­La política moderna demanda acción permanente, no permite tregua y viene marcada por el estilo que le imprimen sus dirigentes. Pablo Casado, aspirante popular a La Moncloa, es de vivir la campaña, como dice la película, deprisa deprisa. Este miércoles llegó a Málaga en cliché de remontada. En el PP hay una sensación generalizada de que sendos debates televisivos le han insuflado oxígeno, al mismo tiempo que han dejado sin aire a Pedro Sánchez, su principal rival. Hasta el punto de verse más cerca que nunca de arrebatarle el Gobierno al PSOE. Con esa moraleja salieron los 1.000 afiliados y simpatizantes que llenaron la antesala del Palacio de Congresos, convertido, con todos los aderezos para la ocasión, en un pabellón mitinero. La campaña electoral ha discurrido en una línea de dejar un poco de lado los actos con miles y miles de personas, tan tentadores, tradicionalmente, para abandonarse al autobombo. Y eso que el PP quemó ayer todos sus cartuchos en Málaga, alineando, junto a Casado, al presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, y al consejero de Presidencia Elías Bendodo. El valor adicional y la novedad la imprimió el fichaje personalísimo de Casado, Pablo Montesinos, al que se le notó plenamente integrado en las dinámicas de la trinchera de enfrente. Lo de ayer, fue su segundo bautismo de fuego, después de su puesta de largo, hace tres semanas, en los Baños del Carmen.

A pesar de verse ya gobernando en La Moncloa, Casado centró gran parte de su discurso en apelar al voto útil. Sin nombrar a Vox en ningún momento, dejó claro que lo suyo, ahora mismo, es una carrera directa por los votos con Abascal. Lo que vendrá después del 28 de abril, la correlación de fuerzas entre ambos, ya lo dirán los números.

«Vuelvan a su casa, no les vamos a defraudar», precisó un Casado, constantemente jaleado por los suyos, y que se mostró, a pesar de todas las advertencias, muy confiado en sí mismo. La única posibilidad de que Sánchez permanezca en La Moncloa, alertó, estaría en una dispersión del voto. En este sentido, Casado abundó: «Solo con el PP, la unidad de España está garantizada. Si se fragmenta el voto, se fragmenta España». Llegados hasta aquí, como está siendo habitual en sus intervenciones durante esta campaña, insistió en el peligro de que «España caiga en las manos del comunismo y separatismo». En los siguientes compaseses de su discurso, Casado desplegó la habitual artillería pesada contra Sánchez, acusando al actual presidente de «sentarse a negociar con los terroristas de Bildu y ETA».

Además de estas invectivas, el candidato del PP introdujo en esta recta final de la campaña el asunto de la inmigración. Advirtió de que habría aumentando desde que gobierna Sánchez y aportó sus datos al respecto: «Hay un 173% más de inmigrantes durante el Gobierno de Pedro Sánchez». Para Casado, un asunto preocupante, ya que ratificaría lo que él habría advertido desde hace tiempo. En este sentido, no dudó en subrayar que en España el «efecto llamada» es ya del todo una realidad. «El efecto llamada es muy peligroso» sentenció, además de lamentar que no se le tomara en serio por parte del Gobierno del PSOE. «Nos llamaron Salvinis», ironizó al respecto.

Sobre la política económica que quiere llevar a la realidad si gobierna, Casado explicó que estará basada, principalmente, en lo que ha denominado como «revolución fiscal». Según dijo, sus políticas garantizarían un ahorro de 700 euros anuales al contribuyente medio.

No hay que remontarse tanto en el tiempo para encontrar voces en el PP que pensaban que Moreno le restaba mucho potencial a los populares andaluces. Ayer, Casado recalcó una y otra vez que Moreno es ya un ejemplo a seguir. Algo que encaja muy bien con los días de vinos y rosas que está viviendo el Ejecutivo PP-Cs en San Telmo. En esa deconstrucción de la identidad como fuerza de la oposición, Bendodo admitió que todavía «me emociona cuando veo que Juanma es el actual presidente de la Junta».

Además de la cúpula andaluza del PP, asistieron al acto dirigentes y cargos provinciales. Entre ellos, el presidente de la Diputación, Francisco Salado, y el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre.