Escribo en las horas del amanecer del sábado, mientras oigo Rumores de la Caleta, de Isaac Albéniz, en la versión de Alicia de la Rocha, que, en medio del silencio del paseo del Limonar y mientras la luz empieza a iluminar tenuemente las copas de los plátanos de Indias, suena profundamente nostálgica.

Pido perdón desde ya, como Gil de Biedma, «yo nací, perdonadme en la edad de la pérgola y el tenis», porque voy a hablar desde el conocimiento y la vivencia directa y, por tanto, es posible que mis palabras no agraden a todos, dada mi irrefrenable tendencia a la incorrección política y a la dispersión. Qué vamos a hacerle! Hablaré de cosas hermosas que tenían su base en una profunda injusticia y cien años en la Historia es muy poco tiempo para aliviar la agridulce paz que el rencor de ayer aquieta. Pero ya es hora de hablar con sosiego de todo aquello, con la convicción de que la catarsis es saludable en muchos casos, a fin de serenar los ánimos.

Nací en el paseo de Sancha, he vivido casi siempre en él, en el Monte Sancha y en el Limonar y espero morir aquí. En la Caleta, el barrio burgués, conservador, liberal, emprendedor, elegante, injusto, burbuja del espejismo de una Málaga soñada. Pero así son las cosas.

Para intentar orientar el despiste de las nuevas generaciones, aclararé que la Caleta es una zona urbana, conformada por el paseo de Reding, la avenida de Príes, el paseo de Sancha, el Monte de Sancha, el Limonar, el Miramar y Bellavista. Lo que hoy, con la absurda inclinación a denominar los sitios, los cargos, las instituciones y hasta a las personas con denominaciones abstrusas y especialmente feas, suele denominarse Málaga Este, como si estuviéramos en alguna ciudad norteamericana. Igual que nosotros conocemos los vientos y hablamos de ellos sin parar, el terral, el levante, el poniente..., los americanos hablan de los puntos cardinales. Allá cada cual.

El origen de la Caleta se halla en las tres revoluciones, en el sentido tanto de movimientos sociales que modifican la Historia de forma radical, como en el de verdaderos levantamientos violentos, que la cambian de una forma aún más radical y violenta, en este caso. Estoy hablando de la llegada a Málaga desde finales del XVIII de las familias extranjeras y del norte de España y del auge del comercio y la exportación de productos agrarios y vino, la creación de la primera industria de altos hornos y textil de España y la revolución del primer turismo. Esa burguesía que se crea de la nada- aquí no ha habido nunca clase agraria, ni «cuernocracia», como llamaban en Sevilla a los ganaderos, ni aristocracia- se asienta en el centro de la ciudad en principio. La creación de riqueza trae consigo la llegada de inmigrantes que vienen a buscarse la vida. Eso hace que el centro se convierta en un lugar insalubre y peligroso para vivir y la clase de «la manteca» -la mantequilla de Flandes- que hasta entonces habían vivido en la Alameda, se traslada a vivir a lo que ya se llamaba la Caleta del Marqués, desde que el marqués de los Vélez, instaló aquí sus tropas con la llegada de los Reyes Católicos. Y construyen un barrio elegante en esta franja costera, que se va creando con la instalación del trenecito, que se utilizaba para traer las piedras de las canteras que iban a emplearse en la ampliación del puerto.

Así que ya tenemos un puerto en ampliación en pleno auge por el incremento de las exportaciones, una Caleta en la que vive la alta burguesía, una calle Larios trazada con la misma inteligencia que el plan Cerdá en Barcelona, un eje Alameda-paseo del Parque, que crea Cánovas y una gran zona industrial en Huelin, en la que sobreviven en condiciones miserables miles de personas, que empiezan a organizar un movimiento obrero anarquista y comunista, para intentar defender sus pobres vidas. Aun cuando no podemos dejar pasar que la vida de los obreros del campo en la Andalucía interior era aún más miserable. España paso de la pobreza medieval al siglo XXI en cincuenta años.

En la creación de la Caleta, aparte de otros muchos, hay dos personajes claves: Fernando Guerrero Strachan y José María Sancha, arquitecto e ingeniero respectivamente, que crean un conjunto de edificios de extraordinaria belleza, con todo el confort -termino inglés de reciente creación entonces- de su tiempo. Y el barrio, porque siempre tuvo y aún tiene el espíritu de una comunidad social a la que se tiene conciencia de pertenecer, va conformándose como una entidad de tal potencia que todavía hoy el símbolo del triunfo social es venirse a vivir a la Caleta. Conozco muchos casos.

