Cuando se acerca la temporada de lluvias aunque no llueva ni una gota claman las voces de los políticos y no políticos, estén o no en el poder o en la oposición, para reclamar la imprescindible y urgente limpieza de los arroyos de la ciudad.

Las comunidades de vecinos cercanas a los traicioneros arroyos recurren a los medios de comunicación para exigir (el verbo más utilizados para reclamar cualquier derecho) una pronta limpieza de los mismos ante el peligro de desbordamientos con las consabidas inundaciones de bajos y sótanos, siniestros que en los informativos de las televisiones recogen con todo detalle. Coches de alta y media gama arrastrados, comercios y restaurantes anegados y gentes desesperadas por la ruina que les ha venido encima en cuestión de horas.

Pues bien, cuando se saca a colación la necesidad de sanear los cauces de los ríos y arroyos para evitar parte de estas calamidades (a veces la cuantía de los litros de aguas por metro cuadrado en un corto periodo de tiempo sobrepasa las previsiones más pesimistas), las administraciones se echan el muerto unas a otras.

Unas veces son los ayuntamientos de los municipio afectados, otras las diputaciones y casi siempre la culpabilidad recae, en el caso de Málaga, sobre la Junta de Andalucía.

Antes, cuando las comunidades autónomas no se habían creado, las culpas recaían directamente, en el caso que nos ocupa, sobre la Confederación Hidrográfica del Sur de España. El invento de las autonomías acabó con la Confederación y las competencias se le otorgaron a la Junta.

Y aquí empiezan los tiros y aflojas de las competencias; la limpieza de los arroyos son de la Junta, la Junta dice que la limpieza de los tramos urbanos corresponden a los ayuntamientos, los ayuntamientos se desentienden de esa obligación porque todo el dinero que se recauda por el agua va a las arcas de la Junta, otros se escudan en el poder de la Junta que es la que dice sí o no a cualquier uso de los cauces€ y hale que te pego porque nadie se pone de acuerdo.

Un conspicuo (bello adjetivo de escasa utilización) me decía que la política de obligar a los ayuntamientos a tener limpios los cauces de los arroyos choca con la procedencia de los vertidos; si una lavadora vieja es arrojada al cauce de un arroyo que tiene su origen en un municipio y es arrastrada por las aguas al municipio vecino ¿qué pasa?

Como la sociedad en la que vivimos es como es -irresponsable en muchos aspectos-, el indiscriminado sistema de arrojar todo lo que molesta a un río, arroyo, rambla o mar, dificulta algo tan elemental como el aseo, la limpieza, el medio ambiente y todo eso tan bonito que los partidos políticos incluyen en sus programas y que nunca cumplen.

En eso de arrojar las basuras al mar directamente me acuerdo de la época en la que los chiringuitos de Pedregalejo y El Palo, cuando finalizaba la jornada de medianoche, vaciaban los cubos de basura con los restos de comida ¡al mar! Esto no me lo ha contado el conspicuo del párrafo anterior; lo vi más de una vez. Pero no fue en tiempos de Maricastaña. Fue hacia el año 1960, cuando yo era joven.

Los arroyos de Málaga

En el municipio de Málaga hay dos ríos; uno importante, el Guadalhorce, y otro que es río pero solo cuando llueva una jartá de agua, el Guadalmedina, que en árabe significa «río de la ciudad»y que los muchos malagueños lo simplifican dejándolo en «gualmeína», más o menos. El Guadalhorce nace en los Alazores y discurre por los municipios de Villanueva del Trabuco, Antequera, Álora, Pizarra, Cártama€y a lo largo de su recorrido recoge aguas de multitud de arroyos. Al final todo lo bueno y lo malo llega hasta el municipio de Málaga.

Lo del Guadalmedina es diferente; parte del agua de los arroyos existentes antes de la presa de El Limonero (que en realidad su verdadero nombre es El Limosnero, de limosna) queda en el embalse, incluidos los sólidos y plásticos. Aguas abajo, sin control, están los arroyos Quintana, Palma, Ángeles...

Otros arroyos que vierten el agua directamente al mar son Gálica, Jaboneros, Caleta, Café, Pilones€Precisamente estos son los que más problemas plantean porque la pendiente es mínima y si no se limpian con periodicidad ocasionan graves daños. Aquí es precisamente donde falla el sistema de las competencias: todos los organismos son competentes... o incompetentes.

Cuando no se habían inventado las lavadoras, los lavavajillas, los móviles, las batidoras, el plástico, los colchones sin lana y las botellas de vidrio se reutilizaban, nadie tiraba un sofá al cauce del río al comprarse un nuevo.

Los arroyos no eran basureros, salvo en algunas zonas en las que no llegaban los camiones de recogida de basuras, y los ciudadanos afectados por la escasez de medios para la retiradas de las basuras, las arrojaban al Guadalmedina y otros arroyos.

Daba asco ver las montañas de basuras que se acumulaban en el cauce del río a la altura de avenida de Fátima y el pasillo de Guimbarda.

Entonces se permitía lo que hoy tildaríamos, con razón, de estampa tercermundista. Se permitía, y formaba parte del paisaje urbano, que los cabreros llevaran su ganado a los arroyos, incluido el río Guadalmedina. Las cabras se encargaban de comerse todos los matajos, malasyerbas, plantas y, si se les dejaba de la mano del cabrero, hasta los jardines de La Concepción y árboles de la Alameda y del Parque.

Las cabras, sin coste alguno para el Ayuntamiento -la Junta de Andalucía no estaba en la mente de nadie-, los cauces del Guadalmedina, Jaboneros, Gálica, Ángeles -antes de ser embovedado- Manía, Caleta... estaban limpios, limpísimos.

¿Habrá que permitir a los cabreros que sus rebaños invadan pacíficamente los arroyos que por fas o nefas no se limpian con periodicidad? Claro que si se da el visto bueno a la idea de las cabras ¿qué no se escribirá condenando el permiso? Que es impresentable el espectáculo de las cabras pastando cerca de El Corte Inglés, que es un espectáculo tercermundista, que el alcalde tiene que dimitir, que la leche de cabra es culpable de las fiebres Malta...

Yo, porque no tengo en casa un par de cabras, si no, seguro que las llevaría de tapadillo al arroyo de la Caleta para que no quedara ni una brizna de hierba en el cauce y así, cuando se le hinchen las narices, las aguas corran sin encontrar obstáculos que impida su salida al mar.

Hace unas semanas fui a La Rosaleda para ver un partido del «Málaga bombonera...» como dice el himno del equipo. Al cruzar el puente que lleva el nombre del estadio eché la vista aguas arriba del Guadalmedina y hasta donde alcanza descubrí un auténtico bosque porque algunos arbustos miden varios metros. ¡Menudo banquete para las cabras si se las dejara pastar! La limpieza del río quedaría mejor que calle Larios.

Mientras se ponen de acuerdo los ayuntamientos, la Junta de Andalucía, el Gobierno de España y «Bruselas» -que es la que manda, premia y multa-, dejemos que las cabras de forma gratuita dejen los cauces en estado de revista, como las unidades de los ejércitos.