Como los asesinos en las novelas clásicas policíacas, esas que Agatha Christie escribía en el tiempo en que se fríe un filete (poco hecho), el autor de estas líneas siempre intenta volver al lugar del crimen. Y no sólo porque Málaga no tenga la extensión de la Pampa argentina y esta sección lleve veinte años, sino también para así comprobar el estado de salud del enfermo, es decir, si el rincón descrito hace unos meses o años ha mejorado y de esta forma dejar constancia.

Eso fue lo que pasó hace unos días con el mirador de Campanillas, junto a la calle Jacob, cuando el firmante felicitó a Parques y Jardines por la clara mejoría, y eso es lo que ahora sucede con el mirador que hay al pie de la Alcazaba y que merece una visita de ustedes.

En mayo de 2018, el autor de estas líneas lo recorrió para comprobar que las hordas del espray, malaguitas bípedos de manos prensiles y un melón por cabeza, lo habían dejado hecho una porquería, repleto de pintadas ególatras y en absoluto dignas de permanecer un segundo en superficie alguna.

A esta situación había que sumar el que, en la entrada al mirador por la calle Mundo Nuevo, un indigente mostraba en el césped buena parte de su ajuar, espurreado en la hierba, incluidos cartones, maderas quemadas, ropas y todo lo que no debía estar en una zona vallada, turística y monumental.

Un año largo después, hay que felicitar al Ayuntamiento porque todos estos males han hecho mutis por el 'foro' -que, en teoría, se encuentra justo debajo, muy cerca del Teatro Romano-.

De hecho, el autor de estas líneas sólo ha tenido constancia pictórica de un ceporro anónimo, de una única pintada en la que puede leerse 'Vlone'.

Después de pasar por el parto administrativo de los Montes, el mirador, costeado en 2010 con el primer plan Zapatero, abrió sus puertas por fin al público siete años después, en octubre de 2017.

Esta semana, desde luego, lucía maravilloso y con la salvedad de esa única pintada de algún mamífero (quién sabe si autóctono y con estudios), presentaba un aspecto impecable, acertadamente parapetado entre mullidas praderas de romero que nos envuelven de Mediterráneo y con unas vistas de postal en las que sólo hace falta cortar algunas nicotianas, unas plantas de florecitas amarillas a las que les suele dar por reforestar solares.

Es un lujo poder pasear al pie de las murallas de la fortaleza árabe, para contemplar el moderno foro nacido de la peatonalización de la calle Alcazabilla, escoltado por las palmeras washingtonias de los jardines de Ibn Gabirol, la torre de la Catedral y la espadaña de la iglesia de San Agustín. Hasta se atisba 'el otro' cubo del Pompidou, el que adorna la terraza de un famoso artista malagueño.

Y todo esto sin pintadas, sin suciedades. En un estado casi perfecto. Felicidades.