«Aquí el que entra por la puerta come, aquí no viene nadie a pedir alimentos por la cara sino gente pidiendo ayuda porque no tiene nada que comer», resume el pasado miércoles Curro López, presidente de la Asociación de Vecinos de Lagunillas.

La visita de La Opinión coincide con la llegada de un albañil, que cuenta que hace dos meses que no cobra el sueldo, así que los voluntarios de la asociación le entregan una voluminosa ayuda de emergencia.

Le ocurrió algo parecido hace seis meses a Larry Halum, un refugiado político nicaragüense de 31 años que huyó de la dictadura de Daniel Ortega y vive en Málaga con su mujer y cuatro hijos.

«Un día no tenía que comer, unas monjas me dijeron que no me podían ayudar y fui a la asociación a pedir, por lo menos, arroz. Era un día 8 y me dieron cita para el 18 pero ese mismo día me dieron comida para un mes. Al llegar a casa me arrodillé y comencé a llorar con mi esposa», cuenta con lágrimas en los ojos.

Hoy, Larry Halum es uno de los 25 voluntarios de la asociación y aguarda esperanzado a poder encontrar un trabajo. Mientras tanto, la asociación es su paño de lágrimas, como lo es para unas 730 familias que todas las semanas reciben alimentos, además de no perecederos una vez al mes.

«Esas son las familias apuntadas, pero pon 200 más que acuden para pedir comida y también les atendemos», señala el presidente.

Con este panorama, Curro López lamenta que solo una administración aporta una subvención anual a los vecinos de Lagunillas: el Ayuntamiento, con 6.000 euros, una cantidad con la que es imposible cubrir los gastos.

«Tenemos dos furgonetas porque todas las semanas hacemos 400 kilómetros para ir a Almería a por fruta y verdura que nos da una empresa, pero una furgoneta la tenemos rota y arreglarla cuesta 1.200 euros», señala. Aparte, el combustible les cuesta 3.200 euros todos los años y la luz, unos 3.000, porque cuentan con congeladores.

La asociación, que recibe alimentos de la Unión Europea y el Banco de Alimentos, también los adquiere con los dos euros semanales que aportan algunos de los 120 socios del colectivo.

Las cuentas, por tanto, no le salen y además, este año cerraron el economato municipal, entre otros motivos, señala el presidente, «porque nada más que podían comprar los que cobran, ¿entonces el que no cobra no come?, ¿qué pasa con una mujer que friega las escaleras dos horas y no está asegurada?», se pregunta.

Así que, cuanto más flexible y generosa es la asociación con el reparto de alimentos, más gastos tiene.

Curro López, que hace cerca de una semana se reunió con la concejala y con la directora general de Asuntos Sociales, Mar Torres y Ruth Sarabia, respectivamente, calcula que para poder funcionar sin apreturas necesitarían unos 2.500 euros anuales que sumar a los 6.000 que ya reciben del Consistorio. «Todo depende de si hay avería o no pero podríamos reparar la furgoneta, porque esta semana no sé cómo lo vamos a hacer», señala.

El presidente aprovecha para pedir al alcalde que reciba a los vecinos.