El primer calendario que llegó a sus manos, cuando tenía 9 años, fue el de una joyería de Barcelona, en 1960. «Mi padre, Antonio González, estaba de cabo de la Guardia Civil de Tráfico en Palencia y el calendario me lo dio la mujer de un compañero de él», recuerda Margarita González, que en su casa de Portada Alta conserva más de 6.000 calendarios coleccionados desde entonces.

El siguiente lote le hizo romper las formas de colegiala ejemplar, porque como recuerda: «En esa época era muy famosa la película Fray Escoba; estando en clase a una compañera se le cayeron los almanaques de Fray Escoba, los cogí y dije: son míos», sonríe.

Todavía guarda esos calendarios, impresos en una imprenta de Palencia. Como explica, el hecho de que fuera hija de Guardia Civil y que pasara muchos años en varios puntos de España con su familia hizo que su colección, que empezó guardando en una caja, creciera de forma sorprendente.

«De calendarios me llegaban auténticos tacos, primero porque no había amigo o conocido de mi padre que no colaborara con él y luego porque había muchos guardias civiles solteros, amigos míos, que iban recorriendo los pueblos y me traían muchos. Había tardes que me las pasaba enteras repartiendo, separando, clasificando...», recuerda.

Por entonces, la caja ya se había quedado pequeña y empezó a clasificar los almanaques en álbumes. El calendario más antiguo es de 1959.

Como recuerda, había años en que lograba reunir más de 300, cuando estaba de moda que todo tipo de comercios y empresas sacaran uno. «Solían salir a partir de octubre».

Margarita los tiene clasificados por temas y son de lo más variados: Semana Santa de Málaga (tiene muchos del Cautivo), motos, coches, pintura, películas, moda, paisajes, ciclismo, fútbol, fotos antiguas... En los 70, por cierto, en plena época del destape se pusieron de moda los calendarios de mujeres con poca ropa y también tuvieron un gran auge los almanaques de chistes, de los que guarda un buen número.

Por tener, tiene hasta calendarios de Brasil, Rumanía y Francia («una íntima amiga de mi madre vivía en París y me los mandaba», explica).

Su colección es una pequeña historia del mundo en cartulinas con el tamaño de un naipe. Porque, como curiosidad, también es la oportunidad para apreciar el avance de la técnica, al contemplar almanaques con catálogos de vídeos y televisores o repasar negocios ya desaparecidos de Málaga como Rafael García, un taller de reparación de automóviles que en 1969 estaba en el Pasillo de Atocha, y también para ver una vista de Málaga con sólo un edificio de La Malagueta en construcción.

«Ahora se hacen poquísimos calendarios, consigo unos 12 al año cuando he llegado a juntar 300», recuerda.

Margarita González prefiere el método tradicional que sigue desde la infancia de reunirlos de su entorno y no buscando por internet. El suyo es un coleccionismo de toda una vida.