El hotel Pez Espada es una máquina del tiempo. Tras las emblemáticas coordenadas que sienten cercanas el horizonte de La Carihuela, se abre una puerta que detiene los relojes entre columnas curvadas. En el templo iniciático de la arquitectura del relax solo se cree en la eternidad, en la vigencia sin fecha de caducidad de su suelo de amebas. Al pisarlo, las décadas retroceden, hasta sumar seis, empujadas por esa inercia que les concede cierta perpetuidad a los inventos que llegaron para quedarse. Entre el hall y la recepción, florece la zona cero del primer turismo. Bienvenidos a Torremolinos, año 1959.

Los primeros inquilinos de aquel trance placentero aún sonríen en la posteridad enmarcada del 'pasillo de las estrellas'. Es una suerte de bulevar de la fama en el que se regodean las miradas escrutadoras de los turistas más anónimos de este otro siglo, el XXI. Y no es, ni mucho menos, el contado resquicio que invita a pensar que aquel tiempo pasado, el de la etapa dorada de la Costa del Sol, fue mejor. En otro rincón, el libro de oro del hotel establece un reencuentro, a través de la caligrafía, con huéspedes que entonces se llamaban Frank Sinatra, Ava Gardner, Sofía Loren, Charlton Heston, Sean Connery, Claudia Cardinale, Orson Welles, Ingrid Bergman, Ernest Hemingway o los Rolling Stones. Mientras, la banda sonora la sirve Anthony Quinn, a quien en una de las fotografías se le ve tocando el saxofón. Aquella era otra época, la de las cinco estrellas y el gran lujo.

Ahora, el establecimiento de la cadena MedPlaya se debate entre la huella indeleble del pasado y las exigencias del presente, se entrega a una búsqueda del equilibrio entre el esplendor de la historia y la realidad que tiene como meta inmediata la premisa «de ir mejorando un poco el hotel año a año», según explica su director, Francisco Ruano. Tras la ampliación que le añadió una treintena de suites en 2017, los nuevos proyectos de remodelación serán encaminados al afianzamiento de su carácter vintage con actuaciones en las habitaciones y pasillos interiores para recuperar el aspecto que presentaban en los años 60. «Queremos que el hotel conserve un toque lo más chic posible», señala Ruano.

A la hora de reconstruir la rutina que empuja al Pez Espada en la actualidad, su director dibuja un panorama en el que sus trabajadores asisten a verdaderas clases sobre la historia del alojamiento impartidas «por clientes que llevan viniendo toda la vida o que han transmitido esta costumbre a otras generaciones de su familia, a sus hijos y a sus nietos». «Se trata de un publico con una mayoría de ingleses y de turismo nacional en el que hay todavía gente que se casó o vino de luna de miel aquí y nos regalan fotos de aquella época o recuerdan cuando existía la parrilla y se celebraban conciertos de Julio Iglesias o Serrat», relata Francisco Ruano.

Asimismo, el director del Pez Espada destaca la «incomprensión» que a veces provoca el hecho de mantener el establecimiento tal y como estaba en sus orígenes, para respetar la protección patrimonial con la que está catalogado su edificio: «Cada vez que hacemos un cambio, lo hacemos del modo más artesanal posible, hay incluso zonas en las que no podemos tocar nada y algunos clientes se quejan de que el hotel parece antiguo, pero no es así, procuramos que todo el exterior y zonas nobles como la recepción y el hall estén casi igual que hace 60 años».

Algo que tampoco ha sido modificado, o al menos conserva su mismo emplazamiento, es el despacho de director del hotel al que quien ocupaba este cargo entonces tuvo que acudir de urgencias en 1964, tras el incidente con un periodista en el que se encuentra el germen de la detención y posterior arresto en La Aduana -con escupitajo previo a un retrato de Franco- del actor y cantante Frank Sinatra. El propio Pez Espada es un reflejo de que el tiempo cura las heridas más profundas. Su bar se llama Frankie´s en homenaje al propio Sinatra y en él se reproduce una carta de la estrella en la que se deshacía en elogios hacia el establecimiento, antes de producirse el altercado. En las coquetas dependencias de esta coctelería, el tintineo de los hielos suena a música junto a una colección de vinilos antiguos de Sinatra que, en la mayoría de los casos, han sido regalados por los propios huéspedes del hotel.

La icónica estela que envuelve a este alojamiento no solo atrae el cariño de sus clientes más fieles. Entre los vecinos de Torremolinos no son pocos quienes ejercen como admiradores inquebrantables del Pez Espada. Tal alianza encuentra uno de sus ejemplos más ilustrativos en la relación que ha ido entablando con el hotel Javier León, a quien la vida de algún modo le cambió cuando hace algo más de una década empezó a vivir frente al universal edificio en la Urbanización Eurosol. Desde entonces, ha sido un comprometido 'voyeur' que ha seguido con tenacidad «cada uno de sus cambios, una veces afortunados y otras no tanto». «Cuando se llevaron a cabo las obras de remodelación en su fachada, estábamos muy preocupados porque daba la impresión de que iban a desgraciar el hotel, pero la restauración fue bastante respetuosa con el original y mantuvo esa belleza de otro tiempo que también se aprecia en su vestíbulo; el hall es precioso a pesar de que la calidad del mobiliario no está a su altura», agrega este diseñador gráfico que junto a Jorge Alcalde regenta Alcalde León Estudio en la avenida Carlota Alessandri.

