«La cocina la tenemos desde que abrimos el centro, nos la regaló el Club Rotary de Málaga y costó casi 13.000 euros, pero sólo hemos podido utilizar la freidora para la verbena de verano», lamenta Juana Aguilar, presidenta de la Asociación de Padres de Personas con Diversidad Funcional Física y Psíquica Serranía de Churriana. El mobiliario del edificio, por cierto, lo donó Ikea.

En 2014, tras cuatro años cerrado, abrió en la calle Rigoberta Menchú el centro ocupacional Serranía de Churriana, construido con dinero de la Junta en un terreno municipal de unos 8.000 m2 y cerca de 1.000 m2 construidos. Era el sueño de un grupo de padres del barrio que, hacia 1999 fundaron la asociación para procurar a sus hijos discapacitados más formación tras la etapa de escolarización.

Sin embargo, el centro, que cuenta con 24 alumnos con edades entre los 21 y los 48 años, sólo puede funcionar 'a medio gas', de 9 a 2 de lunes a viernes, por falta de personal y dinero, pues salvo alguna subvención pública que consiguen, la asociación de padres cubre los gastos.

Como explica el tesorero, José Martín, «todo está condicionado por el presupuesto: abrimos de 9 a 2 pero nuestro objetivo sería la estancia de día, de 9 de la mañana a 5 ó 6 de la tarde, pero eso lleva implícito la apertura del comedor y significaría al menos triplicar nuestros presupuestos».

A su lado está uno de los dos profesores, Roberto Ocaña, que cree que con más personal «sería genial porque los niños, después de comer, se quedarían a hacer algún taller».

En este equipamiento, conseguido tras muchos años de lucha por los padres de Churriana, los alumnos reciben talleres de cerámica y de jardinería en un espléndido vivero que lleva Antonio Fernández, uno de los padres.

Además, reciben clases de habilidades sociales, comunicativas, talleres de lengua y matemáticas y de autonomía para que sepan desempeñarse a lo largo del día. «En total, 13 o 14 talleres, si contamos las salidas de la comunidad, y al día hacen cuatro», destaca Roberto Ocaña.

La otra profesora del centro es Paqui Vargas, que lleva con los alumnos 15 años y que cuenta que, a raíz de la crisis, «la Junta decía que no se podía hacer cargo de ellos, pero ya pasó la crisis y no sé por qué no se quiere hacer cargo».

Porque, como explica el tesorero, la solución sería un concierto con la Junta y para eso se exige un ratio de personal con el que no cuentan... por falta de presupuesto. A la pescadilla que se muerde la cola hay que sumar, dice José Martín, que el centro está a la espera de la acreditación de funcionamiento que le debe entregar la Junta de Andalucía, «porque hasta ahora hemos estado funcionando con acreditaciones provisionales».

Alejandro de 37 años, Jorge de 22 y Patricia de 24, son tres de los alumnos de este edificio blanco en las afueras de Churriana. Los tres lanzan el mismo mensaje: «Me gusta estar aquí». Pero sólo pueden hacerlo hasta las 2 de la tarde para marchar a comer a casa. La reluciente cocina sigue cerrada a cal y canto.