«Si este edificio estuviera en la calle Larios sería mucho más conocido, pero como está en el antiguo barrio de San Rafael, en la plaza de San Francisco, queda mucho más ajeno», cuenta el periodista Antonio Márquez.

Lo sabe bien porque observa las caras de sorpresa de los asistentes cuando les guía en la ruta 'El María Cristina, joya desconocida de Carretería', que realiza con la empresa de gestión cultural Cultopía (la próxima visita, el sábado 2 de noviembre a las 5 de la tarde).

La actual Sala Unicaja de Conciertos María Cristina, de la Fundación Unicaja, ha sorteado los siglos de forma casi milagrosa, después de haber pasado por muchas luces y sombras, entre las primeras, el haber alojado a la institución cultural más prestigiosa de la Málaga del XIX, el Liceo Artístico, Científico y Literario, fundado en 1843 y que desapareció a comienzos del siglo siguiente.

1971 fue un año crucial para su historia, porque de sus instalaciones se despide el Conservatorio, para trasladarse a El Ejido y poco después, en 1975, la entonces Caja de Ahorros de Ronda restaura el edificio, de la mano del arquitecto Enrique Atencia.

«Si no se llega a salvar habría sido una pérdida irreparable que nos habría impedido ver el auténtico relato que tiene la ciudad de Málaga», cuenta Antonio Márquez, que subraya que el antiguo Conservatorio María Cristina es el monumento central del barrio de San Rafael y el que da sentido a este rincón de Málaga.

Y para empezar, señala el torreón mudéjar que asoma desde la plaza de San Francisco, único elemento original, junto con un pequeño lienzo de muralla en un patio, que perdura del convento franciscano de San Luis El Real, fundado hacia 1490, al poco de conquistar los Reyes Católicos la ciudad. De la preferencia de Isabel y Fernando por los franciscanos daba cuenta la gran extensión de los terrenos, con huertas que llegaban hasta el Guadalmedina. Como explica, la visita guiada incluye un paseo por el antiguo entorno del convento, en una de cuyas tapias estaba apoyada la fuente de los Cristos, del Acueducto de San Telmo.

Como curiosidad, detalla, la entrada actual no era la del convento, que se encontraba hasta los años 70 del siglo pasado a la misma altura que la plaza de San Francisco. Las obras de entonces convirtieron lo que entonces era un estrecho pasillo techado en un compás conventual al aire libre.

Y si 1971 fue un año crucial, sin duda lo fue 1836, cuando la desamortización acabó con el convento franciscano. En enero de ese año se demolió el arco de San Francisco, la entrada conventual que daba a la calle Carretería y se quedó con los terrenos el gobernador Antonio María Álvarez, que en parte de ellos edificó una plaza de toros, viviendas y los baños de Álvarez o de las Delicias.

Pero otra parte del convento, la que podemos admirar hoy, quedó en pie, de ahí que en 1843 se instalara el nuevo Liceo de Málaga.

La época de esplendor es la que perdura en la actualidad, gracias a restauraciones como la mencionada de los 70 y la más actual, bajo la dirección del arquitecto Rafael de Lacour, de 2009.

Tras el vestíbulo, en la primera de las salas del antiguo Liceo, el Salón Mudéjar, la decoración neomudéjar del techo parece homenajear, por todo lo alto, las humildes raíces franciscanas del edificio.

En esta sala, aventura como hipótesis Antonio Márquez, pudieron celebrarse dos concurridas tertulias del Liceo, una por la mañana y otra por la tarde. «Hay que pensar que no estaba la entrada actual y que se atravesaba un largo pasillo, habría un poco de misticismo», cuenta.

De la magnificencia del Liceo da también cuenta la magnificencia de su protocolo de entrada. Como recuerda el periodista, el aspirante a entrar en el Liceo de Málaga era escoltado por un canciller y maestresala y cuando estaba delante del presidente tenía lugar este diálogo, aproximadamente:

«-¿Juráis noblemente el reglamento de esta noble institución?

-Sí, juro.

-Mientras lo cumpla, el Liceo le cuenta entre sus socios».

El Liceo fue a su vez el germen de otras instituciones que tendrían aquí su sede como la Sociedad Filarmónica, una Escuela de Dibujo o el mencionado Conservatorio.

En la siguiente sala, el Salón de los Espejos (bastante anterior al del Ayuntamiento), Antonio Márquez subraya que la participación en la decoración del edificio de los grandes pintores de la Málaga del XIX fue algo más que un encargo institucional. «Todos los vivían como un gran honor». Algo así debió de sentir el pintor José Nogales, cuando le encargaron disimular con flores pintadas las grietas que dejó en los grandes espejos el terremoto de 1884. Las grietas 'florecidas' siguen todavía.

El Salón de los Espejos hace de antesala de la Sala de Conciertos, que también funcionó de salón de baile (sin sillas, claro) y que fue la capilla original del convento.

Una capilla, además, con una sonoridad prodigiosa, en la que la música barroca, por ejemplo, suena mucho mejor que en el Cervantes. Fue en esta sala, en 1928, donde Maurice Ravel, a 48 horas del estreno mundial de su Bolero, experimentó la incomprensión de los malagueños por la música contemporánea, pues abandonaron en buen número su recital, suponemos que de piano.

Aurora de la nueva Málaga

Y en el techo de la Sala de Conciertos, artísticos mensajes en clave, obra de Martínez de la Vega, Denis Belgrano y Blanco Coris, como esa fastuosa Aurora sobre un carro con caballos que surca las nubes y que quiere simbolizar el «amanecer de Málaga», en plena prosperidad económica por la industrialización. O esa coronación de Dante en la que aguardan su turno para ser coronados artistas como Velázquez, Beethoven, Murillo, Cervantes o Quevedo.

La otra gran sorpresa es la recuperación de una antigua sala de tertulias, transformada en el Libo Café de Fernando Mira, con fastuosos cuadros del Denis Belgrano menos costumbrista.

Una sala de interpretación completa este paseo por la planta baja del María Cristina, un convento que, lejos de desaparecer o convertirse en cuartel como otros, supo adaptarse a los tiempos y hoy es un monumento vivo (y sonoro) de la Historia de Málaga.