Alejandro Lerroux García, nacido en el pueblo cordobés de La Rambla en 1864 y fallecido en Madrid en 1949, fue sin lugar a dudas uno de los políticos españoles más decisivos e influyentes en la agitada vida política nacional del primer tercio del siglo XX, que en nuestro país se alargó hasta el verano de 1936, y cuyas consecuencias se han extendido prácticamente hasta nuestros días. Periodista -fundó Progreso y La Insurgencia, y dirigió El País a finales del siglo XIX-, polemista, orador excesivo y furibundo, azote de los tejemanejes de la Restauración y dispuesto siempre al choque, su dominio electoral de la convulsa Barcelona de los primeros años del siglo pasado, la de las huelgas obreras y los pistoleros anarquistas y patronales, la de los tiroteos y la Semana Trágica y los conflictos empresariales, la del gigantesco y desigual enriquecimiento derivado de la Primera Guerra Mundial, hicieron que fuese conocido como «el Emperador del Paralelo». Los historiadores que han estudiado su figura no logran ponerse de acuerdo en torno a sus verdaderas intenciones y a su compromiso efectivo con los intereses generales de España. Sin embargo, su personalidad combativa y su enorme influencia en aquellos años -protagonista de mil conspiraciones, llegó a presidir el gobierno de la República en diciembre de 1933, tras pactar con la CEDA de Gil Robles- le convierten en uno de los grandes personajes de nuestra historia contemporánea, una pieza clave de la política nacional y del parlamentarismo español.

Lerroux en 1902

Alejandro Lerroux García, nacido en el pueblo cordobés de La Rambla en 1864 y fallecido en Madrid en 1949, fue sin lugar a dudas uno de los políticos españoles más decisivos e influyentes en la agitada vida política nacional del primer tercio del siglo XX, que en nuestro país se alargó hasta el verano de 1936, y cuyas consecuencias se han extendido prácticamente hasta nuestros días. Periodista -fundó Progreso y La Insurgencia, y dirigió El País a finales del siglo XIX-, polemista, orador excesivo y furibundo, azote de los tejemanejes de la Restauración y dispuesto siempre al choque, su dominio electoral de la convulsa Barcelona de los primeros años del siglo pasado, la de las huelgas obreras y los pistoleros anarquistas y patronales, la de los tiroteos y la Semana Trágica y los conflictos empresariales, la del gigantesco y desigual enriquecimiento derivado de la Primera Guerra Mundial, hicieron que fuese conocido como «el Emperador del Paralelo».

Los historiadores que han estudiado su figura no logran ponerse de acuerdo en torno a sus verdaderas intenciones y a su compromiso efectivo con los intereses generales de España. Sin embargo, su personalidad combativa y su enorme influencia en aquellos años -protagonista de mil conspiraciones, llegó a presidir el gobierno de la República en diciembre de 1933, tras pactar con la CEDA de Gil Robles- le convierten en uno de los grandes personajes de nuestra historia contemporánea, una pieza clave de la política nacional y del parlamentarismo español.

Los éxitos conseguidos en las elecciones de 1901 y el creciente apoyo popular dieron paso a una actividad política frenética, tanto en Barcelona como en el resto de España. Lerroux afrontó como diputado en 1902 una gran huelga general, especialmente violenta en Barcelona, y una larga ruta por Andalucía -granero de votos y de líderes locales- que tendría lugar desde el 28 de abril hasta el 15 de junio. Siguiendo de nuevo a Álvarez Junco, tras el verano continuaría de gira por otras ciudades, «clásicos centros de anticlericalismo», como Valencia, Castellón o Gerona, en compañía de Vicente Blasco Ibáñez. El ciclo terminaría con la unificación republicana en la apoteósica asamblea celebrada en el Teatro Lírico de Madrid, el 25 de marzo de 1903 (hubo 2.000 asistentes y 12.000 personas se quedaron en la calle), saludada con entusiasmo por toda la prensa afín a este proyecto político.

Es interesante señalar la habilidad de Lerroux para moverse en la trastienda y para aprovechar cualquier pequeña oportunidad. En el caso de la huelga de Barcelona, permaneció en Madrid y llevó a cabo un doble juego: apenas hizo mítines obreros, quizás para evitar la inflamación y el desborde del malestar de sus apoyos electorales, mientras que ofrecía las imprentas de los medios que había fundado para que los anarquistas pudieran difundir sus pasquines ilegales. Igualmente, en sus intervenciones en el Congreso aprovechó para atacar a la burguesía barcelonesa, entregada al catalanismo político, y defender a los obreros y trabajadores, que responderían luego en las urnas, reforzando así su proyecto político y su trayectoria personal.

Es este Alejandro Lerroux el que viaja por Andalucía y llega a Málaga en junio de 1902. Un orador reconocido, un enemigo incómodo, un rival desesperante, un estratega hábil: un experto ya en la política de tribuna y de trastienda, movilizador de masas y amenaza real y palpable del poder establecido.

