Aunque Fabián López (Málaga, 1974) nunca había tenido uno en sus manos -si acaso, vería alguno de forma fugaz en televisión- «desde chiquitito, con 7 años, le decía a mis padres que quería tocar el violín», cuenta.

Al principio, confiesa, no le hicieron ni caso, pero el interés de este niño de Parque del Sur fue tan grande, que a los 10 años le apuntaron en el Conservatorio Superior de Fuente Olletas. En su clase, por cierto, comenzaron unos 40 y solo terminaron los estudios tres, él entre ellos.

El interés fue a más y dos veces al mes, ya quinceañero, recibía clases privadas en Bilbao.

El gran espaldarazo llegó con 18 años, gracias a una beca Fullbright que le permitió estudiar dos años en la Colgate University de Hamilton, Nueva York. Eso sí, cuenta que le tomó como seis meses enterarse, «porque al principio sabía el inglés que sabemos todos». Fue su primer contacto con Estados Unidos y el paso más decidido para convertirse en violinista profesional. «Mi actitud allí era aprender y esforzarme todo lo que podía porque no sabía cuánto tiempo iba a estar», explica.

A su regreso a España, Fabián López ingresó en la Orquesta Filarmónica de Málaga, y hasta pasó cinco años en Cádiz tras aprobar las oposiciones y obtener plaza como profesor en el conservatorio profesional. «Pero estaba muy cansado del conservatorio y de España; no me podía quejar pero estaba batallando con todo el mundo y conocía el nivel de la enseñanza en Estados Unidos», cuenta, y aclara que había seguido formándose en Luisiana y San Francisco gracias a unas becas.

Fue entonces cuando decide hacer un máster en Tejas y el doctorado en Música en la Universidad de Michigan y con los títulos bajo el brazo y solo 30 años, empezó a buscar trabajo al otro lado del charco. «Tuve varias entrevistas de trabajo de varias universidades y esta era la que me parecía que me interesaba y la que más pagaba», ríe.

Se refiere a la Universidad de Greensboro, en Carolina del Norte, un centro público en el que pronto comenzará su decimosegundo curso como profesor.

Nota, selectividad y audición

Según explica, los alumnos que ingresan han sacado una nota mínima en el instituto, han aprobado una suerte de selectividad y también han pasado una audición. «La mayoría ha dado clases privadas del instrumento», detalla.

Pese a tratarse de una universidad pública, la matrícula cuesta a los residentes de Carolina del Norte 8.000 dólares al año, mientras que los no residentes deben pagar cada año 25.000.

El alto precio, que se ve como un hándicap en Europa, también provoca que sus alumnos se esfuercen muchísimo, cuenta. «La mayoría de los alumnos que tengo son gente muy seria y creo que es por el gran esfuerzo económico. Aparte de americanos tengo de muchos países: China, Corea, Rusia, Moldavia, he tenido también de Grecia...».

En cuanto a la consideración de los profesores de Música, señala que «en España, el profesor de un conservatorio profesional está considerado un profesor de Secundaria, mientas que en Estados Unidos somos todos exactamente iguales: profesores de Universidad».

Su categoría, por cierto, es la de «profesor artista», lo que lleva aparejado mantener una reputación nacional e internacional también como intérprete año tras año, de ahí que haya tocado en muchos países de Europa, en China o Hispanoamérica. «Toco bastante, tengo un dúo con una pianista y estamos terminando la grabación de dos cedés; toco en una orquesta del Estado, hago festivales, clases maestras... aquí el profesorado tiene que hacer eso; una vez al año me reúno con el director de la Escuela de Música para mostrar todas las cosas que he hecho».

Dos veces al año, en verano y Navidad, vuelve a Málaga a reencontrarse con la familia y los amigos. Y aunque le apetecería regresar, por ahora no se plantea continuar la carrera en España. «Después de una vida de estudio y sacrificio, tendría que ser con las mismas condiciones que aquí». Por ahora seguirá formando en EEUU a jóvenes promesas del violín. Se lo ha ganado con creces.