Málaga, la segunda ciudad más importante del Reino de Granada y el puerto más importante de Al Andalus a partir del siglo XII, llegó a contar con un palacio digno de un rey, pero no hablamos del alcázar real por excelencia, la Alcazaba, sino de otro palacio al otro lado del Guadalmedina, que fue conocido como el Alcázar del Sayyid y en cuyas estancias se alojaron los reyes nazaríes.

Pero hay más, porque en sus inmediaciones fue enterrado uno de estos monarcas.

Los historiadores malagueños María Isabel Calero Secall y Virgilio Martínez Enamorado lo rescataron del olvido hace casi un cuarto de siglo en su magna obra, Málaga, ciudad del Al-Ándalus y el palacio ha vuelto a aparecer, este mismo año, en Málaga, de musulmana a cristiana, la obra de investigación de José María Ruiz Povedano.

El alcázar fue levantado en el año 1226 por el sayyid o señor de Málaga, Abu Idris Al Mamum, quien poco después sería uno de los últimos califas almohades.

Lo de que fuera 'construido' por Al Mamum no es ninguna licencia poética, pues como recuerdan los autores de Málaga, ciudad de Al-Ándalus, en varios textos de la época se menciona que «los alarifes de sus construcciones no alteraban nada salvo que él mismo lo inspeccionara» y que «él aconsejó y dispuso toda la construcción».

Se levantaba en la orilla del Guadalmedina, en una zona a espaldas de la iglesia de Santo Domingo, muy cerca del arrabal de los Mercaderes de la Paja. Precisamente, importantes restos arqueológicos de este arrabal -una abigarrada medina extramuros- salieron a la luz hace poco, a raíz de las obras del metro, aunque fueron destruidos, con la excepción de algunos elementos rescatados.

Otro contemporáneo del palacio escribió de él: «¡Qué primura de jardín que promete una próxima cosecha y de casa de altos techos cuyo mérito y excelencia saltan a la vista!».

Por las descripciones de su tiempo, el palacio estaba rodeado de huertas y almunias (fincas de recreo). En una de estas almunias vecinas al alcázar, por cierto, fue enterrado en 1333 el rey nazarí Muhammad IV, asesinado en Málaga.

Como recuerda Virgilio Martínez Enamorado en un trabajo sobre casas y palacios de Al-Ándalus, en el Alcázar del Sayyid se alojaron otros monarcas nazaríes, a raíz de festividades del calendario musulmán como la Fiesta del Cordero, motivo de la visita del sultán Yusuf I, o la Fiesta de la Ruptura del Ayuno, que aprovechó Yusuf III.

El historiador apunta que en el siglo XV el alcázar y sus terrenos, que incluirían los terrenos donde fue enterrado Muhammad IV, eran conocidos como la Huerta del Rey. Y esa huerta real es muy posible que fuera la protagonista de una incursión cristiana en 1455, y que habla de un sistema defensivo del Alcázar del Sayyid, porque en la Crónica anónima de Enrique IV de Castilla se habla de que «Se derribó una torre que estaba junto a las huertas (...) que se llama del rey, con una casa muy fermosa que en ella avia».

El asedio

El alcázar real volvería a ser protagonista de una acción bélica, mucho más importante que una refriega, con motivo del cerco a la ciudad por los Reyes Católicos en la primavera-verano de 1487.

Al parecer, en ese cerco el campamento militar del maestre de Santiago, Alonso de Cárdenas era el más próximo al palacio extramuros.

Como recuerda en su obra ya mencionada José María Ruiz Povedano, en una temprana acción bélica, el 9 de mayo de 1487 tuvo lugar el asalto al arrabal de la Huerta del Rey, presidida por una mansión fortificada. Esa

jornada ha sobrevivido a los siglos porque se encuentra plasmada en uno de los bajorrelieves del coro de la Catedral de Toledo.

Alonso de Palencia, en su Crónica de Granada, habla de «un torreón bien fortificado y guarnecido, como que solía servir de seguro retiro al Rey moro (...) una torre a modo de alcazaba, defendida por otras contiguas de menor elevación», en medio de huertas y árboles frutales.

El Rey Fernando el Católico mandó disparar a la artillería, pero al ver que de nada servía, autorizó que se escalara la torre de madrugada, para pillar a la guardia desprevenida.

El sevillano Ortega de Prado y otros compañeros lograron trepar a lo alto y rechazaron a unos 6.000 combatientes.

«Al alborear el día, el torreón del huerto quedaba ya en poder de nuestros soldados (...) agrietado por efecto de las llamas de azufre», señala la crónica.

En los Repartimientos ni siquiera aparece este palacio real, quizás por su estado ya lamentable. En Granada, muy reformado, sobrevive un alcázar de la misma época y, como señala Virgilio Martínez Enamorado, de arquitectura muy similar: el Alcázar del Genil. Como el granadino debió de ser el palacio malagueño, perdido en las brumas del tiempo.