Querido Paco:

De repente, me ha dado por escribirte. Me ha llamado un buen amigo nuestro para contármelo y, tras el frío y el vértigo, me he puesto a deambular por el centro comercial en el que estaba bajo una lluvia de recuerdos en la que no había sitio para la tristeza. Y, como no era plan de seguir allí dando vueltas como un majara, he corrido hacia la casa y me he puesto a contarle a este folio en blanco todo lo que estaba pasando por mi cabeza. En ella suena tu vozarrón, veo tu eterna sonrisa y escucho algunos de los consejos que pusiste en mi camino con generosidad y tu sabiduría de enciclopedia vivida.

En muchas de las imágenes que me asaltan, apareces disfrutando y ondeando la bandera de la amistad como una de las grandes verdades por las que merece la pena luchar como tú lo has hecho.

En numerosos momentos, te recuerdo celebrando. Te siento emocionado en las bodas de tus dos hijos - Paquillo y Ceni-; te imagino brindando frente al runrún de la feria en la planta alta de la librería Denis; andas feliz en una playa de La Cala o de Tarifa; y hasta me alegro, como antes jamás habría hecho, cuando apareces festejando un título que se tiñe de azulgrana.

Y, sobre todo, Paco, te recuerdo ayudándome a través de un manojillo de esos momentos que uno jamás olvida. Una vez, cuando yo todavía era un niño de pueblo, la vida me soltó aquí, en tu inmensa Málaga, y con el paso del tiempo, por el simple hecho de andar vinculado a gente a la que apreciabas infinito, me abriste la puerta de tu casa -junto a Angelines- y hasta las del grupo municipal socialista para hacerme saber, sin decírmelo, que confiabas en mí.

O, en otra ocasión, con la vida repitiendo situaciones en su sucesión de primeras veces, en aquella Sevilla en la que apenas yo conocía a nadie, un sábado por la tarde me reclamaste junto a tu inseparable Antonio Chaves para que buscara en un pueblo del Aljarafe -tras la puerta que se abría en la casa de Paquillo y Arancha- esa conversación cómplice y cariñosa que siempre me habéis regalado los dos. Y ese día, como tantos, hablamos y compartimos con prudencia el mágico líquido del marqués de Larios; y yo os juré que me no volvería a perderme con mi cascarria de coche por aquellas carreteras aún desconocidas porque me iría con cuidado y siguiendo el piquito de la Giralda.

Paco, si es verdad aquello que te has ido a otro lugar, sé que allá donde estés abundarán el verde y el morado de la ciudad que amabas hasta el punto de contagiarnos esa pasión a quienes acabábamos de llegar a ella.

Paco, allá donde estés, jamás olvidaré que de ti y de unos cuantos cómplices más -tus amigos, los míos- aprendí que la amistad era el más divertido de todos los tipos de familia.