Se lamenta Galdós en una de sus estupendas novelas sobre el usurero Torquemada que la uniformidad en el vestir ha ido acabando con los tipos clásicos de personajes y profesionales, y ya no es tan fácil distinguirlos como ocurría veinte años atrás, es decir, en la década de 1870.

Y así, cuenta, alguien con aspecto de «domador de potros», en realidad puede ser un farmacéutico o un catedrático de Derecho Canónico, mientras que un sujeto «arrogante y bigotudo», lejos de ser un militar, puede ser un oficial de Hacienda.

Galdós se lamenta, desde el punto de vista literario, de lo que no deja de ser la despedida absoluta de la sociedad estamentaria, esa en la que cada clase era inamovible y además, cada una con trajes muy peculiares y distintivos.

El progreso económico, concluye, ha traído la uniformidad en el vestir... y si no, que se lo pregunten al dueño de Zara (esto último no lo concluye Galdós).

En esta segunda década del siglo XXI en la que hasta los presidentes de Estados Unidos y Gran Bretaña parecen separados al nacer, la uniformidad no sólo se extiende al aspecto físico sino también al modo de actuar.

Lo podemos comprobar en el hermoso barrio de Puerta Blanca, uno de los pocos ejemplos de la primera fase de la Carretera de Cádiz en el que no fueron de la mano la planificación urbanística y la masificación.

Porque en este rincón de Málaga, uno o varios grafiteros han actuado como se espera de ellos, sin un gramo de raciocinio y muchos kilos de egolatría. Resulta llamativo su uniforme proceder porque, siguiendo la tradición de esta saga vandálica -a años luz de los artistas del grafiti- han ensuciado con sus firmas de tamaño catedralicio buena parte de los bloques del barrio.

No busquen originalidad en los dibujos al pie de los edificios con nombres de plantas de este barrio o en sus coquetas plazas: la mayoría de las pintadas, muchas de ellas firmadas entre los años 2015 y 2017, parecen realizadas por la misma mano, aunque es posible que sean varios los perpetradores.

Quizás, una de las que mejor simboliza la faena a Puerta Blanca sea una firma grafitera que podía apreciarse este mismo año y que incluía una mano con el puño cerrado, salvo el dedo corazón, que estaba extendido y que 'hacía la peseta' al espectador; lo que hoy, gracias a un error en rueda de prensa de Luis Aragonés también se conoce como 'hacer la peineta'.

Estos prodigios del arte nos hacen la peseta, ya firmen 'Ela' o 'Ébola', un nombrecito que también se las trae.

El caso es que los bajos de Puerta Blanca, que antes tenían como vecinos protagonistas sus extensos jardines, hoy tienen unas pintadas sobre ladrillo visto que costará muchos euros retirarlas. Los vándalos también actúan con la uniformidad que, en el vestir, ya deploraba Galdós 130 años atrás.