En la obra de Enrique Jardiel Poncela 'Cuatro corazones con freno y marcha atrás', el brillante dramaturgo (o más bien brillante comicurgo) aborda las consecuencias que para unas personas tiene beber el elixir de la eterna juventud.

El caso es que, lejos de alcanzar la felicidad, terminan más aburridos que los del concurso 'Supervivientes'.

La obra, por cierto, despliega un mundo al revés en el que los abuelos son mucho más jóvenes que sus hijos y que sus propios nietos.

En tan alocada perspectiva cuadraría muy bien una zona verde de Málaga, que pese a que está próxima a cumplir diez años, sigue exhibiendo el diseño propio de un mundo al revés.

Pero hagamos memoria: En marzo de 2010, el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, y la concejala de La Palma-Palmilla, Mari Ángeles Arroyo, inauguraron junto al campo de fútbol de Las Virreinas y la calle Guido Reni, asomado al Guadalmedina, un parque dedicado al ejemplar vecino Manuel Navarrete.

La zona verde fue una realidad gracias a los fondos FEIL del Gobierno central y costó 450.000 euros, lo que implica que, en este caso, la caja municipal no sufrió merma alguna.

Pero tan ingente ahorro, nueve años después, no ha permitido que nuestro Consistorio, en un gesto humanitario con los usuarios del parque, se haya planteado reducir el índice de insolaciones y lipotimias con una mínima inversión.

Porque si ustedes pasean por el resultón parque dedicado a Manuel Navarrete, constatarán que se trata de un parque 'en altura', por la gran presencia de cipreses, un árbol muy hermoso pero demasiado circunscrito a los camposantos, así que está muy bien que también se cuente con ellos para las zonas verdes de Málaga.

Y junto a la sombra alargada de los cipreses, la alargada y bastante menos gruesa de las varias columnatas que ocupan todo el espacio central del parque.

Columnas hay para dar y tomar, y se diseñaron para sujetar a su vez unas vigas que dejan ver el cielo azul porque, lo han adivinado, nuestro Ayuntamiento puede poner sobre la mesa los euros que hagan falta para traer los Goya, pero soltar unas perras para comprar, por cuatro duros, unas plantas trepadoras que hagan sombra en las decenas de pérgolas desnudas de nuestra ciudad es harina de otro costal.

Por alguna inexplicable razón, con las parras o las glicinias, nuestro Consistorio se vuelve más agarrao que un chotis, de ahí que fuera noticia hace unos días la existencia de algunas de ellas en el Parque Litoral. ¿La excepción que confirma la regla?

Nueve años han pasado y la catarata de columnas del parque sigue rascando las nubes, sin la oportunidad de regalar sombra a los usuarios, que huyen de la zona verde en cuanto suben las temperaturas. El mundo al revés en la calle Guido Reni.