En los años 60, Málaga ganó un premio nacional de Turismo por el ornato y embellecimiento de sus calles. Para la ocasión, y a falta de presentaciones en 'power point', el Ayuntamiento envió a Madrid un álbum de unos cuatro kilos de peso y la anchura de un tonel, con una catarata de fotos que dejaban constancia del embellecimiento general, incluida la barriada de Torremolinos, por entonces la 'niña bonita' del Consistorio.

Tan exitosa iniciativa bien podría repetirse, aunque ahora mismo padezcamos un vacío neuronal de Gobierno. Bastaría con darle la vuelta al concepto, pues han pasado casi 60 años desde la iniciativa, y no es plan de contar con los mismos baremos.

En unos tiempos en los que manda el minimalismo, en lugar de mandar un álbum de cuatro kilos sólo haría falta mandar una sola fotografía, eso sí, con toda la resolución posible e incluso en tres dimensiones, para que las autoridades del Ministerio de Turismo comprobaran el grado de mejoramiento de nuestra ciudad.

Pero, dado que los baremos son distintos, no bastaría con reducir de forma drástica el número de fotos sino además buscar una imagen que transmitiera la fusión perfecta entre tradición y modernidad, que a la postre es el santo y seña de Málaga.

Y qué fusión más perfecta entre el pasado y las últimas tendencias de arte urbano que la esquina mágica entre la calle Molina Lario (que no Larios) y la calle Santa María, donde el siglo XVIII y el siglo XXI se dan la mano y lo cierto es que apretando con fuerza. Hablamos, claro, de una de las esquinas del Palacio Episcopal, que está catalogado como Bien de Interés Cultural.

Gracias al mimo de todas nuestras administraciones y del Obispado, la esquina se está convirtiendo en un gigantesco palimpsesto que va acogiendo, mes a mes, todas las expresiones artísticas posibles.

Si usted se da una vuelta por allí, descubrirá a la rumbosa gitana colocada hace unos años, con nocturnidad y alevosía, por un espabilado artista francés; también comprobará que pintadas de todos colores crecen como la espuma, y quizás para Navidad ya no queden huecos donde poner más trazos churriguerescos de espray.

Y como además se trata de un Bien de Interés Cultural que hay que mantener con el mayor decoro posible y sin elementos externos, tiene adosados dos cajas de registros, cuenta con una papelera roñosa y los cables cuelgan con garbo del edificio, uno de los cuales cruza sin ninguna vergüenza Molina Lario para enlazar con otro edificio noble de calle Santa María.

Como ven, tiene todos los papeles para simbolizar lo que Málaga es capaz de hacer con sus más queridos monumentos, al ponerlos al día. El primer premio a la mejor ciudad turística de España está asegurado. Ánimo.