Conocido como uno de los promotores de la Independencia de los Estados Unidos, los logros militares de Bernardo de Gálvez han oscurecido su faceta como gobernante, que culminó, en los últimos meses de su vida, al suceder a su padre recién fallecido, Matías de Gálvez, como virrey de Nueva España.

Nueva España era un inmenso territorio que iba desde Centroamérica hasta la proximidad de los Grandes Lagos, con la capital en Ciudad de México.

El nombramiento, en abril de 1785, le sorprendió como capitán general de La Habana y hasta junio no entró en Ciudad de México. Su paso al frente del Virreinato fue muy breve, apenas 19 meses, porque fallecería en noviembre del año siguiente. El escaso tiempo, sin embargo, no fue óbice para ser recordado por los mexicanos de su tiempo como un gobernante justo y muy querido.

El porqué de este recuerdo podemos encontrarlo en la colección de bandos y documentos relacionados con Bernardo de Gálvez que conserva la Biblioteca Nacional de Madrid.

En estos documentos, que aparecen firmados por el estadista de Macharaviaya o por su secretario, Francisco Fernández de Córdoba, se nos revela un hombre metódico, de gran capacidad de trabajo y muy preocupado por los problemas de los más desfavorecidos.

Además, y es algo de lo que deberían tomar nota los políticos de nuestro tiempo, demostró ser un gobernador con un gran sentido de la ética.

Coto a la corrupción

El ejemplo más claro lo tenemos en la disposición con la que quiso regular las audiencias públicas. Para empezar, las redujo de dos días semanales a un día, pues detectó que muchos visitantes acudían por segunda vez «a repetir o hablar lo que anteriormente tienen hablado o representado».

También dispone que nadie se le arrodille, «pues este obsequio es solamente debido a Dios, y al Soberano que nos rige y gobierna en su nombre».

Por otro lado advierte de que nadie recibirá «por puro favor» un trato preferente. Y en cuanto a los regalos que puede recibir el virrey, deja claro que quiere poner a raya todo asomo de corrupción, pues sólo aceptará como regalo «frutas, flores o pájaros», de ahí que anuncie que, si alguien pretende obsequiarle con otra cosa, ni siquiera será recibido y será despedido.

Y don Bernardo trató de poner a raya el papeleo, por eso decretó que como para despachar a diario los asuntos debía realizar «infinito número de firmas enteras» (nombre y apellidos), a partir de ahí adoptaría la media firma (el apellido), con el deseo de distribuir mejor el tiempo, «yo, que deseo emplear las horas del día en servicio del Rey y del público e instruirme en los negocios para determinarlos con acierto».

Pero sin duda, uno de los asuntos en los que más tinta gastó fue el de la escasez de maíz a causa de las heladas. Así, en los bandos que escribió a lo largo de 1786 dio permiso para que los mexicanos pudieran pescar libremente en los ríos y lagunas «sin que deba ponérsele impedimento alguno».

Y como la crisis alimentaria causó picaresca, mandó que se atendiera en los hospicios a los «pobres verdaderos», algunos de ellos con muchos hijos y desnudos «que mueven a lástima y compasión». Por eso, pidió a las autoridades que se cuidaran de identificar a los «fingidos y holgazanes que injustamente usurpan la limosna a los legítimos necesitados».

También estableció que los más jóvenes, empobrecidos y sin empleo a causa de esta crisis, trabajaran en las obras públicas de tres caminos próximos a la Ciudad de México.

Además, ordenó que los indios que trabajaban en las haciendas recibieran «las raciones acostumbradas en especie de maíz», para que sus jefes, con la excusa de la carestía del maíz, en su lugar les entregaran dinero, pues, subrayó, «una cosa es la ración y otra el salario».

Bernardo de Gálvez, conmovido por la situación de los indios, a los que ve buscando hierbas en el campo para poder comer, llega a escribir en una de estas disposiciones: «A qué corazón no enternecerá semejante grado de calamidad y miseria».

En otro documento, el estadista malagueño hace cumplir la orden de Carlos III, transmitida por su tío el ministro de Indias José de Gálvez, para que los esclavos negros dejen de ser marcados en al llegar a los puertos.

Por cierto que uno de sus últimos bandos, a un par de meses de su fallecimiento, fue la orden de detención del alcalde mayor de Tetela de Xonotla, don Andrés de Pedro, por haberse «ausentado sin permiso» y estar en paradero desconocido.

Capítulo aparte son sus prolijas instrucciones al comandante general de las Provincias Internas (al norte de Nueva España y hasta lindar con Oregón), don Jacobo Ugarte y Loyola. Se trata de 216 puntos que demuestran la minuciosidad y entrega del malagueño, que además de gran estratega fue un ejemplar gobernante.