En contra de lo que pueda parecer, no hay ningún oscense en la familia del malagueño Ignacio González. «Mi padre hizo la mili en Huesca y por eso le puso el Mesón Huesca», cuenta con una sonrisa, y desvela que tiene los mismos años que el mesón: «Tenía 40 días cuando se inauguró».

Abrió el 12 de octubre de 1964 y tras 55 años en la calle Virgen de la Esperanza, en Carranque, hace dos meses y medio se trasladó al Centro, a la calle Cañón, para convertirse en vecino de la Catedral. Por el camino, ha perdido la palabra 'Mesón' y ganado un artículo; en realidad, como le conocen muchos malagueños: El Huesca.

La aventura hostelera de la familia González comienza en El Perchel, en los años 40. «Mi abuelo, Pepe González, tenía una taberna en la calle Salitre. Era el Restaurante González pero se le conocía como Los Cabezones», cuenta Ignacio González.

Por el camino, su abuelo pasó nueve años en el Penal del Puerto de Santa María, por comunista, y sufrió torturas. «Cuando volvió del penal vio que la taberna se había convertido en una casa de comidas. Allí iban mucho los gurripatos de Aviación, la gente de Renfe... era un bar muy popular».

En 1964 el hijo de este preso político, también llamado Pepe, se independiza de sus hermanos y con Lola Jerez, su mujer, decide abrir el Mesón Huesca en Carranque. «Mi padre eligió Carranque porque entonces era el barrio de moda, como hoy lo es Teatinos. Por entonces había muchas familias y muchos niños», recuerda Ignacio.

Sus padres lo abrieron el 12 de octubre de ese año y el propio párroco de Carranque lo inauguró. Se trataba de una casa de dos plantas en la calle Virgen de la Esperanza que la familia fue comprando poco a poco, con la planta baja como restaurante y la de arriba, de vivienda.

En el Mesón Huesca, la madre se hacía cargo de la cocina, mientras que el padre se encargaba de las compras. «Mi madre era una excelente cocinera y cocinaba perdices, albondigones...», recuerda.

De su padre, Pepe González, recuerda que compraba «muy generosamente, a veces demasiado», sonríe. Un ejemplo: Cuando los miércoles, el único día que entonces cerraban, se percataron de que habían sobrado unos kilos de percebes. «El miércoles por la noche había que comerlos porque si no, había que tirarlos al día siguiente, y al otro día mi hermano tuvo colitis, así que al llevarlo al médico y explicarle mi madre que había sido por comer tanto percebe, el médico, extrañado, preguntó que dónde trabajaba mi padre. Fue deformación profesional», sonríe.

Los tres hermanos González, Ignacio, Marina y Jorge, se criaron en el mesón. «Es que el Huesca ha sido nuestra vida, llevamos desde chiquititos haciendo los deberes del colegio encima de las mesas, nos hemos criado prácticamente con los clientes», cuenta.

Y entre esos clientes, personajes como Gloria Fuertes o Mari Pepa Estrada, dos asiduas del mesón de Carranque y otros conocidos como Antonio Orozco o Carlos Herrera.

En 1985, Ignacio González entra a trabajar con su padre y cinco años más tarde, cuando Pepe se jubila, se hace cargo del negocio. Pronto, lo compaginará con otras aventuras: A mediados de los 90 abre el primer restaurante del PTA y a finales de la década acepta por tres años el cargo de asesor del Hotel Nacional de La Habana, donde llega a cocinar para Fidel Castro. «Lo vi un par de veces e hicimos comida para él, pero yo y mis compañeros», precisa.

En la capital cubana, por cierto, se aloja esos tres años en casa de la hermana de Antonio Machín, quien le da permiso para usar el apellido del cantante para el bar Machín, que estuvo durante cerca de una década en la calle Granada «y fue un bar muy querido». También abrió en Málaga otro establecimiento de aires muy cubanos: La Bodeguita del Medio.

Centrado en el Huesca, hace dos meses y medio da el salto al Centro Histórico. «Ha sido un paso arriesgado porque hemos abandonado la zona de confort, pero estamos al lado de la Catedral en un marco impresionante y no nos ha faltado el trabajo, estamos muy contentos», resume.

En su opinión, el secreto para mantener abierto un restaurante durante 55 años «es la constancia y mantener una calidad, porque nosotros nunca hemos hecho publicidad»

Con el cambio de sitio, Ignacio González ha comprobado que la clientela tradicional sigue acudiendo. «Ya ha pasado por aquí una o dos veces y aparte de la tradicional tenemos a la persona que pasa, al despistado, e incluso a otras personas que hacía muchísimo que no iban por Carranque y dicen que ahora el Centro les viene mejor».

El cocinero malagueño explica que El Huesca es «un híbrido» entre cocina tradicional malagueña y platos de autor. En cuanto a la especialidad de la casa: desde hace 12 años es el cochinillo.

Con respecto a la cocina tradicional, destaca que el mesón trabaja «todo lo que sea más cercano a Málaga y sus alrededores».

Precisamente, acaba de crear una porra malagueña para que 'compita' con la de Antequera y Archidona. «Una porra de remolacha y espinacas, verde y morá, los colores de Málaga». Será el plato estrella de los 19 platos malagueños para compartir que ofrecerá con motivo de la inminente Feria de Málaga.

Cuando se le pregunta por la evolución de la cocina y el nuevo estatus de los cocineros se felicita, pero también coge la mano del periodista para que este pueda apreciar los callos de tanto coger el cuchillo, y muestra los cortes que se ha hecho ese mismo día. «Es una parte del oficio que no se ve». A su juicio, lo realmente valioso de la cocina no es llevar «a lo sublime» una materia prima de primera calidad. «La magia en la cocina es coger una berenjena y darle un valor impresionante... convertir el plomo en oro».

En El Huesca llevan 55 años de magia y sobre todo, de mucho tesón y amor por lo bien hecho.