En los dibujos animados, una escena clásica es ese instante en el que la víctima mira al espectador, suspendida en el vacío, antes de caer por un precipicio del Cañón del Colorado (los seguros se arruinarían con el coyote, ese animal con más moral que el Alcoyano que trata, en vano, de merendarse al Correcaminos).

Otro clásico, en esta ocasión nada contrario a la ley de la gravedad, es el rayo que cae sobre un paraguas y a continuación, se exhibe la estructura carbonizada, como si fuera un árbol chamuscado, víctima incluida.

Quedémonos con esta última imagen para comprobar lo que ocurre en la plaza de la Biznaga. Presidida por El Sonajero, la farola que alumbró la primera mitad del siglo XX la plaza de la Constitución (en concreto de 1902 a 1959), se encuentra en la barriada de García Grana, que en los inicios fue una barriada express, una lucha a contrarreloj para construir un barrio que acogiera a los chabolistas del Arroyo del Cuarto, tras la inundación del 4 de diciembre de 1958.

Mientras se levantaba el barrio, los chabolistas fueron alojados en la Casa Cuna. Las fotos de los malagueños disfrutando al fin de una vivienda digna son realmente emocionantes.

Pero este barrio, levantado a toda prisa detrás de la cárcel, estaba lleno de achaques y con el comienzo de este siglo se puso en marcha la acertada decisión de construir uno nuevo en varias fases. Surgió así un barrio moderno, nada que ver con el hacinamiento anterior. El Ayuntamiento tuvo la ocasión de lucirse en la amplia plaza de la Biznaga, pero el resultado, una vez más, recuerda al paraguas chamuscado de los dibujos.

Porque en esta plaza se evidencia una vez más la escasa sintonía entre la rama urbanística y la que atiende los parques y jardines. Cuenta este ágora de nuestro tiempo con dos tipos de pérgolas que en estos días preveraniegos ya son capaces de poner a Donald Trump con el tono de piel de su antecesor en la Casa Blanca, con tal de que se sitúe bajo algunas de ellas por un tiempo breve.

Las primeras pérgolas están situadas sobre unas mesas sólidas que, en principio, sirven para jugar al ajedrez y las damas, aunque un servidor no ha visto nunca a nadie jugando. Quizás sea porque sería de inconscientes tostarse el cogote mientras se ejecuta la apertura de Ruy López. Mala jugada es enrocarse en el sitio cuando uno va a estar cubierto por una pérgola absurda, sin plantas que impidan o tamicen el sol.

A pocos metros, un segundo tipo de pérgolas, con forma de tendedero de ropa, cumple el mismo cometido (ninguno), con la gravedad de que escolta un parque infantil, suponemos que para que los padres se azufren mientras esperan a los niños.

En resumen, dos pérgolas inútiles, dinero público tirado, una vez más, porque a nadie se le ocurre colocarles glicinias o parras. Igual que si colocaran paraguas chamuscados.