En las entrañas de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Málaga, entre despacho y despacho, se encuentra el Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Raras, CIBERER, en concreto la Unidad 741; uno de los 57 grupos de investigación que se dedica al estudio de las enfermedades raras; una hipótesis sobre una molécula, un posible fármaco, la ayuda necesaria para paliar el desconocimiento de alguna de las entre 6.000 y 7.000 enfermedades diagnosticadas y que se estima que alcanzan a una de cada siete personas.

Con Miguel Ángel Medina al frente, esta unidad está compuesta por siete investigadores a los que se suman los equipos de trabajo hasta alcanzar 20 personas entre catedráticos, profesores titulares y postdoctorados. Once años desde que comenzó su andadura, dependiente del Instituto de Salud Carlos III, y que se centra en estos momentos en cuatro líneas de trabajo, todas ellas aplicables entre sí mismas.

La más potente, la que recibe más respaldo por parte de CIBERER a nivel de financiación es la relativa a bioinformática predictiva. El laboratorio es un ordenador, sin más, y a través de él se buscan modelos predictivos para afinar con el diagnóstico y dar con posibles fármacos a través de la secuenciación de genomas o los síntomas -fenotipos- anotados por los médicos sobre el paciente. Una forma más rápida y segura para dar con un diagnóstico a través de uno de estos dos parámetros -secuenciación de genomas y fenotipos- y que abre la puerta a dar con posibles fármacos. La investigación, liderada por Juan Antonio García, está centrada ahora en la aplicación de estos modelos predictivos en seis enfermedades raras concretas y cuenta con el respaldo económico de la Fundación Ramón Areces.

Otra de las líneas que trabaja esta unidad desde sus inicios está relacionada con la angiogénesis, la creación de nuevos vasos sanguíneos a partir de otros preexistentes que se ha demostrado que, en caso de no ser local y controlada -una herida o la menstruación- es patológico. En concreto, el profesor Medina asegura que más de un centenar de enfermedades raras son dependientes de este proceso. La labor de la Unidad 741 se centra en descubrir compuestos de origen natural y de la farmacopea natural que sean potentes inhibidores de la angiogénesis y demostrarlos. Hasta el momento cuentan con siete patentes internacionales, gracias a la estrecha colaboración que han desarrollado con Biomar, un centro dedicado a la microbiología, fermentación y química de productos naturales y que le ha surtido de compuestos de origen marino desde sus inicios. Por citar alguno, el equipo de Medina descubrió en el año 2001 que un compuesto que produce una esponja del Mar Egeo es un potente inhibidor, el inicio para dar con un fármaco que actúe sobre esto.

Otro de los hitos que se apunta esta unidad está relacionado con la información básica que desglosaba que el principio activo de una crema que se utilizaba en los años 50 para el tratamiento leve de la psoriasis en Alemania -Dimetil fumarato- era un inhibidor de la angiogénesis.

La información se publicó en una prestigiosa revista de Dermatología y coincidió en el tiempo con otro estudio similar de otro grupo, lo cual elevó su impacto. La gran sorpresa para Medina fue que en 2017 se publicó que el fármaco número uno en ventas de cara a 2019 para abordar la esclerosis múltiple tenía como principio activo este compuesto, un fármaco que mueve a día de hoy miles de millones de euros. «Fuimos pioneros en caracterizar el efecto biológico del Dimetil fumarato y se puso en el mercado como el tratamiento de elección de una enfermedad tan complicada como es la esclerosis múltiple», explica Medina. «Contribuimos ciegamente a poner el foco en este compuesto», sentencia.

La tercera línea de investigación está relacionada con el metabolismo tumoral en poliaminas e instaminas, compuesto químico de más de un grupo de aminas y aminas biogénicas, respectivamente. Medina incide en que varias docenas de enfermedades raras dependen de la desregulación del metabolismo de las poliaminas e instaminas. Y es que el ph en sangre se mueve en unos niveles muy concretos, y unas décimas de variación ya indican que algo no va bien. «Por ejemplo, en los tumores está presente esta desregulación y hay niveles elevados de poliaminas», sentencia.Una línea de trabajo que el equipo llevó a cabo durante unos años y ha retomado recientemente para conocer un poco más el comportamiento de estas moléculas.

En cuanto a la cuarta y última línea que abordan, Medina indica que se trata de analizar secuencias génicas y su ensamblaje. Para ello hay que entender que un solo genoma humano está compuesto por 3.000 millones de letras y la primera secuenciación se hizo en 2001, un hito científico que llevaba detrás 15 años de estudio y millones de dólares. La ciencia ha avanzado a pasos de gigante en esta materia y ahora con miles de euros y un tiempo prudencial este trabajo se ha convertido en algo rutinario. Un estudio para conocer la predisposición genética que tiene una persona sana a ciertas enfermedades y que abre la posibilidad de ver diferencias y similitudes con los genomas de aquellas personas que tienen alguna enfermedades rara; el big data humano.

Con el investigador Gonzalo Claros al frente, lo único que requiere esta línea, además de tiempo y paciencia, es un supercomputador capaz de gestionar esos millones de datos que después dan la posibilidad de reconstruir el genoma -ensamblado- y comparar entre unos y otros. Medina recuerda que hay proyectos a nivel internacional para analizar el genoma de un millón de voluntarios, un paso más para dar con el enigma que llevamos escrito y que implica el desarrollo de enfermedades para trabajar en posibles soluciones. «Las enfermedades raras son un cajón de sastre, vamos hacia el diagnóstico personalizado y absoluto», sentencia. Mientras tanto, en CIBERER siguen investigando. Es la única forma de acercarse un poco más al diagnóstico y tratamiento cada vez más personalizado.