Ahí te encuentras de repente sobre el mar congelado y con 40 grados bajo cero. El trineo detrás de ti y tiritando como un perro. Y entonces se cuela en todo ello una belleza extrema. El cielo irradia azul, no hay ni una nube, el aire sabe a limpio y, por un momento, no corre viento. Un panorama de 360 grados inmutable. Un plato gigante de hielo. Algo así no se olvida. Como tampoco las piedras incrustadas en las paredes laterales de ese refugio, que ha sido chaleco de vida durante 48 horas, como si alguien hubiera descargado con alevosía su escopeta de perdigones. Solo que el gatillo era una tormenta de nieve y los perdigones eran guijarros de hielo. Manuel Calvo quería experimentar Groenlandia otra vez. Experimentar la infinita lejanía a través de su belleza y de su brutalidad. Ha padecido aislamientos forzosos y ha vuelto a Málaga sin sensibilidad en un dedo de la mano. En esta entrevista con La Opinión habla sobre su aventura. Con sus amenazas, miedos y privaciones.

¿Cuántas veces le han preguntado si está loco?

Muchísimas veces. Que qué necesidad tengo de hacer esto. Mira, pues necesidad no y sí. Siempre me han gustado la aventura y los retos.

¿Qué es el frío?

Dolor. El frío duele mucho. El frío no es como el de aquí, que, bueno, sientes frío, tiritas un poco, te abrigas y pasas la sensación desagradable. Allí llega un momento en el que tienes congelaciones. Como las que he tenido en un dedo, que todavía lo estoy padeciendo. No puedes hablar porque las mandíbulas se te congelan. Aunque parezca mentira, te tienes que masajear la cara con nieve para entrar en calor. Para mí, el frío empieza a partir de los 20 grados bajo cero.

¿Entonces, habrá sufrido mucho durante el último mes?

He sufrido y he padecido el frío. Porque hay una cuestión en esto. Claro, yo no voy como mero espectador. Mi obsesión es fotografiarlo y grabarlo todo. A ti lo que te salva son las manoplas, pero para manipular la cámara te las tienes que quitar. Un minuto grabando, con unos guantes finitos que se te quedan tiesos también, es mucho frío. Son dolores. Dolores de saltarle a uno las lágrimas.

Acaba de llegar de su quinta expedición al Ártico. ¿Está huyendo de algo?

Para nada. Todo lo contrario. Una de las cosas que dejo aquí es mi familia. Carmencita, la más pequeña mía, me la he dejado llorando en las cinco veces que me he ido. Este año, por ejemplo, ha habido momentos críticos, con una tormenta de nieve y viento que me pilló. Estuve 48 horas en un refugio sin poder salir. Sin saber lo que iba a pasar. Cada vez que venía una nueva racha de viento, arrastrando piedras de hielo y cimbreaba el refugio como si fuera una caja de cartón, te preguntas por qué le haces esto a tu familia.

¿Cómo de largas se pueden hacer 48 horas encerrado en un refugio en mitad del Ártico?

Muy largas. Dicen que hay que tener miedo porque te pone en alerta. Yo, el miedo, no sé muy bien lo que es. Creo que si hubiese tenido miedo en ese momento, podía haber entrado en pánico. Porque estás en una situación en la que tienes un teléfono vía satélite y puedes llamar. Vale, muy bien. ¿Pero a quién y para qué? Un helicóptero no va a poder venir. Nadie. Estás en refugio montado sobre un trineo y amarrado sobre piedras. Este invierno, el Anori, que es el viento de Groenlandia, ya se ha llevado cinco refugios de este tipo. ¿Qué es el miedo? Pues quizá el miedo sea no volver a ver a mis hijos.

¿Algo de ti se queda en la lejanía cuando vuelves? ¿Qué sensaciones se experimentan al volver a poner pie en tierras malagueñas?

Bueno, yo ya tengo amigos allí y se me queda un regusto raro de decir pues ya he llegado otra vez a la civilización. No sabemos lo que es la civilización y lo que tenemos hasta que has vivido en un sitio de estos, totalmente aislado. Los baños no tienen desagües y todo se hace en una bolsa comunitaria. Vas a la tienda y la sección de fruta fresca está vacía. No tienes una cafetería. Cuando llegas aquí, a mí me queda cierto mal sabor de boca en el sentido de que nosotros vamos allí, hacemos nuestra película, volvemos, lo contamos y hostia qué bonito todo. Pero dejamos allí a un pueblo, los inuit, en unas condiciones... ¿Son felices? Pues yo creo que sí. Pero ahora tienen una ventana abierta al mundo que se llama internet y eso da un trasfondo nuevo. Ver lo que hay en el resto del mundo y vivir allí es muy muy duro.

