Quienes lamenten que de la Málaga fenicia no nos haya quedado un buen mapa de carreteras que incluya paradores, restaurantes y gastrobares, pueden consolarse con el librito que en 2002 editó la Universidad de Málaga sobre la colonización fenicia arcaica, obra del arqueólogo Eduardo García Alfonso, que incluyó un plano de lo que debió de ser esa Malaka ajena a las zonas acústicamente saturadas.

Y aunque desconozcamos aspectos como la ocupación de la vía pública de mesas y sillas de los baretos fenicios, así como los horarios de cierre, puede apreciarse que la ciudad se extendía de forma muy somera sobre parte de una pequeña península natural que por aquellos tiempos partía de la colina de la Alcazaba y avanzaba sobre el mar hasta la altura aproximada de la Catedral y la plaza del Obispo.

Una extensión tan reducida que en esa Malaka primigenia no habría cabido el hotel de Moneo -salvo demolición de la urbe completa, de lo que se libraron nuestros ancestros-.

Recuperamos esta fascinante y milenaria Málaga peninsular para enlazar con el fenómeno, varias veces sacado a relucir en esta crónica de los charcos casi perpetuos de agua que burlan las leyes de la lógica (y la atención de Emasa).

Hace pocas semanas hablamos de uno de ellos, situado al pie de la escalinata de la Coracha, a pocos metros del Museo del Patrimonio Municipal (Mupam). Podrán toparse con él en diferentes momentos del año, aunque el cielo luzca sin una nube y hayan pasado semanas sin llover.

También al pie del Rectorado, el antiguo edificio de Correos, se forma un charquito similar. Ocurrió por ejemplo la semana pasada, coincidiendo con el Curso de Verano de la Universidad de Málaga sobre la Leyenda Negra, organizado por Elvira Roca.

El charco, ajeno al protocolo, reapareció coincidiendo con tan importante evento, en la parte más expuesta al paso de visitantes y coches, casi en la esquina de la calle Juan Luis Peralta con la avenida de Cervantes.

Ni el curso de verano ni las altas temperaturas le quitaron las ganas de salir a la superficie, máxime cuando nadie se ha planteado una rejilla de desagüe. En el plano publicado por la UMA en 2002, el edificio de Correos era prácticamente una de las esquinas de esa península colonizada por los fenicios, asomado al mar, así que el posible 'charquito freático' no deja de ser un simbólico y minúsculo recordatorio de dónde rompían las aguas hace unos 2.700 años y, en realidad, hasta la construcción del Parque.

A pocos metros, en el sótano del Rectorado, se conservan restos de la muralla que rodeaba la ciudad fenicia, pero también el arranque de un espolón natural de piedra, presente en varias marinas del XIX, quién sabe si uno de los fondeaderos de los antepasados de las jábegas.

El día que pongan una rejilla, lo mismo hasta desaparece.