Necesidad y arte son términos tan difícilmente conciliables, como para que durante siglos, filósofos y pensadores hayan debatido sobre el tema, sin llegar a ninguna conclusión, realmente válida. Quizás la más importante en términos de exclusión haya sido la de que «el Arte es imprescindible, pero no sabemos para qué».

Los círculos intelectuales de Málaga, suponiendo que haya algo en nuestro pequeño mundo realmente digno de ser calificado así, andan revueltos durante las últimas semanas, discutiendo, o más bien, afirmando rotundamente la extrema necesidad que esta ciudad tiene de que se construya un auditorio.

Hace ya muchos años, un pequeño grupo de tres o cuatros personas creamos, gracias a la generosidad de la Fundación Unicaja y del Ayuntamiento de entonces(presidido por cierto también por Francisco de la Torre), el que, posiblemente, sea el mejor ciclo de música y danza que haya existido en esta ciudad. Siendo muy poco original, lo bautizamos como Ciudad del Paraíso. ¿Era aquello realmente necesario? Sinceramente, creo que no. Pero valió la pena. La crisis arrasó hasta con su memoria, porque un extraño velo de silencio cayó sobre su recuerdo.

También gracias a la generosidad de la Fundación Unicaja, se crearon los, hasta esos tiempos, inexistentes Conciertos de Navidad y Cuaresma en la Catedral, con momentos realmente memorables por la calidad de las agrupaciones musicales que participaron, en lo que suele llamarse “el marco incomparable”. La brillantez de esas noches pueden resumirse en la mejor exclamación que, en este sentido, he oído en boca de una muy querida amiga, atea declarada, después de oír El Mesías que acababan de interpretar los King’s Consorts: «Qué belleza si fuera cierto!». Aquellos conciertos tampoco eran necesarios, ni en términos económicos, ni turísticos, solo en términos espirituales, ni siquiera religiosos. Y mucho menos, que después fueran imitados por mediocres músicos en manos de arribistas confesos. Arte y memoria si son términos muy conciliables.

Años después Esirtu, una pequeña o mediana empresa, según la calificación fiscal, patrocinó varios conciertos, también en la Catedral, que sirvieron, entre otras razones, para que fuera desplazada de la gestión cultural de la misma, en una despreciable maniobra sin justificación alguna. Necesidad, por tanto, ninguna. Más bien al contrario.

También Esirtu, en plena vorágine de la crisis, patrocinó durante un año, a la Joven Orquesta Barroca de Andalucía, cuya existencia corría tan grave peligro, que sin su ayuda, los chicos estudiantes no hubieran podido continuar aquellas semanas de convivencia, bajo la dirección de profesores invitados, que tanto contribuyeron a su formación. Era aquello necesario? En este caso sí, pero estamos hablando de educación, no creación de Arte efímero. Educación para que unas personas puedan, al cabo de los años, realizar el milagro de crear un instante de belleza, que como decía Keats, es una alegría eterna.