¿Qué es Groenlandia más allá de un país soberano en el vasto mapamundi?

Yo creo que hay que diferenciar dos partes de Groenlandia. La parte sur y centro, con Nuuk, la capital, e Ilulissat, que es la segunda capital más grande, con sus 11.000 habitantes. Bueno, pues es la parte que más se parece a Europa. Hay hoteles buenos y los servicios que cualquier otra ciudad pudiera tener, con un hospital en condiciones... De ahí hacia el norte hay otra Groenlandia, que es la que a mí me fascina. Es Qaanaaq. Por supuesto es Siorapaluk, que es el pueblo más al norte del mundo. Tiene 50 habitantes y el único medio de comunicación que tienes es el trineo con perros. Para ir a Qaanaaq, que está a 60 kilómetros, se tarda unas seis u ocho horas.

Nieve, mar congelado hasta dónde alcanza la vista y la única compañía de 16 perros. Sólo con imaginarlo ya se lleva mal.

Bueno. Con los perros se me quita todo. Yo tengo predilección por los perros. Cuando me subo al trineo y arranco sobre el mar congelado, me fascina observar a los perros, que son los verdaderos héroes del Ártico. El hombre allí ha sobrevivido gracias a ellos.

¿Qué razones hay a favor de optar por el camino difícil cuando se podría discurrir por el camino fácil?

Los resultados siempre suelen venir por un camino complejo, difícil, más largo y más laborioso. El intentar hacer cosas diferentes, el innovar. Y es verdad que uno ya lleva un bagaje importante en la carrera ártica, por llamarla de alguna manera, pero yo no busco tener ningún récord ni ser el que más kilómetros ha hecho. Pero sí que creo que tengo un récord que es difícil de igualar, que es llegar con un mensaje de tenencia responsable, que no hay que olvidarse de que todo esto viene gracias a un proyecto educativo para contar la cultura y la historia del perro.

¿De pequeño ya era un espíritu aventurero o le llegó la iluminación en una crisis de identidad mal resuelta?

Que va... todo lo contrario. Siempre he estado inventando. Con 16 años me subí por primera vez a un mercante. Luego me alisté a los buzos de combate.

Ha estado siete días aislado por una tormenta de nieve, dos de ellos en un refugio sin poder moverse. ¿Qué le pasa a uno por la cabeza?

Bueno, piensas que sí, que igual aquí se ha acabado la historia. Fueron momentos críticos porque no podías salir a ningún lado. Salir era morir.

¿La soledad extrema sirve también para conocerse mejor a uno mismo?

Yo eso de conocerte a ti mismo, qué quieres que te diga. Si no te conoces ya a los 52 años, malo eso. No soy tan profundo en esos planteamientos. Creo que ya me conozco lo suficiente. Incluso diría que no me quiero conocer más.

¿A más duro el reto, más grande la recompensa?

Sí y no. La recompensa de vivir lo que yo he podido vivir allí, creo que es muy grande. El ver aquello. Hay momentos en los que vas sobre el trineo y te quedas fascinado de lo que estás viviendo y piensas que eres un privilegiado. Pagando un canon importante, eso sí, pero sin dejar de ser un privilegiado.

¿Cómo se lleva la renuncia a todos los lujos materiales?

Pues mira, el lujo es, cuando acabas la expedición, poder tomarte una cerveza fría. O el darte una ducha con agua caliente.

¿Sirve este viaje pare redefinir la palabra sencillez?

Totalmente. Allí la sencillez se lleva a su máximo exponente. Es una sencillez que está condicionada por el clima. Vivimos en una sociedad del consumismo en la que el 80% es superfluo e innecesario. Allí te das cuenta lo que es esencial y lo que es prescindible.

En las imágenes, el paisaje que le ha rodeado se asemeja a un plato gigante de hielo.

Más bien una jungla de hielo, diría yo.

Parece bello y amenazante al mismo tiempo.

Lo es. Sobre el hielo los peligros son inminentes. Una caída, que es lo más simple, se te puede complicar mucho. Los iceberg, tamaño catedral, si te acercas demasiado, te estás acercando al peligro. Ese plato congelado es un plato con muchas aristas y esconde muchos peligros.

¿Usted se siente como un cazador de momentos?

