En las retransmisiones ciclistas se suele hablar de la 'orografía' del terreno, entendida no como una parte de la Geografía sino como el conjunto de montañas que dejan sin resuello a tantos ciclistas.

En este sentido, podemos hablar de la puñetera orografía con la que cuenta Ardira, un pequeño barrio de la Carretera de Cádiz junto a La Luz, y eso que se encuentra, básicamente, en llano.

Pero sin embargo, cuenta con su particular Naranjo de Bulnes, puerto de Cebreiro o con su 'col de la Madeleine', aunque sea a una escala ínfima, pero lo suficientemente relevante como para provocar la caída y posterior pérdida de piezas dentales de la víctima.

En el vocabulario malaguita hay una expresión soberbia, por certera y llena de energía, que describe esta acción: 'pegarse un saleazo'. A pesar de que la RAE no la incluye entre sus vástagos y no hay rastro de ella en el diccionario, es una expresión bien descriptiva de la acción que consiste en caerse con todo el equipo.

Y eso ocurre a menudo en Ardira. Hay un tramo del barrio en el que los peatones, directamente, hocican o cuando menos pegan un respingo, como cuando te alcanza una descarga eléctrica.

Hablamos de un rincón del barrio muy torero, el cruce de la calle Alcalde José María Corona (el alcalde del XIX que prohibió en un bando que los hombres y mujeres se bañaran en la misma playa) con la calle Cúchares, que lleva el nombre del histórico diestro.

En este cruce, los paseantes deben esquivar los caprichos de la orografía en forma de micropliegues tectónicos de la acera porque a finales de los 80, dos vecinos, con su mejor intención, plantaron un ficus por su cuenta, para dar un poco de vida a lo que entonces era un terrizo, pero el ficus ha terminado por desmadrarse por el subsuelo (Eso sí, pidieron permiso por teléfono al Ayuntamiento, y lo obtuvieron).

Como resultado, las raíces buscan su espacio vital, con la mala suerte de que justo delante del alcorque hay un paso de cebra y un rebaje y las personas en sillas de ruedas se ven y se las desean para vadear el puerto de montaña y girar sin caer en el alcorque.

El ficus, por cierto, se comporta como Penélope y su tejido, así que las losetas levantadas que el Ayuntamiento repara, al poco tiempo vuelve a levantarlas y vuelta a empezar.

A finales de julio del año pasado, Parques y Jardines descartó tocar el ficus e informó de que técnicos de Tráfico, como Mahoma y la montaña, habían visitado el cruce para estudiar el traslado del paso de cebra.

Diez meses más tarde, las raíces, con más moral que el Alcoyano, siguen levantando la acera, en la que aumentan las grietas y ascienden los pliegues orográficos.

Si pasean por este taurino cruce de Ardira, protejan una de las cosas más importantes y que les da de comer: los dientes.