Quiero decir con todo esto, que creo tener una cierta autoridad moral- yo y los que me acompañaron en aquellas aventuras, Salomón, Taté, Curro, Gonzalo, Juan Carlos- como para opinar sobre este tema, acerca del cual he guardado silencio hasta ahora. Y lo he hecho, hasta conocer a Agustín Benedicto y el proyecto de Auditorio que ha creado, junto a su socio Federico Soriano, al que no tengo el gusto de conocer. Y tengo y debo decir que ese proyecto es una joya, una verdadera creación de la mejor arquitectura, en que funcionalidad y belleza van unidas y que, si finalmente, alguien decide hacer algo en este asunto, ese y no otro -y mucho menos «redimensionado»- es el proyecto que hay que sacar adelante. Yo no soy arquitecto, pero auditorios a lo largo del mundo, he visto unos cuantos y música he oído durante miles de horas de mi vida. Por ello me atrevo a hacer esta afirmación. No queremos un salón de actos, ni un cine de verano. Queremos un auditorio y queremos que sea éste, y no otro. Así de simple. Y así de caro. Y aquí entramos en el espinoso tema de la financiación. Las varias administraciones públicas que nos ahogan con sus respectivas cargas fiscales, tienen que saber que las elegimos democráticamente para que administren el dinero que les entregamos y que es nuestro y ganado por nosotros. Y que se lo entregamos para que, además de pagar sus sueldos, lleven a cabo las realizaciones y proyectos que los ciudadanos queremos y exigimos. Y en este caso, queremos ese auditorio. Y lo queremos ya. Y si viviéramos en un país de tradición anglosajona y tuviéramos y disfrutáramos de una ley de mecenazgo en condiciones, también las empresas particulares se verían ciertamente atraídas a participar en este proyecto. Hubo un tiempo en que se creó la Fundación Carlos Álvarez, que nació con los mejores auspicios, para la realización de un proyecto integral en torno a la música. Murió por razones que algún día habría que aclarar. Eso es lo que echo en falta en este caso en la actualidad. Un proyecto y un programa integral, que, por supuesto, tendría que incluir la mejora de las condiciones de estudio del Conservatorio Superior de Música, impropias del siglo XXI y de una ciudad como ésta. Es curioso que estas condiciones tercermundistas no hayan salido a la luz hasta el cambio de «régimen» en Andalucía. No me vengan con la historia de que una vez tengamos el auditorio, lo demás vendrá rodado, porque todos sabemos que no es así. ¿Es necesario que hable, por ejemplo, del Museo de Bellas Artes, esa obra magnífica que se enmarca en la sobriedad y grandeza pétrea del palacio de la Aduana y que languidece, en medio de esa medida populista y absurda de la gratuidad del Arte?

Las personas, todas ellas dignísimas, que han participado en encuestas, plataformas y asociaciones en torno a este asunto, han afirmado motivos varios acerca de la necesidad del auditorio, alegando razones que en verdad, muchas de ellas solo demuestran el desconocimiento y alejamiento del mundo de la música que estas personalidades sufren. Porque si se alegan razones económicas, turísticas, y demás zarandajas que cualquiera suelta, cuando tiene que decir algo afirmativo en un tema que desconoce, entonces el Auditorio no es necesario, no hace ninguna falta. Y mucho menos, como diría el maestro Vargas Llosa, por razones de entretenimiento y de banalidad. «En el pasado, la Cultura fue una especie de conciencia que impedía dar la espalda a la realidad». Conciencia, no dar la espalda, estamos hablando de otra cosa. Y por eso, como también él afirma, «muchos han optado por el discreto silencio».

Pero llega un momento en que el silencio ha de ser roto. El silencio no siempre es oro. Para no ser cómplice de algunas cosas, de determinadas afirmaciones, de motivaciones absurdas. Ese silencio eterno que atronaba los oídos de Beethoven, cuando compuso la Novena Sinfonía, sin oírla jamás, sino en su cerebro, sin posibilidad alguna de oírla físicamente nunca. ¿Alguien en su sano juicio puede afirmar que Beethoven tuviera otra necesidad de construir esa inmensa obra, que justifica al mundo, que no fuera la de sacarla de su cerebro antes de morir? Ni el arte, ni la música, ni el auditorio son necesarios, sino para hacernos mejores, para elevarnos, para soñar que sí hay algo que trasciende a nuestra propia naturaleza. Si hablamos de este tipo de necesidades, entonces sí, hagamos este auditorio. Y estará justificado cuando la primera noche, en la oscuridad y en medio del silencio, como en Bayreuth, empiecen a sonar los primeros acordes de la primera pieza que allí se interprete. Y cada espectador entrará en comunicación con algo que no sabemos qué es, pero que todos llevamos dentro y la emoción se producirá por el simple hecho de oír unas notas .Y se produzca el milagro del hombre que vuelve a erguirse, a ponerse en pie, como en las cavernas y es capaz de crear algo tan definitorio, tan específico, tan único de la raza humana como es la creación. La Creación.