Más bien soy un vividor de momentos. En esta vida hay que disfrutar de los momentos porque estamos aquí de paso.

¿Con predilección por los momentos intensos, entonces?

Pues sí, no sé, pero sobre todo en relación con la naturaleza. Tenemos que crear nuestros propios momentos para vivirlos.

¿Cuánto tiempo le duran en la retina?

Yo creo que son para toda la vida. Para un tío que ha sido marino, que te han pillado muchos temporales, ver un mar congelado fue una sensación muy fuerte. Poder caminar sobre el mar. Cuando fui la primera vez, no hacía mucho que mi padre había fallecido. Pensaba en él, lo mucho que fliparía si le contara que su hijo ha estado caminando sobre el mar congelado.

¿El Ártico le ha creado adicción?

Yo creo que sí. Conozco a muchos a los que les pasa lo mismo. Creo que cualquiera que va por allí se quedaría enganchado. A los iceberg les pasa lo mismo que a las nubes. A cada uno le ves su forma.

¿Hasta qué punto ha tenido que llegar hasta sus propios límites durante esta expedición?

En lo físico, no he tenido que llegar a mi límite. Bueno, no es que sea un atleta, pero uno está todavía en forma. Psicológicamente, sí. Llegue a un punto, cuando estuve aislado, en el que tuve que controlar mi mente. No entrar en modo pánico porque es en los momentos críticos cuando hay que estar más templado.

¿La mente juega malas pasadas?

Y tanto. Nadie sabe cómo va a reaccionar cuando llega a un punto en el que te das cuenta que el fin puede estar a la vuelta de la esquina. Que puede estar, no que esté. Sí que he podido vivir en esta expedición un sensación como no la había vivida nunca antes. La de vale, quizá, hasta aquí hemos llegado. Groenlandia es un sitio bonito para morir, pero prefería volver a Málaga.

Parte de su viaje también era para concienciar sobre el cambio climático. ¿Existe?

Y tanto. Hace 20 años a Ilulissat no llegaban los barcos en invierno. ¿Por qué? El mar estaba congelado. Ahora sí llegan los barcos. Los glaciares están retrocediendo. Hay glaciares de los que he visitado que, desde mi primera visita, han retrocedido un kilómetro. Eso es una auténtica barbaridad.

"Los perros son los verdaderos héroes del Ártico"

¿Abrir la ducha y que salga agua caliente siente de otra manera después de estar rodeado de hielo?

Totalmente. Había días en los que te aseas con una taza de agua. El dormir en una cama nada más, eso ya es un lujo muy importante. Tomarte una cerveza, pues directamente es la leche.

¿Qué queda de la magia de Groenlandia?

Queda todo. Su gente, sus colores, sus silencios. Lo radical que es. Su fauna. Osos polares, narvales, focas. En fin, es todo un conjunto. Pero a mí, lo que me ha llevado hasta allí, y lo que me tiene fascinado, son esos perros del hielo. Los perros en Groenlandia son los verdaderos héroes del Ártico. Son los que más genes comparten con el lobo groenlandés.

¿Cómo son los inuit, el pueblo original de Groenlandia?

Tenemos que partir de la base de que hace 100 años no conocían al hombre blanco. Pues es un pueblo al que marca mucho la hospitalidad. Entre ellos, siempre se han ayudado mucho. Después, es un pueblo no rudimentario, pero sí muy básico en cuanto lo que nosotros consideramos como primeras necesidades. Es supervivencia pura y dura.

¿Qué ha significado para usted el perro en esta expedición?

La piedra angular de todo esto. La supervivencia del ser humano en el Ártico no sería posible. La historia de la humanidad se hubiera escrito de otra manera sin el perro.

¿Es el mejor compañero del hombre?

Sin lugar a dudas, es el mejor compañero del hombre. Pero también es algo más. Cuando tu vida depende de él, cuando sabes que sin perros no te vas a poder desplazar o no vas a poder ir a cazar una morsa para darle de comer a tu familia, el concepto perro tal cual como aquí lo conocemos, cambia. Aquí decimos mucho eso de que el perro es uno más de la familia. Allí es tu vida.

¿Podría imaginarse su vida sin perros?

No. Evidentemente, no. Dicen que hay vida sin perros, pero no es la mejor. Yo, sin un perro al lado, no me imagino. De las cosas que más disfruto es salir por las mañanas a pasear con ellos. Me siento en una piedra y como suelo llevar a más de uno, los observo. Veo como se comportan entre ellos, juegan e interactúan.