El callejero de Málaga es una lotería y así, al autor de estas líneas le consta que todavía provoca cierta perplejidad, sobre todo en los foráneos, la existencia de una calle con el nombre del novillero local Conejito de Málaga, pese a que las películas de Ozores y el Show de Benny Hill sean ya del Pleistoceno y con ellas, un humor verde trasnochado.

Las calles, sin embargo, son como la energía y pueden terminar transformándose. No ha sido el caso de esta calle paralela a la avenida de Europa, pero sí de las calles Ceiba y Aguacate, que se encontraban, una a continuación de la otra, en la subida al Monte Gibralfaro, en la parte ya del Monte Sancha.

A lo largo de este siglo estas dos vías han sido sustituidas por los nombres Jacques Capeluto y Juan Ruiz. El primero de ellos fue un empresario sefardí, gran promotor del Palacio de Ferias de Málaga en Marruecos y con terrenos precisamente en la zona (Gibralfaro y el Monte Sancha). La calle Juan Ruiz, por su parte, homenajea a un colaborador de la decimonónica revista El Guadalhorce.

Aquí acaban, sin embargo, los homenajes, porque la situación de estas dos calles no puede ser más degradante. En julio del año pasado esta sección se dio una vuelta por ellas para constatar que buena parte de los botelloneros malaguitas hacían parada y fonda en estas dos calles (la última, Juan Ruiz, sin salida) para el masivo deporte de darle al coleto.

Diez meses más tarde, la situación ha cambiado pero en el sentido menos deseado: a peor. A lo largo de unos 300 metros, en un pronunciado talud florecen bolsas de comida rápida, botellas de whisky con el culillo recalentado, cajas de pizza, botellines de cerveza rotos en pedazos, latas oxidadas, bolsas de basura...

Hace unos días, un grupo de voluntarios limpió de forma ejemplar los fondos marinos de la playa de los Baños del Carmen. En este talud a medio camino entre Gibralfaro y el Monte Sancha, sin necesidad de ponerse gafas de buceo, a ojo de buen cubero podrían recoger unos 300 kilos de basura.

Al parecer, hay un pleito entre el Ayuntamiento y los propietarios de estos terrenos. Como los pleitos pueden durar más que una secuoya, en realidad da igual quién mantiene esas parcelas como si fueran una franquicia del vertedero de Los Ruices. El Consistorio tiene mecanismos para obligar a los propietarios a limpiar esa zorrera y si resulta que ya son municipales, ya está tardando.

Capítulo aparte merece el rito de sentarse en los poyetes de estas dos calles, pegarse un lingotazo y luego lanzar las botellas y los vasos como quien echa monedas a la Fontana de Trevi.

A lo largo de estos 300 metros de basura y mal olor hay tres contenedores, pero nada se puede hacer frente a malaguitas descerebrados, con manos prensiles para trincar botellas, salvo que la Policía Local se pase con más frecuencia para que dé comienzo la Feria de Multas. Sin fuegos artificiales.