En la portada de 'Perdidos en la tarde', editado por el Ateneo y el Cedma, aparece la foto tomada por él de una calle empedrada de Rodas, que evoca las calles de Bedmar (Jaén), donde nació este malagueño de adopción, un maestro con premios internacionales de Educación de quien el fotógrafo Pepe Ponce cuenta que tiene «ateneítis». No en vano, Diego Rodríguez Vargas ha sido ocho años presidente del Ateneo de Málaga.

Esta tarde, a las 8, acompañado por el columnista de La Opinión Juan Gaitán, autor del prólogo y por su admirado pedagogo Ángel Pérez, Diego Rodríguez Vargas presenta 'Perdidos en la tarde', que además de evocar los versos de un recordado ateneísta, Juan Antonio Lacomba, quiere reflejar «que la mayoría de intelectuales que hemos traído aquí al Ateneo han venido perdidos, sin saber a dónde venían ni qué era el Ateneo de Málaga».

El libro recoge 30 'momentos estelares' de sus ocho años al frente de la institución, la historia e intrahistoria de treinta tardes memorables de los intelectuales que más le han marcado, «y con algunos estoy de acuerdo y con otros no», apunta.

Ramón Tamames, Fernando Arrabal, Ángeles Caso, Juan José Tamayo, Rosa María Calaf, Ian Gibson, Baltasar Garzón... quizás, el que más huella le ha dejado sea el escritor y economista José Luis Sampedro, cuyo último acto público fue precisamente el que le hizo el Ateneo de Málaga. Fallecería poco después.

De él recuerda que acudió al homenaje pese a tener 39 de fiebre. «Imagínate el aplauso que recibió. Tuvo una intervención maravillosa hablando de la vida, del río que va a parar al mar de Jorge Manrique y luego dijo que 'ya sentía la sal'. Aquello tuvo un impacto impresionante en el público».

También pasó por el Ateneo la catedrática y filósofa Victoria Camps para defender el federalismo, «como única solución al problema vasco y catalán». «Se puede estar de acuerdo o no pero la disertación era convincente», reconoce.

De Pedro J. Ramírez recuerda que irrumpió en el Ateneo con una penca de biznagas en la mano, que acababa de comprar en la plaza de la Constitución y la buena amistad que mantenía con Pedro Aparicio, «que decía de él que fue un periodista imprescindible en la Transición Española».

Pudo hablar largo y tendido Diego Rodríguez Vargas con el hispanista Ian Gibson, de quien partió la propuesta de que Málaga recordara los veranos de Lorca en el Hotel Hernán Cortés (el expresidente del Ateneo hizo las gestiones para que una placa conmemorativa lo recordara en la actual Subdelegación del Gobierno).

Le impactó Iñaki Gabilondo por su brillante disertación sobre la independencia del periodismo, y la envidiable democracia participativa de Xauen (Marruecos), contada por su alcalde, Mohamed Sefiani. Tampoco olvida el compromiso con el mundo de Federico Mayor Zaragoza, «una persona cultísima e inteligentísima».

30 momentos estelares del Ateneo, reflejo de que los intelectuales siguen siendo necesarios. «Para mí, intelectual y rebeldía son sinónimos, necesitamos rebeldes contra el poder, que no solo tiene que estar controlado por la oposición, sino también por la sociedad a través de ellos. Si no fuera por los intelectuales el mundo no hubiera avanzado», considera el ateneísta.

Una segunda parte del libro incluye la relación epistolar con el autor y el Ateneo de la barcelonesa Ana Chamorro, que dejó su trabajo de restauradora de arte para trabajar con varias ONG en el Tercer Mundo, símbolo del compromiso social que a juicio del expresidente del Ateneo, caracteriza a las personas que protagonizan 'Perdidos en la tarde'.