La gira de Lerroux le lleva por Granada, Ronda, La Línea de la Concepción, Algeciras, Málaga y Huelva. No hay ni rastro de ella en el libro de Álvarez Junco. Como en otros casos similares (Unamuno, Valle-Inclán), cabe preguntarse por qué la presencia de todas estas personalidades en Andalucía y Málaga ha pasado siempre tan desapercibida en sus biografías o en los estudios académicos sobre la vida y la obra de estos grandes hombres. Le acompaña Rodrigo Soriano (San Sebastián, 1868 - Santiago de Chile, 1944), político y periodista, editor de prensa, que había sido elegido para el Congreso de los Diputados por Valencia, también en 1901, y que llegaría a ser diputado por Málaga varios años más tarde, en representación del partido republicano federal independiente. Rodrigo Soriano es ahora otra figura olvidada, pero en su honor hay que recordar que, exiliado en Chile, donde había sido cónsul del gobierno de España, su insistencia y su perseverancia fueron decisivas para convencer a Pablo Neruda y al gobierno chileno de la necesidad de fletar el Winnipeg y sacar de Francia a más de 2.000 refugiados republicanos españoles, en agosto de 1939. Un episodio que forma parte de los grandes mitos de la generosidad y el compromiso de algunas personas con los ideales de una República vencida y derrotada.

El mitin de Málaga

La reconstrucción del mitin de Málaga, celebrado en la Plaza de Toros la noche del 9 de junio de 1902, sería imposible sin el trabajo incesante y riguroso de Fernando Arcas, profesor de historia contemporánea de la Universidad de Málaga, gran experto en la materia. Su libro El Republicanismo Malagueño durante la Restauración (1875-1923) es la referencia imprescindible para conocer los avatares de quienes defendían unas ideas políticas inspiradas en los valores clásicos de la revolución francesa (libertad, igualdad, fraternidad, laicidad), y que en la provincia de Málaga fueron muy activos. No toda la burguesía fue caciquil, de la misma manera que no toda la clase política de la Restauración fue conformista y corrupta. Hay notables ejemplos de hombres ilustres comprometidos con la causa del progreso de la nación a través de ideas y propuestas que entonces sonaban radicales y revolucionarias. Los que llegaron vivos a la guerra civil acabarían, en muchos casos, pagándolo con la vida.

Fernando Arcas, como decía, ha logrado reconstruir el mitin gracias al periódico La Información y al archivo de Narciso Díaz de Escovar. La Unión Mercantil también dedica al meeting, como se escribía entonces, en inglés, su portada del martes 10 de junio de 1902. La valoración del público asistente varía según las fuentes, igual que sigue ocurriendo en nuestros días: desde las 12.000 personas que asegura el medio republicano El País o las 9.000 personas que publica La Información, hasta las 3.000 que da El Globo. El Imparcial apunta a 4.000, lo mismo que La Vanguardia. Algunos medios destacan la presencia de mujeres. La lectura dominical, de orientación católica, afirma que «ha habido medio lleno» y que el público «ha salido aburrido». La Época, en su columna de portada del 11 de junio, habla de «apóstoles ambulantes del anarquismo».

El País, en su triunfalista y eufórica crónica, un tanto exagerada, destaca que «el recibimiento fue una imponente manifestación: más de 180 coches atestados de obreros e individuos de todas las clases sociales, fueron a la estación a esperar a los viajeros. Lerroux y Soriano fueron acompañados hasta el Hotel de Roma por más de 6.000 personas». Independientemente de la disparidad de cifras, la movilización fue muy importante. Además, toda la prensa hace referencia a la ausencia de incidentes, que hicieron innecesarias las medidas de seguridad tomadas por el gobierno civil.

Fernando Arcas analiza el gran mitin en las páginas 172 a 179 de su libro ya citado. Destaca que «el republicanismo de principios del siglo XX se encontraba más abocado que nunca, si cabe, a la búsqueda del apoyo obrero para hacer prosperar sus ideas. Si alguien en la política española supo ver esa necesidad, fue Alejandro Lerroux».

En este contexto, con la elección de Lerroux y Soriano como diputados en el Congreso en 1901, y con la necesidad de unificación en el horizonte, «los líderes de la Federación Malagueña organizaron un importante mitin en la Plaza de Toros», en el que además de los invitados participaron varios oradores locales: Emilio Ferrero, Antonio Azuaga, Leandro Martínez, Enrique Gómez Cestino y doña Belén de Sárraga, mujer de Emilio Ferrero, propagandista incansable y que merece un artículo similar a éste que están ustedes leyendo.

