El británico Roger Deakin decidió emular un cuento de John Cheever titulado El nadador, en el que el protagonista decide recorrer los 13 kilómetros que le separan de una fiesta colándose en las piscinas de sus vecinos.

Sin llegar a este grado de intromisión, en los años 90 el señor Deakin decidió dar la vuelta a Gran Bretaña al tiempo que metía la pata y el resto del cuerpo en todo tipo de piscinas públicas, ríos, pozas, lagunas, baños romanos, bahías y mares abiertos con los que se topaba.

En Málaga habría disfrutado de lo lindo, por ejemplo, atravesando a nado la Laguna de la Barrera, escuchando el trino de los pájaros en la desembocadura del Guadalhorce o maravillándose ante la ría artificial que concluye en el ajado puente del CAC, pues aguas arriba ya no hay apenas agua y el Guadalmedina es un cauce seco salvo cuando llega la época de las trombas.

Un servidor también habría conducido a este incombustible nadador británico a ver el prodigio casi semanal de un afloramiento de agua digno de visitarse, aunque sólo pudiera mojarse los pies. Se trata de un milagro acuoso que se produce de forma cíclica en un punto de Málaga porque el Ayuntamiento no estima oportuno colocar una rejilla y prefiere que continúe el portento.

Hablamos de la acumulación de agua que se forma al pie de la escalinata que sube a la alicatada Coracha, entre el túnel de la Alcazaba y el MUPAM, y que ya ha sido objeto de asombrado análisis en esta sección más de una vez.

El caso es que pasan los años, pasan los concejales, y nuestro alcalde no pasa, pero sí en el sentido de obviar este humilde pero perseverante portento hidráulico, porque lo frecuenta casi a diario camino del Ayuntamiento y lo mismo desconoce hasta su existencia.

¿Por qué se forma esta bolsita de agua incluso con el sol más ardiente y en la más pertinaz sequía? Pese a que Roger Deakin sólo podría chapotear en ella no deja de tener su encanto. Un pliegue en la acera permite que el agua se acumule, vaya usted a saber si por el riego que termina escurriéndose de lo poco verde que luce en La Coracha o por algún otro motivo mucho más simbólico, que entronca con nuestra Historia.

Porque el domingo supimos, por Manuel Olmedo, el codirector del inconcluso túnel de la Alcazaba (desde 1999 está a la espera de insonorización), que las letras fenicias en la embocadura del túnel con el nombre de Malaka, y la vecina fuente quieren evocar la playa primigenia a la que, según el historiador Manuel Rodríguez de Berlanga, arribaron las primeras naves fenicias.

Han pasado los siglos, el mar ha retrocedido, pero en la misma zona donde besaron la arena los barcos de la lejana Tiro sigue apareciendo una porción de agua misteriosa, recuerdo de esta remota gesta.