Antes de la llegada de los grupos de whatsapp y mucho antes de la aparición de Tele 5, que ha recluido a millones de españoles en casa, frente al televisor, los espacios públicos de las ciudades eran los elegidos para el debate y la adopción de decisiones.

Este invento griego, la discusión en el ágora, ha tenido en Málaga curiosas manifestaciones, como en el caso de la barriada de Carlinda, junto a la Granja de Suárez y la extinta fábrica de ladrillos Salyt.

En Carlinda los vecinos conocían como La Moncloa a la reunión de jubilados en la, entonces, única zona verde del barrio, una modesta agrupación de árboles asomada al Camino de San Alberto.

La reunión de los más veteranos para charlar se llamó así, La Moncloa, para reivindicar la falta de un hogar del jubilado.

Recuerda este rincón monclovita a otro de acceso mucho más restringido, la conocida como tertulia del Senado, que organizaba el Liceo de Málaga, en los tiempos decimonónicos en los que ocupaba el luego Conservatorio de María Cristina, en la plaza de San Francisco.

Las tertulias, qué duda cabe, siguen celebrándose en Málaga, e incluso sobrevive una que lleva el nombre de Tertulia de los Majarones, formada por malaguitas de probada trayectoria vital majara.

Majara le parecerá a algunos otra provecta reunión para el intercambio de ideas y, mayormente, la ingesta de líquidos, que desde tiempo inmemorial se celebra en una esquina de la antigua prisión provincial, una práctica dialéctica de la que ya hemos hablado alguna vez. La tertulia se forma en la tapia de la cárcel que da a la calle Virgen del Pilar, y se caracteriza porque sus miembros siguen un rito arcano que consiste en beber latas de cerveza y, una vez exprimidas, las lanzan al patio de la prisión, no sabemos si mediante un gancho del cielo o 'skyhook' a lo Karim Abdul Jabbar, como quien lanza un ramo de novia o, simplemente, como quien tira una colilla al suelo. Que también.

El resultado de esta tormenta de ideas es un túmulo funerario de latas que pasaron a mejor vida y que centellean rumbosas entre la hierba seca de la antigua prisión provincial.

Pero lo más llamativo de este apasionante combate dialéctico es la presencia perenne de sillas viejas en el patio delantero, dentro de los dominios carcelarios. Ya sean de plástico a veces, de anea o de madera, nunca suelen faltar. El autor de estas líneas nunca ha visto a los tertulianos dentro del patio, debatiendo en tan cómodos asientos, así que es un misterio que quizás algún vecino del entorno podrá desvelarnos.

El caso es que intercambio de ideas, de latas de cerveza y sillas se dan cita en la tertulia de la antigua prisión provincial, que mantiene la simbólica llama encendida por las ciudades-estado griegas, de cuando Franco era cadete. Eso sí, el día que encesten las latas en una papelera habrán ganado el debate.