En la larga carrera política romana, los jóvenes pasaban por una sucesión de puestos, uno de los cuales era el de edil curul, encargado, entre otros muchos menesteres de supervisar la limpieza de las calles. Existían además penas específicas para los romanos más guarros que lanzaran líquidos u objetos a la calle.

Tan antigua institución continúa en nuestros días: sus herederos son los concejales y el 'primer edil' -el alcalde- que tratan de que Málaga, en esto de la suciedad y la falta de mantenimiento, no se desmadre demasiado, además de mil y un cometidos más.

Precisamente en el paseo marítimo del Palo, junto a la desembocadura del arroyo Gálica, nuestros concejales tienen la ocasión de lucirse y ejercer la 'edilidad' de sus antepasados romanos si recuperan el ajado monumento a Emilio Prados.

En 2012, la asociación de vecinos del Palo propuso en La Opinión que el paseo marítimo del barrio se dedicara a los poetas de la Generación del 27. No fue ningún capricho sino que la propuesta tuvo su razón de ser en la asiduidad con la que el poeta Prados acudía a esta misma playa, para hablar con los marengos y de paso, para enseñar a sus hijos a leer.

Como recordaba el entonces presidente, Santiago González, «vivía prácticamente más aquí que en Málaga y luego, cuando venían sus amigos los poetas (...) siempre los traía al Palo y también se iba al Peñón del Cuervo». Como prueba de esa relación, ya en el exilio en México, al publicar la edición de toda su obra, se la dedicó a esos jóvenes paleños, Juan Matías, José Gabriel y Pedro de la Cruz.

Por este motivo, la poco accesible biblioteca pública municipal del barrio lleva el nombre de Emilio Prados y ya en el paseo marítimo, en la plaza del Padre Ciganda, existe desde hace años un monolito con el rostro del poeta.

En 2013, el Ayuntamiento accedió a la petición de los vecinos y además de instalar una decena de paneles con versos de los poetas del 27, inauguró el mencionado monumento a Emilio Prados, obra del escultor argentino Andrés Montesanto.

En forma de libro abierto, con el perfil del poeta a un lado y al otro la proa de una jábega, la obra está emplazada en un lugar precioso pero muy expuesta a los 'elementos' en su versión más extendida: El sol, los vientos, las salpicaduras del agua y los gamberros.

Como resultado, el homenajeado Emilio Prados está empezando a desvanecerse por un lado, mientras por el otro, el que da al mar y está en blanco, vuelve a estar ocupado por pintadas, después de que en 2016 los elementos más descerebrados se cebaran con la obra artística.

Sin necesidad de lucir toga ni comer recostados, nuestros ediles tienen la oportunidad de exhibirse y devolver el color y el mejor estado de revista al poeta más generoso y entregado. Suerte.