda, y concluye en octubre de 1926 en Málaga, donde ofrece un discurso autocrítico» (Javier Serrano Alonso: Conferencias completas de Ramón del Valle-Inclán. Editorial Axac, 2017).

La gira de Valle-Inclán de estos años se produce primero por Galicia y Castilla y León, con intervenciones en Corcubión (La Coruña), Palencia y Burgos en 1925. Ya en septiembre de 1926 se embarca en la ruta por Asturias más la conferencia aislada impartida en Málaga. La biografía citada de Manuel Alberca permite aventurar dos grandes novedades en la vida del autor que propiciaron esta frenética actividad: por una parte su mudanza y traslado a Madrid, junto a su familia, a finales de 1925, donde encontró casa gracias a las gestiones del Ateneo, que le procuró una vivienda propiedad del Conde de Romanones. Por otra, cambia su vida cotidiana, que es ahora «más familiar y condicionada por la existencia de cinco hijos. Por ejemplo, anteriormente trasnochaba o escribía de noche, ahora aprovecha las mañanas para escribir, cuando los niños están en el colegio, y la casa está en calma». En Madrid se convierte de nuevo en «el emperador de las tertulias»: frecuentaba la del Ateneo, la del Hotel Regina y, sobre todo, la de La Granja del Henar: «en las tertulias -escribe Manuel Alberca- brillaba por su facilidad para inventar la realidad, para dar la réplica a quien osase contestarle y, sobre todo, para embelesar al auditorio que le escuchaba. Las noticias de actualidad, lo que pasaba en la calle, lo hacía suyo y lo convertía en otra cosa al contarlo con su lenguaje creador».

Con este bagaje -no olvidemos, además, su experiencia periodística en la Gran Guerra, que tanto le influyó-, Valle-Inclán se lanza en 1926 a recorrer Asturias, donde pronuncia nada menos que nueve conferencias en trece días: la primera en Oviedo, el 1 de septiembre, en el Teatro Jovellanos (La novela en España) y la última en La Felguera, el día 13 del mismo mes en el Ateneo Obrero (La herencia de Roma y América en España). Valle-Inclán goza de libertad absoluta para elegir los títulos, los temas, los contenidos y los mensajes de sus disertaciones. Javier Serrano, en un trabajo colosal y delicioso, ha reconstruido estas conferencias a partir de artículos periodísticos y de crónicas de la época. En el prólogo a este libro imponente, Dru Dougherty (Universidad de California-Berkeley) señala a Valle-Inclán como pionero de las artes performativas, de la improvisación, de la teatralización de la palabra. La renovación del lenguaje escénico de los años sesenta del siglo XX, la utilización de todos los recursos al servicio del mensaje, o incluso del autor en escena, tuvo en Valle-Inclán a un precursor visionario, dotado de una vasta cultura, una formidable experiencia personal y un férreo dominio de ese pequeño teatro de vanidades que eran las tertulias madrileñas del primer tercio del siglo XX. Ese gigante de la oratoria y la improvisación llegaría a Málaga el 27 de octubre de 1926, invitado por el Círculo Mercantil.

Autocrítica en Málaga

Hay que agradecer a Antonio Gago Rodó y a Javier Serrano Alonso sus trabajos de reconstrucción del itinerario malagueño de Valle-Inclán. Lo han hecho a través de las noticias de los medios malagueños: El Cronista (sobre todo), pero también el Diario de Málaga, Vida Gráfica, La Unión Mercantil y El Telegrama del Rif. La mayoría de estas crónicas se conservan en el propio archivo del escritor. Hoy se pueden consultar en las hemerotecas digitales operativas.

