Sentado en un banco de la Plaza de la Merced, paralizado como nuestro ilustre vecino Picasso, observo como la gigantesca pinza de demolición secciona primero y derriba después nuestro querido edificio, dejando a la vista por breves momentos aquellas estancias que tantas vivencias acogieron. Algunas aún mantienen en sus paredes decoraciones propias de finales de la década de los setenta y principios de los ochenta, años en los que las familias fuimos ocupando el inmueble. Mientras soy testigo de cómo se hace añicos con tremenda facilidad la imponente estructura me vienen a visitar un cúmulo de emociones encontradas.

La primera es de nostalgia. Una nostalgia con aires de melancolía y tristeza, que no puede ser sino el reverso de la felicidad y la alegría que las ocho familias que vivimos allí, descendientes directos de los hermanos Enrique y José María Moreno, y de sus esposas Matilde Rico y Conchita Galván. Una dicha que fue compartida también con los cientos de personas, amigos y familiares, que disfrutaron junto a nosotros de aquellas viviendas. El edificio, finalizado en 1966 sobre los cines Astoria y Victoria para poder inaugurar el primero, conservaba también, en las entrañas de sus plantas más bajas, todas las sensaciones que el séptimo arte puede generar en las decenas de miles de personas que acudieron a sus salas, aquellas que vivieron la que, posiblemente, haya sido la época más dorada del cine en la ciudad de Málaga.

Su venta a mediados de los ochenta llevó aparejada, sin embargo, el comienzo de un recuerdo doloroso. El progresivo abandono al que se vieron sometidas las dos emblemáticas salas y el resto de las que pertenecieron al grupo empresarial, consecuencia quizás de varios factores: aparición de los salas multicines y los centros comerciales; la llegada del vídeo; la crisis económica; la falta de apuesta empresarial; o quizás una mezcla de todo y de algo más, llevaron a la postre a un triste declive. Recuerdo que nuestra abuela Matilde nunca pudo volver a entrar en los cines. Un abandono que, paradójicamente, coincidía en el tiempo con el crecimiento y esplendor de un Festival de Cine que ya supera las dos décadas de recorrido, y que proyecta sus películas en un teatro y en el superviviente Cine Albéniz, el último reducto del "cine de ciudad".

Y, es aquí cuando aparece el malestar por la que, a mi parecer, ha sido una nefasta gestión pública de una manzana que cada vez han ido tomando más relevancia en el crecimiento de nuestra Málaga. A los rumores de licencias vetadas de última hora a la iniciativa privada se le unió la falta de claridad del Consistorio una vez comprado con el dinero de todos. Todo esto, que invito a aclarar a quienes tengan más información, ha provocado que el edificio que ahora se destruye haya sido durante 11 años un esqueleto urbano yaciente en pleno centro de una ciudad que cada vez brillaba más. Unas ruinas urbanas que conservaba los buenos recuerdos de quienes los disfrutaron, incluida la mención especial a toda la plantilla que durante décadas sintió aquellos cines como propios y que fueron una parte más de la familia Moreno, permaneciendo gran parte de ellos hasta el cierre de los cines. Si bien la gestión pública ha tenido grandes iniciativas en las dos últimas décadas en nuestra ciudad, no creo que este asunto haya sido una de ellas.

Por último, me visita un sentimiento de esperanza. Una vez que por fin, lo viejo dejará paso a lo nuevo, deseo que la nueva iniciativa que se proyecte permita trasladar un nuevo legado de alegría y felicidad a la ciudadanía malagueña y a sus visitantes, así como hicieron los hermanos Moreno.