Las distintas intervenciones permiten conocer las principales ideas del republicanismo político de aquellos momentos, según la clasificación que hace el propio Fernando Arcas: anticlericalismo, la atracción de los trabajadores, la visión de la mujer, la crítica al régimen de la Restauración y la estrategia política a seguir. Es necesario destacar que todas las crónicas nacionales de actos similares de los partidos republicanos destacan su violencia verbal, su espectacularidad, la radicalidad de sus postulados y de sus soflamas. Recoge Álvarez Junco un divertido pasaje de Josep Pla sobre un mitin similar de Lerroux en un pequeño pueblo catalán: la burguesía catalanista envía a diversos oidores que cuando regresan e informan de que Lerroux propone la abolición de la propiedad y que ha «negado la virginidad de la Virgen», provocan espanto, miedo e incluso un vahído en la señora de la casa.

La estrategia de la provocación -eran otros tiempos- está calculada. Lo explica Arcas aludiendo a «la raíz pequeño burguesa del fenómeno republicano, así como la necesidad perentoria de atraer a los trabajadores a su credo». Sea como fuere, los líderes republicanos utilizaban las palabras como arma arrojadiza, sus frases e ideas escandalizaban y herían, atacaban con agresividad al régimen y a sus instituciones, y contaban con mujeres muy potentes -como Belén de Sárraga- que incorporaban una visión feminista y emancipadora de la política, dirigida a las mujeres, algo verdaderamente inédito en aquellos momentos.

Por su parte, las críticas a la Iglesia tienen que ver, además, con la pobreza imperante y los privilegios del clero. «Separaremos la Iglesia y el Estado para que los católicos se paguen su culto si lo quieren. Lo que no toleraremos es que se destinen setenta y tantos millones a la Iglesia y siete a la enseñanza en el país más inculto de Europa», dice en el mitin Rodrigo Soriano. Visto con perspectiva, suena razonable. La necesidad de contar con apoyos de amplia base es abordada con entusiasmo por Lerroux en el mitin. Arcas define su estrategia: la vía parlamentaria, pero salvando dos grandes escollos. El primero es el de la afirmación de su liderazgo, dentro de un partido lleno de personalismos y de cierto espíritu cantonalista, disperso, desunido. El segundo es la incorporación de «organizaciones políticas propias de la clase obrera». Por eso el gran mitin de Málaga y toda su gira se convierten para Lerroux en un doble llamamiento para la unificación: la interna, que tendrá como colofón la ya mencionada asamblea del teatro Lírico de Madrid del 25 de marzo de 1903, y la externa, aglutinando a los anarquistas (con mucha presencia en el campo y ciertos núcleos urbanos, como Barcelona) y al socialismo incipiente (Pablo Iglesias sería elegido diputado por el PSOE en 1910) en torno al proyecto político republicano. Un único proyecto regenerador bajo un liderazgo único, el suyo. De ahí la importancia de la gran gira de Lerroux por Andalucía y otras zonas de España en el año 1902.

Antes de terminar es importante mencionar las Memorias de Lerroux. En ellas hay diversas referencias a Málaga. La primera de ellas es su implicación personal en 1891, desde las páginas de El País, en la defensa del indulto al periodista malagueño Francisco de Asís García Peláez, que había asesinado de dos disparos a Manuel Loring y Heredia, concejal electo llamado a ser alcalde de la ciudad, aparentemente en defensa propia tras una discusión en el Café Inglés, sito en la Plaza del Siglo (hay un gran artículo de Juan Antonio García Galindo sobre este desgraciado hecho). Otra tiene que ver con el mitin de Málaga.

En sus Memorias (Afrodisio Aguado editores, 1963, pp. 380-383), recuerda aquel gran mitin. Habla, cómo no, de Pedro Gómez Gómez y de su hijo, Pedro Gómez Chaix. Pero sobre todo menciona con afecto y cariño a tres malagueños olvidados: Pepe Alius (amigo de Luis Bello, miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País, alcalde accidental de la ciudad en 1932), y Pedro Armasa Ochandorena y su hijo Pedro Armasa Briales, de los que sabemos lo poco que sabemos gracias, de nuevo, al trabajo impagable de Fernando Arcas, que dedicó al padre un artículo publicado en 1985 en Baética, y al hijo otro en Gades, en 1998.

Alius, refiere Lerroux, acabaría -ya enfermo- represaliado por los franquistas en Chinchilla, donde se agravaron sus dolencias. Pedro Armasa Ochondorena -gran gestor público- sería el responsable de la municipalización de la empresa de Aguas de Torremolinos, en 1915, joya de la corona y gran avance de la ingeniería, visitada por toda la alta burguesía que pasaba unos días en la ciudad. Su hijo escaparía milagrosamente con vida de la represión anarquista de julio de 1936, para huir a Lisboa sin dinero y desprotegido. Que Lerroux, en sus últimos años, recordara con tanto afecto a estas personas es sin duda una invitación para saber más de ellos, y también a conocer los entresijos de la política española del primer tercio del siglo XX, de la que se podrían extraer muchas conclusiones provechosas, ayer, hoy, siempre.