Hace cerca de un año desfiló por esta sección una de las casas más bonitas de Churriana, en el número 19 de la calle Torremolinos. Cuenta con la máxima protección arquitectónica en el PGOU, que con un toque literario la describe en la ficha urbanística como «gran casona de compleja volumetría».

Datada a finales del XIX, en realidad lo complejo ha sido la vida que ha tenido, llena de historias sorprendentes y con una vejez bastante desvalida, porque la crisis truncó su recuperación y lleva muchos años mostrando tan solo su esqueleto.

De hecho, en 2012, y tras las quejas de la asociación de vecinos, el propietario de la casa retiró una grúa que llevaba tres años abandonada y que preocupaba a los churrianeros, por el bamboleo del cacharro y el miedo a que se desplomara.

El año pasado, Cristóbal Salazar, el estupendo cronista de Churriana, habló del pedigrí de esta casa, conocida como la casa de Fermina, su antigua propietaria.

Entonces explicó que en los años 40 había sido una escuela alquilada a doña Fermina por el Estado, con clases separadas por sexos. Y por cierto que la maestra de las alumnas era Teresa Blasco, prima de Pablo Ruiz Picasso y hermana del pintor Manuel Blasco.

También dejó caer que, terminada la Guerra Civil en Málaga, el sótano de la mansión fue convertido en cárcel para los churrianeros republicanos. Y esta semana, Cristóbal ha aportado a esta sección más datos porque, como cuenta, en el sótano pelaron al cero a algunas jóvenes del pueblo y las pasearon por Churriana como escarmiento por sus simpatías con la República.

También contó la historia de Juan Pérez, conocido en Churriana como Juan el Rubio, que consiguió escaparse de la prisión, sortear todos los obstáculos y llegar a Granada a pie sin ser detenido.

Cristóbal Salazar conoció a Juan ya mayor, y este le contó que en Granada se dirigió a la casa de un párroco porque, «cuando los de izquierdas empezaron a cortar cabezas a los de derechas, le salvó la vida a este sacerdote».

Así que Juan el Rubio llamó a la puerta del cura y cuando abrió le dijo: «Yo le salvé la vida, ahora le toca a usted salvar la mía». El párroco le invitó a entrar de inmediato, y el vecino de Churriana salvó finalmente la vida porque estuvo escondido en casa del sacerdote varios meses, hasta que las nuevas autoridades se olvidaron de él.

Cristóbal Salazar, más conocido como Cristóbal de Churriana, cuenta que Juan Pérez fue un gran trabajador, que se empleó a fondo durante muchos años en la fábrica de la Azucarera.

Triple valor tiene esta mansión abandonada, primero por su valía arquitectónica, segundo por la conexión con Picasso, cuya familia, además, cuenta Cristóbal, acudía a Churriana a ver a ver a Rodrigo Pacheco, padrino de José Ruiz Blasco. Y en tercer lugar, por ser un poco conocido lugar de la memoria histórica. A ver si pronto remonta el vuelo.