El miércoles 27 de octubre de 1926, La Unión Mercantil recoge la llegada de Valle-Inclán, esa misma tarde. El jueves 28 tanto El Cronista como el Diario de Málaga llaman la atención sobre la conferencia, que se celebrará a las diez de la noche. El Cronista publica además una breve entrevista con el autor. El día 29 El Cronista recoge a doble página la conferencia, incluyendo una foto de Valle-Inclán en la calle Larios, en el escaparate de la librería Rivas, un Valle-Inclán ya icónico, barba blanca, gafas redondas, traje y bastón en su mano derecha. Finalmente, el sábado 30 de octubre aparece también en El Cronista la noticia de la marcha de Valle-Inclán: «en el exprés de ayer tarde regresó a Madrid don Ramón del Valle-Inclán, reclamado por el Círculo de Bellas Artes para la inauguración de su nuevo edificio social» (p. 12). Ese mismo día se publicaría en el Diario de Málaga un «comentario» a la conferencia de don Ramón: su autor era Carlos Valverde López, escritor y poeta muy celebrado en su ciudad natal (Priego de Córdoba), al que Francisco Bejarano Robles (citado por Gago Rodó) describe como un «hombre chapado a la antigua y censor catoniano de novedades extranjerizantes».

No era la primera vez que Valle-Inclán incluía el término «Autocrítica» en el título de alguna de sus conferencias. Lo hizo por primera vez en Madrid, en mayo de 1907, en un acto en el Ateneo («¡Viva la bagatela! Autocrítica»), y repetiría en Palencia (1925) y ya en 1926 en Avilés y Oviedo («Autocrítica literaria»). Para Javier Serrano estas tres conferencias de 1926 (Avilés, Oviedo y Málaga) «forman una unidad, y por ello se repetirán los conceptos, aunque no los desarrollos, porque eso dependió del esfuerzo, interés y capacidad de los cronistas que nos las transmitieron». En el caso de Málaga fue precisamente el diario El Cronista el que reprodujo la conferencia, y aunque no haya firma en el extenso y entusiasta artículo podemos suponer y aventurar que quizás la autoría corresponda a su fundador y director, Eduardo León y Serralvo, conocido y respetado periodista malagueño, que sería incluso presidente de la Diputación Provincial entre 1919 y 1923 -era miembro del Partido Conservador- y que terminaría sus días fusilado en septiembre de 1936, pocas semanas después del incendio del Círculo Mercantil y del estallido de la guerra civil.

En su conferencia, reconstruida en sus grandes líneas con meritoria paciencia por Javier Serrano, gracias a la técnica poliédrica de utilizar todas las fuentes disponibles, se centra Valle-Inclán -en un salón completamente abarrotado- en su propia estética: «Todo autor tiene una estética que lo singulariza y distingue de los demás, o al menos debe poseerla. ¡Desgraciado del escritor que no posea más que la ajena, ya que nada peor existe que escribir en el dorso de nuestros antepasados!".

Sigue el protagonista: «la novela es protestante y el teatro es católico, y en ello estriba esa diferencia. La catolicidad la entendemos como el medio para ser juzgados por un solo acto de nuestra vida, por un punto de contrición, no por todos los actos de la existencia acumulados. Dentro del protestantismo no existe cosa semejante, ya que son juzgadas todas las acciones, una no basta, para que al final de nuestra vida el resumen de todas provoque la sentencia final, el resultado de bondad o maldad». Para ilustrar esta teoría pone como ejemplo a Tolstói y a Dostoyevski, sus dos grandes obras: Resurrección, por un lado, Crimen y Castigo por el otro. «¿Por qué la diferencia?», se pregunta: «porque en la segunda el hecho principal surge sin tiempo para modificar el carácter del protagonista, mientras que en la primera el hecho insignificante sirve de iniciación a otros mayores y a través de ellos, con el arrepentimiento, llega el hecho supremo. El teatro no es más que la expresión de hechos aislados, únicos, mientras que la novela es la narración de hechos pequeños que han engendrado el hecho principal».