«Quizás por mi proximidad, he fotografiado el Pez Espada casi obsesivamente», reconoce igualmente. En sus incursiones por el ilustre inmueble vecino, Javier León llega a rastrear la huella del glamour que aún desprenden «los huéspedes que siguen viniendo desde los años 70». «Recuerdo a una señora mayor que, por su elegancia y su forma de vestir, me evocaba la figura de Bette Davis en sus últimos años», rememora antes de confesar una anécdota de lo más jugosa: «En una ocasión, pernocté en el Pez Espada porque había tenido un problema con las llaves de mi casa y, como podría recuperarlas a la mañana siguiente, opté por quedarme a dormir allí en lugar de llamar a un cerrajero».

A estas alturas, el Pez Espada significa muchísimas cosas más que el hotel que todavía es. Pez Espada es la marca de un glamour de antaño que le queda lejos, más allá del legítimo anhelo, a una isla de libertad que se llamaba -se llama- Torremolinos. Pez Espada es el nombre de un sueño que ya se apellida utopía. Pez Espada es la expresión que tiembla con elegancia en un neón que resiste estoico los ataques de nostalgia. Pez Espada es la denominación de una especie protegida que rezuma más fortaleza que el Ave Fénix. Y, desde hace una década, Pez Espada también es el título de una novela.

La escribió Alfredo Taján, precisamente, para viajar a los almanaques de postín a partir de los que se cuenta la efemérides que ahora se celebra. Pez Espada (Ediciones del Viento, 2011) vio la luz para surcar el epílogo de los años 50 y los albores de los 60 sin perder de vista la noción que nos susurra, tras las palabras de su autor, que aquel es «un tiempo vivido, un tiempo que ya se ha ido». «Ha sido inexorable. Antes no había nada, sólo una línea de costa. Y Torremolinos era un barrio de pescadores», recalca el escritor para entregarse a la certeza de que «el Pez Espada fue el primer hotel, el hotel fundacional».

En su libro, cristalizó la fascinación de Taján por un hotel que sigue frecuentando: «Cada vez que algún amigo viene a Málaga, lo llevo a tomarnos un dry martini en la coctelería dedicada a Sinatra y le explico todo lo que significó aquello». A su juicio, «el Pez Espada fue el comienzo, era otro país, un mundo que parecía varado en el que se apreciaba La Carihuela como una zona muy pobre y la torre del hotel emergía, solitaria, como metáfora de todo lo que vino después con el turismo, que salvó a la provincia y le trajo dinero».

«El Pez Espada sostiene una carga simbólica como paradigma del lujo, el sol, el sunset, el sexo y todo lo que implicaba esa vida nueva», reitera Taján, quien también dirigió el libro Torremolinos. De pueblo a mito de la Revista Litoral.

A día de hoy, inmerso en ese pulso diario que convive con su vitola de mito, las hechuras de reliquia y el sino de leyenda, el hotel Pez Espada se agarra a todo lo que fue sin renegar de ello. Con la única misión de mantenerlo vivo o, incluso, de engrandecerlo.

Arquitectura abrazada al relax

La rabiosa modernidad que aún destila el edificio del Pez Espada lo recuerdan como una de las joyas más emblemáticas de lo que se ha dado en llamar la arquitectura del relax, que tiene en el artista Diego Santos a uno de sus grandes conocedores. En su opinión, «el Pez Espada es una de las piezas claves por la calidad arquitectónica del edificio y porque fue un lugar pionero que puede considerarse el primer hotel boutique y de calidad de la Costa del Sol».

«Fue el primer edificio del estilo del relax que conseguimos proteger, tiene mucho que ver con el hotel Parco dei Principi diseñado en la misma época por Gio Ponti en Sorrento, cerca de Nápoles, pero debe aprender de él a cuidar su mobiliario; si al igual que respeta su arquitectura el Pez Espada cuidara su interior, estuviera bien decorado y tuviera muebles de calidad y de época en su hall o recuperara la coctelería basándose en la original, el Pez Espada volvería a ser un referente a nivel mundial, los bienes de interés cultural tiene que ser lo más fieles a sus orígenes», apostilla el creador.

Precisamente, en sus paseos por el litoral costasoleño Diego Santos fue descubriendo un tipo de arquitectura que tenía sus referencias en la arquitectura moderna. Y, posteriormente, con el corpus teórico del añorado Juan Antonio Ramírez y las fotografías de Carlos Canal brotó en 1987 un estudio titulado El estilo del relax, que luego fue amplificado en diversas exposiciones celebradas bajo la tutela del propio Santos y de Tecla Lumbreras.

A lo largo de los años, todo este trabajo fue sugiriendo a sus artífices la necesidad de un proyecto aún inédito enfocado a un Museo del Relax y del Ocio, consagrado a la arquitectura, el mobiliario, los personajes de entonces y las creaciones ambientadas en aquella Costa del Sol. En opinión de la experta en arte y vicerrectora de Cultura de la Universidad de Málaga, Tecla Lumbreras, este museo «tendría ahora más sentido que nunca en una Málaga que ha apostado por la cultura y el ocio, es la mejor manera de contarle a los extranjeros su propia historia».