La culpa la tuvieron unos piononos un día de Todos los Santos. El escritor malagueño Diego Ceano hizo parada en Santa Fe, camino de Granada, para comprar una caja cuado vio cómo una mujer, rosa en mano, le comentó al dueño del bar que iba a ponérsela «a la tumba de García Lorca».

La frase disparó la curiosidad del escritor, que subraya que tienen razón quienes le conocen como «un cotilla de la Historia».

En realidad, la mujer iba a dejar flores en el panteón de la familia Lorca en Santa Fe aunque, ni rastro de Federico. Sin embargo, algo le llamó la atención: «Estaba el nombre de Juan Luis Trescastro, primo de García Lorca, que fue quien toda la vida estuvo presumiendo de haberle pegado dos tiros a Lorca, después de tirarlo a la zanja de un culatazo en la cabeza. ¿Cómo es que la familia Lorca hace el honor de tener en su panteón a esta persona? No me cuadraba», argumenta.

La presencia del supuesto asesino de Lorca en el panteón familiar hizo que Diego Ceano se interesara por una teoría sostenida por algunas personas en Granada, la de que el poeta de la Generación del 27 salvó su vida in extremis, tras caer golpeado en la zanja, precisamente por mediación de Trescastro y otro primo de Lorca presente en el pelotón de fusilamiento la madrugada del 19 de agosto de 1936, Antonio Benavides.

Diego Ceano precisa que en la novela ha seguido «hasta el momento de su fusilamiento», los datos históricos que se conocen de Federico García Lorca y a partir de ahí, ha novelado una investigación con la aportación de siete testimonios de granadinos muy veteranos con los que se ha entrevistado.

«A partir de ahí novelo lo que pudo pasar», detalla. Según estos testimonios, Diego Ceano señala que Lorca no recibió esos dos tiros de Trescastro ni el tiro de gracia, sino que quedó muy malherido en la zanja tras el culatazo en la cabeza de su pariente, a lo que habría que sumar la «paliza terrible» previa que recibió en la cárcel de Granada.

Según esta teoría, el entorno del poeta habría intentado conducir a Málaga a un muy malherido Federico, para embarcarse en el 'Marqués de Comillas' y marcharse a América, donde terminó su familia, pero se frustró la huida. «Consiguieron dar la vuelta, lo metieron en un convento de clausura de Granada capital y ya no quisieron sacarlo más, lo metieron en una casilla de aperos en el huerto». «El convento fue reparado por el padre de Federico cuando era teniente alcalde y las monjas le estaban muy agradecidos», añade.

Fallecimiento en 1954 o 59

Estos testimonios cuentan que el poeta habría quedado muy afectado por la paliza y el culatazo y habría perdido el habla así como la capacidad de escribir. En cuanto a su fallecimiento, «unos me dicen que en el 54 y otros que en el 59», destaca Diego Ceano. Además, apunta que la madre del poeta, doña Vicenta, que estaba muy enferma, al menos viajó dos veces en transatlántico de EEUU a España. «¿Quién había en Granada para que a ella no le importara jugarse la vida?», se pregunta.

La noche que no matamos a García Lorca (Jákara editores), el libro número 41 del autor, está dedicado a Ian Gibson, el gran investigador de la muerte de García Lorca. «Él es contrario a todo esto y le comenté que lo que tiene es que leer la novela», destaca. Ceano es consciente de que muchos seguidores de Lorca no comparten esta teoría, pero les responde lo mismo que a Gibson «y que por lo menos les haga pensar, porque la Historia, muchas veces, está hecha con medias verdades».

La novela se presenta este miércoles por la tarde a las 18 horas, en el Colegio de Graduados Sociales, en la calle Compañía, 17.