La creatividad no suele figurar entre las prioridades más acuciantes de las empresas y, en todo caso, existe cierta confusión acerca de cómo fomentarla. Ni siquiera está del todo claro lo que es (y no es) la creatividad empresarial.

Por ejemplo, la creatividad no consiste en premiar a los empleados que se tiñan el pelo de colorines, fomentar el uso del patinete en la oficina, ni establecer un plus en función del número de piercings, tatuajes, y demás adornos corporales que luzcan los trabajadores.

De hecho, la creatividad no debe ser un fin corporativo en sí mismo sino una manera de analizar las estructuras, productos, servicios, y estrategias de una empresa, partiendo de la única premisa de que la forma tradicional de actuar no siempre es la mejor.

En consecuencia, las personas en cargos de responsabilidad no deberían de obsesionarse con la creatividad porque sí, ni porque está de moda en Silicon Valley, ni mucho menos para ganar el premio a la organización más creativa del año.

Deben hacerlo porque únicamente a través del pensamiento creativo -sin prejuicios y sin dar nada por sentado- se puede obtener más valor de los recursos existentes.

Eso es la creatividad, y ciertamente puede contribuir a reducir costes, aumentar ingresos, y revalorizar activos intangibles tales como la satisfacción laboral o la imagen de marca.

Pero el pensamiento creativo no se estimula inventando cosas por el mero hecho de ser originales, sino explorando formas innovadoras de conectar piezas existentes.

Afortunadamente la capacidad de invención está en nuestro ADN, y una clave para ponerla al servicio de la organización es retirar las barreras que la mantienen enlatada (por ejemplo el miedo a exponer ideas potencialmente absurdas delante de jefes o compañeros de trabajo, el miedo a ser juzgados, o el miedo a hacer el ridículo).

Un segundo aspecto a tener en cuenta es que la creatividad frecuentemente implica asumir riesgos y, cuando se asumen riesgos, el fracaso es una posibilidad muy real.

Sin embargo, las organizaciones que apuestan por la toma de riesgos calculados (por ejemplo los tests A/B o la validación de hipótesis en entornos controlados) están a efectos prácticos fomentando la creatividad.

El tercer concepto crítico para alimentar la creatividad es no descartar ninguna idea, aunque su modo, momento, o lugar de aplicación no resulte evidente ahora mismo.

Las ideas son como las piezas de un puzzle: aunque aún no hayamos encontrado su sitio no significa que no la vayamos a necesitar más adelante, de modo que las organizaciones que implantan sistemas para catalogar y relacionar estas ideas entre sí están creando un ecosistema que favorece la creatividad.

Finalmente, cabe recordar que la inspiración surge en momentos y lugares inesperados. Aquellas empresas que fomenten espacios de trabajo y hábitos que conduzcan al bienestar y a la relajación estarán de facto creando las condiciones que estimulan la creatividad.

Quizás por ello no es tan mala idea poner un futbolín en tu lugar de trabajo.