La catarata de premios y distinciones que respaldan su larga trayectoria profesional no han inflado un ápice el ego de Manuel del Campo, que sigue siendo una persona cercana, sencilla y de una simpatía arrolladora.

Los 89 años que acaba de cumplir engañan, porque por dentro sigue con la misma vitalidad y ganas de trabajar de su juventud. «Quienes dicen que estoy jubilado son las malas lenguas», bromea.

Nacido en mayo de 1930 en la calle Sebastián Souviron, de sus recuerdos de niño no se le olvidan el incendio de la vecina Casa Creixell el 18 de julio del 36, cuando tuvo que abandonar su casa, ni los bombardeos de la Guerra.

Estudió en los agustinos y fue un fraile agustino quien le cambiaría la vida: «El padre Domingo Fernández Villarroel llevaba el coro y me metió la vocación por la música, fue él quien le dijo a mi madre que estudiara». Aunque en su casa había un piano vertical de la casa malagueña López y Griffo -su madre había estudiado piano sin acabar la carrera- «estaba de adorno».

Cuando contaba 13 años, empezó a recibir clases particulares de piano los veranos, pero la profesora se casó y Manuel decidió continuar los estudios: Jorge Lindell, padre del pintor, le daría clases particulares, «e incluso empecé a dar clases yo a las niñas cuando él tenía que irse al conservatorio».

Un año crucial en su vida fue 1947. «No había posibilidad de estudiar fuera. A mí me gustaba mucho la Literatura, la Historia, las letras... pero en Málaga no había universidad. Mi hermano Narciso estudiaba Derecho en El Escorial, pero becado», cuenta.

Fue entonces cuando decidió que la Música sería su profesión. Por eso, tras sacarse el título de bachiller, se examina del grado elemental de piano completo y además, en septiembre del 47, gracias a un plan especial, «me examiné de toda la carrera de Magisterio, porque iban a exigir el título cuando salieran oposiciones de cátedra a la Escuela de Magisterio de Música», comenta.

En los años siguientes concluiría los estudios de Armonía, Composición y Piano en el Conservatorio Profesional de Música de Málaga, que entonces era el María Cristina. Entre 1955 y 57 sacó las oposiciones al Conservatorio y a la Escuela de Magisterio, los dos sitios en los que ha impartido clases (en Magisterio, desde las Navidades del 59 en El Ejido).

De las primeras oposiciones, la de catedrático de Conservatorio, obtuvo el número 2 de las 21 plazas convocadas en España y pudo elegir cómodamente el sitio: «Elegí Málaga».

Por cierto que en el mundillo musical conoció a Carolina Pérez, su futura mujer, fallecida en 2017. «Aunque estudió la carrera de piano, no la conocí en el conservatorio sino cuando al dirigir una zarzuela para unas funciones para fin de curso de los agustinos», explica. Como curiosidad, tuvo que darle clase cuando era profesor, «pero cuando fue a examinarse, el director del Conservatorio, José Andreu, que era muy amigo mío, me pidió que me marchara, para no estar examinando a la novia», sonríe.

Música para su boda

En 1958 la pareja contrae matrimonio en la iglesia de San Agustín y aquí entra en juego otra de las muchas facetas de Manuel del Campo: «Compuse toda la música de mi boda, desde la marcha nupcial, la plegaria a la Virgen... toda».

En este sentido, destaca que tiene composiciones, pero no «lo que debería haber hecho, porque para componer debes dedicarte a ser compositor exclusivamente, no puedes dedicarte a profesor y estar preocupado de la hora, a causa de las clases».

Y en el terreno de la práctica musical, su fuerte fue siempre el acompañamiento, «tanto a cantantes como a instrumentistas», sobre todo por su trabajo de catedrático en el conservatorio. Por eso, nunca escuchó, nunca mejor dicho, los cantos de sirena que le llegaban de Torremolinos, pues en la pujante Costa del Sol algunos compañeros de profesión hacían carrera en las salas de fiesta.

«Por entonces, ganaba 4.500 pesetas al año, mientras que ellos podían ganar 250 pesetas diarias en Torremolinos, pero yo quería abrirme camino en la música de otra manera», señala.

También ha dirigido mucho Manuel del Campo, en especial un ingente número de zarzuelas y óperas. Recuerda, por ejemplo, haber dirigido en el patio de la Aduana, «el primer concierto de la Orquesta Sinfónica de Málaga, actualmente llamada Provincial», y también estuvo en la reinauguración del Teatro Cervantes en 1985, así como en la apertura del Teatro Alameda en 1961, con la ópera de Pergolesi, 'La serva padrona', a beneficio de la Campaña de Caridad.

En esa noche inaugural, por cierto, además de dirigir, en la segunda parte acompañó al piano.

Cuando le preguntan por un compositor, nombra a Mozart sin dudarlo, y al hablarle de con qué periodos musicales se ha sentido más a gusto como director y pianista -pues a tocado «todas las épocas»- confiesa que «lo contemporáneo no me ha ido, con todos los respetos».

San Telmo

Crítico musical desde hace más de medio siglo, primero en Radio Nacional y luego en La Hoja del Lunes y Sur, hace 52 años que fue nombrado académico de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, con lo que es el académico de número que más tiempo lleva, en toda la historia de la institución.

«Al principio, como es lógico, estaba muy calladito», bromeaba el 27 de octubre de 2017 para La Opinión, el día en que se cumplía su medio siglo de ingreso en San Telmo. En la Academia, demostró su gran capacidad de trabajo a lo largo de tres décadas como secretario, primero con Baltasar Peña de presidente y luego con Alfonso Canales.

En 2006 fue nombrado presidente, un puesto que ocuparía durante nueve años. Durante su mandato, San Telmo se sumó a las nuevas tecnologías, estrenó página web y recuperó, con la Academia Malagueña de Ciencias y el patrocinio de Cajamar, los Premios Málaga de Investigación. Además, la institución se implicó por medio de informes en asuntos cruciales de Málaga. En la actualidad es presidente de honor.

Y un asunto crucial es el futuro auditorio. En su opinión, «Málaga, por supuesto, lo necesita y lo ideal es que fuera de mayor exclusividad para la, entre comillas, 'música culta' y que las orquestas pudieran ensayar en el mismo sitio donde van a tocar».

El músico confía en que siga la estela de calidad de la sala de conciertos del María Cristina, bautizada por Alfonso Canales como «la facultad del oído».

La charla toca a su fin. Manuel del Campo, faltaría más, no ha parado de reír y sonreír durante toda la entrevista. 89 años. Felicidades, maestro.