Aseguran los expertos más cenizos, que la familia media española ha pasado de tener en casa a Vargas Llosa, García Márquez o a Juan Marsé, en los años 70, a sumergirse, pocas décadas más tarde, en catedrales frente al mar y a rebuscar en pilares en la Tierra y palmeras en la nieve, rincones no tan fructíferos como las obras de los mencionados.

Algunos pondrán esta observación tan tajante en duda, lo que sí parece cierto es que, en el imaginario popular, para el lector español en Perú sólo reina Mario Vargas Llosa y el resto es una corte de escritores difícil de otear desde la Península Ibérica.

Para acabar con estos problemas de visión, acaban de editarse las obras más jugosas de Julio Ramón Ribeyro, un escritor peruano algo más mayor que Mario Vargas Llosa, fallecido en 1994, que aparece en esta sección por uno de sus cuentos, Papeles pintados. Porque este brillante cuentista escribió este relato en 1960, lo ambientó en París, y tiene como protagonista a Carmen, una malagueña con quien flirtea el narrador a las tantas de la noche en un café porque, suponemos, tendría miedo de dormir solo.

Sin embargo, lejos de conseguir su objetivo, Carmen, que le cuenta sus recuerdos de niñez en Málaga, se lanza a las calles de París a la búsqueda compulsiva de «afiches», esos preciosos carteles turísticos realizados por pintores o fotógrafos que hoy tanto escasean y que entonces inundaban Europa (Occidental). Así que para desesperación del narrador, al tiempo que va conociendo los sinsabores de la vida de Carmen, recorre con ella París 'la nuit', mientras la malagueña se lleva de recuerdo de fachadas de restaurantes y tiendas, todo tipo de carteles, a veces, mientras burla a los guardias.

En uno de estos trajines nocturnos, Carmen le cuenta que debe mirar, cerca de la Escuela de Medicina, «un afiche maravilloso de un mar azul y una costa que era la sombra del paraíso» y, si le gusta, arrancarlo.

Por fin, el narrador llega a la meta, la habitación de Carmen, pero lo que descubre casi le tira al suelo: «Aquello no parecía un dormitorio de un hotel, sino el desván de una imprenta»: Carteles de todos los tamaños ocupaban las paredes, los muebles, y hasta hacían de visillos.

El narrador, temeroso, hace mutis por el foro y, suponemos, prefiere afrontar valiente el dormir solo. Es entonces, en la noche de París, cuando recuerda el consejo de acercarse a admirar ese cartel «maravilloso» cerca de la Escuela de Medicina; por fin lo localiza y descubre que se corresponde con la costa de Málaga. Y mientras lo mira fascinado, cae en la cuenta de que Carmen combate su soledad, su falta de éxito en la vida con estos carteles que le hacen viajar por el mundo sin salir de su modesta habitación.

En 1960, Málaga y su Costa del Sol, «sombra del paraíso», estaban tan de moda que inspiraron a este excelente escritor uno de sus cuentos más hermosos.