Y la diferencia con el resto de la ciudad se hace tan evidente como para que aquí se construya el Cementerio Ingles, el hotel Príncipe de Asturias, hoy Miramar, el hotel Caleta Palace, hoy Subdelegación del Gobierno, en donde se desencadenaron tremendos acontecimientos con Arthur Koestler y hasta un pequeño hotelito, el Casa del Monte, que jugó un papel fundamental en la llegada a Málaga, ya en los años cincuenta del siglo XX, de grandes estrellas y personajes mundiales. Porque en la Caleta han vivido Orson Welles, Hemingway, Ava Gardner, Rita Hayworth, príncipes y nobles de todo el mundo, la siempre recordada Mercedes Formica (cuando, Alfredo Tajan y Salva Moreno y los demás, continuamos con el tema del busto de Mercedes?) Y en el Caleta Palace veraneaba la familia García Lorca. Y aquí vivían los Altolaguirre y los Prados y los Hinojosa, que tan importante papel jugaron en la creación de la Generación del 27 y de Litoral, cuando invitaban a venir a Dalí y Gala y a Federico y a Cernuda, que se enamoraron de Málaga y su libertad y tolerancia con los diferentes.

Y la Caleta llegó a tener tal fuerza, que la noche del 19 de Julio del 36 se convirtió en el símbolo que la revolución tenía que destruir, porque representaba la opresión odiada de la alta burguesía a la clase obrera. Y la Caleta ardió. Entera, completamente y se destruyeron innumerables piezas de arte, porque las necesidades burguesas de ornamentar sus residencias, había creado una escuela de pintura del XIX, que sin duda alguna es la más brillante de España en aquellos años. Recuerden la exposición del Prado hace algunos años, en la ampliación de Moneo. Casi todos los pintores que la componían eran malagueños. Y este año del bicentenario se elige el cuadro del fusilamiento de Torrijos de Antonio Gisbert, como uno de los más representativos del Museo. Y en Málaga había en los años veinte un Liceo y una Sociedad Filarmónica y La Cultural, que tenía setecientos socios en una ciudad de ciento cincuenta mil habitantes. Y existía un colegio de jesuitas, que se instalan siempre donde hay una burguesía potente, a cuyos hijos hay que educar como futuros líderes.

Pero a todo esto hay que añadir que el terror rojo trajo consigo que Edward Norton escribiera en el Limonar «Muerte en Málaga», Sir Peter Chalmers- Mitchell, «Sopita», escribiera «Mi casa en Málaga» y Mercedes Formica escribiera «Monte de Sancha» y Gamel Woolsey, la mujer de Brenan, escribiera «Málaga en llamas», contemplando desde su torre de Churriana como ardían calle Larios y la Caleta. Todo esto tiene una extraordinaria carga simbólica. Como los terribles acontecimientos de los cientos de asesinatos de inocentes y la gesta de Porfirio Smerdou en villa Maya-ay, Dios- al esconder a decenas de personas bajo la bandera de México..., el mundo de los cónsules en la Caleta...Después vino el otro terror, el blanco, o azul, no sé con qué color hay que pintarlo. Y llego Carlos Arias Navarro como Fiscal Especial, que desencadeno una frenética actividad represora, después de que se hubiera producido la «desbandá»...

Pero parte de la alta burguesía sobrevivió. Y se reinvento a sí misma y reconstruyó la Caleta, porque yo la he visto y vivido en los que quizás fueran sus más deslumbrantes años. Hasta que empezó el desarrollismo. Y la destruyó. Quien destruyó la Caleta fue la propia burguesía que la había creado. Sin posibilidad alguna de vuelta atrás. Por pura especulación. Y esto sí que es un baldón y una mancha en la vida de una clase social que era puro vigor, creatividad, empuje, falta de pudor para la creación y desarrollo de toda clase de negocios que en otras ciudades históricas de Andalucía, las clases altas consideraban indignos. Y así continúan.

Pero la Caleta era y es incluso una forma de ser y de vivir. Porque en las grandes fincas de Churriana -El Carambuco, la Cónsula, el Alamillo, San Javier y muchas más- y en la Concepción y San Jose, sin estar físicamente aquí, se vivía de la misma forma. La gente sabía hablar inglés, las residencias eran confortables, pero sin grandes lujos, que denunciarían al «parvenu», se cuidaban plantas y jardines, se vestía elegantemente, pero sin afectación, un poco desenfadadamente y con algún toque extravagante, se miraba al mar, se hacía deporte moderadamente, se viajaba, en las casas había bibliotecas, era importante tener un buen sillón de cuero donde leer y sobre todo, nadie se metía en la vida de los otros. Consistía básicamente en vivir y dejar vivir. Algún adolescente, supongo, con una cierta inteligencia vandálica ha escrito un grafiti en una pared blanca «Limonar igual a tenerlo todo y no apreciarlo». No, querido, te equivocas. No tenemos ya casi nada. Solo alegría de vivir Et in Arcadia ego.

Ahora marcharé a dar un paseo. La calle está en silencio, ya ha amanecido y huele a hierba húmeda y recién cortada. Pasear por el Limonar una mañana de sábado a primera hora es una delicia, en el tiempo detenido y, sobre todo, es una muestra de que la belleza permanece en el recuerdo.