Dando por hecho -cosa harto difícil de conseguir e incluso de imaginar- que exista un criterio más o menos uniforme en cuanto a lo que entendemos por conservación, patrimonio y progreso, lo que está claro es que la labor de intentar conciliar dichos conceptos, conjugarlos y tratar de que no se enfrenten, supone una ardua labor para el que lo intenta, se trate de arqueólogos, arquitectos, ingenieros, juristas, historiadores y personas del mundo de la cultura en general. Acabo de darme cuenta, una vez más, de la extraordinaria importancia que, incluso para hablar de estos temas, tienen las pretendidas lenguas muertas, griego y latín, origen de todo el lenguaje y de todos los términos realmente importantes y sólidos de nuestro idioma. Quiero decir que es mucho más importante y relevante una palabra como arquitectura, por ejemplo, que alcuza, aunque esta última pueda ser útil y bella en su humildad.

Intentare luchar contra mi sempiterna tendencia a la dispersión, para tratar de centrarme en lo que realmente quiero decir, para evitar censuras innecesarias. En mi vida cotidiana, como en la de todos los que no somos ricos, ni autoridades, los medios de comunicación públicos juegan un papel fundamental, inmersos como estamos en un ambiente socialdemócrata y municipal. Desde los autobuses de la EMT la vida se observa más detenidamente y con mucho más interés, que cuando uno viaja en un Audi 8 con cristales opacos y conductor. Y ello nos lleva a la reflexión, a la contemplación y a la investigación diaria del paso cansino, o ligero que las diferentes obras públicas emprenden cada jornada.

En la Avenida de Andalucía, justo después de esos dos espantosos mamotretos que, aparte de contener mucha de la persecución fiscal por vía postal de la que es capaz un estado europeo moderno, con la excusa de hacernos la vida más justa y feliz y que parecen estar a punto de venirse abajo, delante de unos grandes almacenes a los que la primavera llega antes que a ningún otro sitio, han aparecido una serie de restos arqueológicos, que cada mañana, al pasar en el autobús, observo con ilusión. Cada día su extensión es mayor y ya dejan adivinar lo que sin duda es parte de un asentamiento musulmán, al otro lado del no río, fuera de las murallas de la ciudad, que corrían por la calle Carretería. La foto que encabeza este artículo pertenece a esos restos de construcciones, que presentan un muy estimable grado de conservación y que ya me han obligado a ir cada mañana a pie, para observar cómo van las excavaciones. Y si aquello fuera el origen del primer Perchel? No soy arqueólogo, pero creo que esas ruinas pueden estar datadas en torno al siglo XII, es decir, que tienen mil años, más o menos. Lo más impresionante es que hay calles centrales y traseras, por las que circulan canalizadas las aguas negras y existen manzanas de casas con patios centrales, alrededor del cual se disponen las habitaciones. Las conversaciones que he tenido con Carmen Peral, ilustre arqueóloga amiga, me llevan a la comprobación de lo anterior. Y a la existencia de un pozo de noria en el interior de una de esas viviendas. Los pozos definidos por piedras sueltas son pozos ciegos y posiblemente se hayan realizado reaprovechamientos en siglos posteriores. Ya existían reglamentaciones sanitarias en la ciudad musulmana de esa época.

Pues bien, un manto de silencio ha caído sobre todo esto. Casi nadie sabe de su descubrimiento, Ningún medio de prensa, que yo sepa, ha hablado de ello. Cuál es la causa? De donde parte la orden del silencio? En este caso, no hemos topado con ninguna iglesia, según el manido e incomprendido tópico. Hemos topado con el metro. Y esto son palabras mayores, porque hay que acabarlo como sea y ya. ¿Y...?¿Qué se va a hacer con todo esto? ¿Cubrirlo y taparlo por otros mil años? ¿Donde están las voces conservacionistas de la Mundial? El silencio de los corderos.