Prosigue su disertación con ejemplos españoles, la literatura realista, el Quijote: «¿Podía darse en una nación, en un pueblo, sólo dos ramas, una exclusivamente de pícaros y otra de caballeros? Sírvanos de enseñanza el Quijote, que es una novela caballeresca a la inversa, que muestra la incomprensión de un pueblo de pícaros ante su grandeza. España no fue más, en aquella época, que un pueblo de pícaros, y es sarcasmo afirmar que es un pueblo de quijotes. Sólo hubo un Quijote y se le afrentó y se le llenó de burla». La crónica recoge una «gran ovación» en este momento de la conferencia.

Continúa Valle-Inclán, y habla de Velázquez y de Goya, señalado por todos sus estudiosos como el pintor más admirado por don Ramón. Y pasa a través de Goya a explicar la técnica de los Esperpentos: «Fijaos en aquel retrato de la familia de Carlos IV -por ejemplo-, aquella triste familia que en el cuadro parece destinada para un 'pim, pam, pum', y que, sin embargo, se hallaba encargada del destino que le ofrecía el peso de la corona. A esa relación entre aquellas figuras y sus funciones es a lo que yo llamo Esperpentos». El Telegrama del Rif (cito de nuevo a Javier Serrano) recoge en esta parte otra cuestión interesante: que Valle «sólo considera dos genios universales, Shakespeare y Goya, que reunieron la triple armonía -lo lírico, lo trágico y lo cómico».

La parte final de la conferencia se detiene en la figura de Don Juan, una figura arquetípica en la que se inspiró para dar forma a dos de sus creaciones más sobresalientes: el Marqués de Bradomín (personaje de las Sonatas) y las Comedias bárbaras. La conferencia termina con la historia de los campesinos que entregan al rey un cuervo que sabe gritar ¡Viva el rey! y un burro que sólo sabe rebuznar. Merece la pena reproducir el sentido párrafo literario con que recoge este momento El Telegrama del Rif : «Y solemne, inmutable, como empezó, sin haber dado a su voz más que un matiz grave y profundo, que sobrecoge y atrae el propio tiempo, termina don Ramón de hablar echando atrás su brazo derecho, para acariciar la manga izquierda de su levita, donde se esconde el muñón. La ovación no cesa, pero Valle-Inclán, hierático, observa tras de sus gafas oscuras, las almas de los que le aplauden».

Epílogo

Nada se sabe de las posibles consecuencias de la visita fugaz de Valle-Inclán a Málaga sobre la vida cultural y social de la ciudad, más allá de las tertulias y probables conversaciones en los círculos más ilustrados. Sin embargo, pocos meses más tarde vería la luz en Málaga la revista Litoral, y cabe preguntarse si Emilio Prados o Manuel Altolaguirre -entre otros- formaron parte o no de la nutrida audiencia que tuvo don Ramón en el Círculo Mercantil. Justo un año después de aquella conferencia sobre las divinas palabras y los humanos pecados, sobre la novela y el teatro, sobre el tono y el tiempo, la revista Litoral alumbraría a toda una Generación del 27, cuya relación con Valle-Inclán merecería un profundo estudio. El último rastro de su relación con Málaga se remonta a la primavera de 1934, cuando solicita a México un Consulado, «uno cualquiera, en Gibraltar, Tánger, Algeciras o Málaga» y pasa por la ciudad camino de Italia (vía Gibraltar) el 4 ó 5 de marzo, «para despedirse de su hijo Carlos, interno en el colegio de los jesuitas de El Palo, el pueblo marinero cercano a la capital malagueña, donde cursaba el último año del bachillerato» (Alberca, p. 622).

Valle-Inclán fallecería enfermo de tifus en los primeros días de enero de 1936. Su conferencia malagueña es una excusa perfecta para conocer mejor al escritor, al dramaturgo, al polemista, al personaje. Y también para recordar un pequeño detalle que sólo Gago Rodó ha sido capaz de ver: que «don Ramón ofreció la conferencia en el día de su sesenta cumpleaños, el jueves 28 de octubre de 1926».