La cuestión es que todo esto causa un perjuicio evidente, económico y temporal. Por un lado encarece las obras. Por otro, la investigación no va a extenderse fuera del área afectada por las mismas. Al no ser restos de murallas y fortificaciones, no hay obligación legal de conservación. Esto es increíble, pero es así, Es decir, tuvimos que soportar las obras de la plaza de la Marina durante años y años por causa de la muralla nazarí y esto va a cubrirse, o algo peor. No sé cuántos malagueños conocen la existencia de un barrio musulmán semidestruido en el interior de la Alcazaba, que no se muestra al público. Desconozco el motivo, o si lo conozco, no lo cuento, cuando el pobre de Juan Temboury- otro gran personaje olvidado- se inventó prácticamente todo el monumento, en los años cuarenta. Por cierto, dónde está todo el material que se descubrió en las obras de la Alcazaba, incluyendo piezas fenicias, griegas y romanas? De la necesidad imperiosa y urgente de un Plan Director del conjunto Gibralfaro-Alcazaba -Teatro Romano también deberíamos hablar.

Hay temas que no están regulados legalmente, o lo están de forma confusa, contradictoria o inadecuada. Sé que la controversia en estas cuestiones es muy grande y enconada. Pero, por ejemplo, cómo es posible que los dólmenes de Menga estén rodeados de polígonos industriales y naves comerciales, que mi querido Manolo Vergara lleva años luchando solo contra ello? Y cómo la Junta -la primigenia- se atrevió a construir un pretendido Centro de Interpretación junto a ellos, que ahora la Unesco, tras la declaración de Patrimonio de la Humanidad exige que se derribe, aunque sea parcialmente, porque impide la visión libre y despejada del monumento? O cuantas villas o restos romanos se han destruido, o solapado, o enterrado con las obras de la circunvalación de Antequera, o con las del Ave? Yo no lo sé, pero puedo intuir que no poco, teniendo en cuenta la riqueza arqueológica de la zona. Cuantitativa y cualitativamente. Y sin olvidar el tema de las dos varas de medir. Si usted, querido convecino, tiene la desgracia de encontrar algo así debajo de su casa, tenga por seguro que puede darla por perdida, o que su economía sufrirá un muy serio quebranto. Los vigilantes de la felicidad harán todo lo posible para que así sea. Y no digamos si a usted se le ocurre talar una gloriosa jacaranda en su jardín...

Creo que los restos arqueológicos no deben destruirse nunca. Tienen importancia por sí mismos y en sí mismos. No solo para la comprensión, e interpretación de los restos, sino para saber quiénes somos, porque somos así y no de otra forma, como eran las vidas de nuestros antepasados, de dónde venimos. Porque adónde vamos no podemos saberlo, por mucho que se nos llene la boca con el progreso. Lean a Ruskin y a William Morris.

No encuentro lógica alguna, sino la que está basada en la baremación que establecen las normas del PGOU -y eso es pura subjetividad- para que hubiera que conservar las murallas de los dos aparcamientos antes citados y no haya que conservar esto de alguna forma. Las normas técnicas son siempre subjetivas. Creo que con las vigentes en Málaga actualmente, se podría trazar una segunda autostrada del sole, a través de Pompeya y Herculano. Tampoco soy arquitecto, ni ingeniero, pero creo que hoy en día existen procedimientos técnicos para salvar este tipo de dificultades y conciliar la finalización de las obras y del metro, con la conservación de estas ruinas. Que son realmente bellísimas. Al menos, para los que amamos las ruinas, como restos de un pasado ido para siempre.

Hace muchos años, el entonces aclamado y encumbrado -hoy denostado y ninguneado- Jose Maria Peman, que nunca ha sido santo de mi devoción, escribió una obra que se llamaba Andalucía, en la que hacia un recorrido por las ocho provincias. Recuerdo que se me quedó grabada una expresión que dedicaba a Málaga, en relación con la Casa de la Incultura, construida indecente e ignominiosamente, encima del Teatro Romano: «Málaga pisotea los restos de su pasado con el desgarro del taconeo de una bailaora». Peman era muy educado y gracioso, como buen gaditano, a la hora de definir algo desagradable.